Reino Unido y la Unión Europea. ¿Rule Britannia?

Mundo · Ángel Satué
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20 noviembre 2018
“Hay niebla en el canal. El continente queda aislado”. Es una de las frases que describen el genio del espíritu británico. Esta niebla ahora podría ser el borrador de Acuerdo de 585 páginas sobre el Brexit que se alcanzó esta semana pasada. Un borrador de Acuerdo cuestionado por dos dimitidos ministros y cinco que aún lo son –entre aquellos, el que estaba a cargo del Brexit (¡!)– y por una porción nada desdeñable de diputados tories, y que teniendo en cuenta que tampoco es apoyado –por ahora, pero ya conocemos a los nacionalistas– por el partido norirlandés con representación en el Parlamento –que amenaza también con bloquear los presupuestos generales– , hará muy complicada su aprobación. También la supervivencia de una May que era antes de que ganara el Brexit una de las “remainers” (pro Unión Europea), y no una “brexiter”.

“Hay niebla en el canal. El continente queda aislado”. Es una de las frases que describen el genio del espíritu británico. Esta niebla ahora podría ser el borrador de Acuerdo de 585 páginas sobre el Brexit que se alcanzó esta semana pasada. Un borrador de Acuerdo cuestionado por dos dimitidos ministros y cinco que aún lo son –entre aquellos, el que estaba a cargo del Brexit (¡!)– y por una porción nada desdeñable de diputados tories, y que teniendo en cuenta que tampoco es apoyado –por ahora, pero ya conocemos a los nacionalistas– por el partido norirlandés con representación en el Parlamento –que amenaza también con bloquear los presupuestos generales– , hará muy complicada su aprobación. También la supervivencia de una May que era antes de que ganara el Brexit una de las “remainers” (pro Unión Europea), y no una “brexiter”.

Mi valoración es que se trata de un mal acuerdo para los “brexiters”, que se quieren ir, porque se van a cámara lenta y sin dar un portazo, y un mal acuerdo para los “remainers”, porque se van en todo caso, y porque este acuerdo no fuerza (aún) un segundo referéndum, que en todo caso casaría mal con la democracia (votar y votar hasta que salga quedarse).

No le gusta a nadie, y tal vez sea lo único que haga bueno el acuerdo a ojos de la opinión pública, así como que May se pliegue a gobernar una salida en la que no creía aceptando la voluntad de la mayoría –lo cual es valorado por los más acérrimos defensores de la tradición inglesa–. En cualquier caso, si tiene un logro este acuerdo es generar la sensación en la conciencia de la sociedad británica de que no hay vencedores y vencidos, de que todos pierden. En España, esta conciencia es al revés. Sólo unos piensan que han perdido y otros no creen haber ganado. Todo a pesar del abrazo que se dio la “Generación del 78”. Abrazo que quedó retratado en la Constitución. Volviendo al caso inglés, en cuanto a la percepción de que gana la Unión, para una parte muy sustancial de la población es así, lo cual no es bueno “in fine” para la causa de la unidad europea en el Reino Unido, pero es un aviso a navegantes al resto de países de la Unión.

A primeros de diciembre del año pasado se sentaron las bases para este Acuerdo sobre tres grandes victorias para los intereses de la Unión Europea: los derechos de los ciudadanos comunitarios en las islas; el coste del divorcio; la no existencia de frontera entre Irlanda y el territorio británico de Irlanda del Norte.

Con el nuevo acuerdo, la Unión se garantiza un período de tutela sobre el Reino Unido de, mínimo, dos años, en que ésta no tendrá ni voz, ni voto, ni representantes en el Parlamento europeo, y sí le aplicará todo el acervo comunitario.

Sucintamente, el Acuerdo concede el derecho a permanecer y continuar en sus trabajos y su situación a más de tres millones de europeos comunitarios en el Reino Unido, y más de un millón de británicos en la Unión. Por ejemplo, los trabajadores comunitarios en Gran Bretaña podrán permanecer bajo condiciones básicamente iguales, quedando prohibida cualquier discriminación por razones de nacionalidad, y asentándose el principio de ser tratados de igual manera con relación a nacionales del país anfitrión. Eso sí, tendrán que instar un nuevo permiso de residencia que se tornará en permanente, aparentemente sin problemas –incluso en el caso de parados–. Igual sucede para los estudiantes, e incluso podrán buscar trabajo o ser autónomos en el Reino Unido –previa solicitud de un nuevo permiso de residencia–.

Se han negociado todos los asuntos posibles. Desde derechos de propiedad industrial, pasando por cooperación policial, uso de datos personales, adquisiciones públicas, cooperación judicial, procedimientos judiciales y administrativos, procesos de investigación por ayudas de estado –durante cuatro años después del fin del período de transición (31.12.2020) el Reino Unido queda sujeto a las reglas de la UE–, que el Reino Unido deba trasponer a su ordenamiento interno tres directivas de la UE en materia fiscal –Código de Conducta en materia de impuestos de la UE, de intercambio de información fiscal y relativo al deber de información de las compañías de inversión –lo que complica bastante ser un paraíso fiscal–, cláusulas de irreversibilidad en materia social, medioambiental y laboral –que complica a las islas ser una especie de Singapur en Europa–, etc.

Si esto se ve como una derrota en el Reino Unido es porque las bases del Brexit partían del derecho a discriminar a los ciudadanos no británicos –como en la época de Isabel I y hasta hace bien poco, se podría discriminar a los católicos (aún hoy no pueden ser reyes de Inglaterra)–. Si es una victoria en la UE es porque no se pensaba nunca discriminar a los británicos.

Sin duda alguna, no es buen acuerdo para los “brexiters” más radicales. Los que querrían ver el canal convertido en un océano. No ven París mucho más lejos de lo que está actualmente. Tampoco se acercan a China ni a ese paraíso fiscal anhelado.

En todo caso, May no sabe cómo vender el resultado de una negociación que ha durado dos años, y que prevé un período de transición que puede ser prorrogado una y otra vez. Ni a propios, pero tampoco extraños, parece convencer este Acuerdo.

El futuro no pinta bien para los conservadores británicos, a los que solo les une el horror de tener delante de ellos a un partido laboralista izquierdista, dispuesto a acabar con un estado de impronta “tacherista” (por la Dama de Hierro Margaret Thatcher). Pero aún ganan en las encuestas. Aunque Jeremy Corbyn bien sabe remontar en campaña electoral.

Hay un asunto que como jurista no quiero dejar pasar. Sirve para comprender que no todo está perdido para una transición tranquila y ordenada, que es lo que este Acuerdo garantiza. Es la prevalencia del derecho de la Unión Europea.

La última palabra la va a tener ante un conflicto la Corte de Justicia de la Unión Europea (o Tribunal). No obstante, se ha ideado una magnífica pasarela que hace que la intervención de la Corte no sea automática, sino que debe mediar una valoración previa, que ha de realizar un panel de 25 árbitros (10 propuestos por Reino Unido, 10 por la Unión y 5 de manera conjunta), sobre si una determinada cuestión se debe conocer a la luz del derecho de la Unión o no –y antes, un comité político se habrá pronunciado al respecto–. Pero esto vaya usted a decírselo al señor Smith, que cría vacas en las verdes praderas de Gales y muy probablemente lo perciba como un traspié de la primera ministra May.

Lo que es evidente es que ahora el Reino Unido está sociológicamente y políticamente dividido. Sucede como en el País Vasco hace quince años, o actualmente en Cataluña. Es una nueva división entre lo urbano y lo rural, entre los que abrazan la globalización como oportunidad –a pesar de los resultados evidentes en cuanto a sueldos bajos, trabajos precarios y temporales y familias súper-reducidas–, o como una pérdida de tradiciones y de arraigo. No es una cuestión de izquierda o derecha. Es una cuestión más honda, casi de concepción de la persona y, sobre todo, de la ciudadanía y de las relaciones que se dan en ella, y entre sus grupos sociales (Putman). De la visión de lo que es un ciudadano. Así, puede ser un “brexiter” un conservador de libro, como un radical izquierdista antiglobalización.

Posiblemente, no se conozca el verdadero alcance de la decisión de David Cameron, el mayor jugador de apuestas y político inconsciente, al menos desde la Inglaterra del siglo XVIII, época en que les dio por apostar, sobre todo a las clases pudientes, por todo tipo de causas ridículas.

Como se sorprende el periodista y exjugador de criquet Mike Atherton (“Gambling: a Story of Triumph and Disaster”), en la actualidad este hábito de apostar “no solo se tolera, sino que sorpresivamente se fomenta”.

Pues vengan las apuestas, pero desde luego el Reino Unido tendrá una mano atada esta vez durante al menos 15 años o una generación para hacer lo que siempre ha hecho, enredar para que ninguna nación europea prevaleciera en el continente sobre el resto. Con un continente unido, veremos cómo se juega al típico juego geopolítico inglés. Y veremos también quien le querrá liberar esa mano.

“Rule, Britannia! Britannia rule the waves. Britons never never never will be slaves” (“¡Gobierna, Britania! Britania gobierna las olas. Los británicos nunca, nunca, nunca seremos esclavos”).

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