Reflexiones en el bicentenario

Mundo · Jorge E. Traslosheros (México. D.F)
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16 septiembre 2010
Recibo el bicentenario de la independencia con una rara combinación de hartazgo, preocupación y esperanza. Estoy harto de que los políticos invadan los terrenos de la Historia, que es la ciencia que amo y para la cual vivo. Faltos de imaginación, desde el siglo XIX redujeron nuestra historia a un simple discurso ideológico. Han hecho de ella el campo de batalla entre liberales y conservadores, entre revolucionarios y reaccionarios. Los resultados están a la vista: mantienen un discurso carente de imaginación, sin esperanza, que se ha traducido en unos festejos de relumbrón, sin contenido. La historia de México está secuestrada por una clase política que parece el rey midas de la mediocridad.

Recibo el bicentenario con preocupación. Estoy convencido de que el gran problema que compromete el futuro de México es el avance de la cultura de la violencia que florece donde la muerte tiene permiso y que se alimenta del desprecio a la dignidad humana y de visiones fragmentadas de la realidad. No importa mucho si la acción violenta es legal o ilegal, si es ejecutada por políticos o ciudadanos con buenas o malas intenciones, por delincuentes comunes o por el crimen organizado. La cultura de la violencia se ha hecho difícil de identificar por la visión fragmentada que hoy tenemos de la realidad y que nos conduce a aceptar, sin mediar crítica, que una acción por el hecho de ser legal se convierte en éticamente aceptable.

Recibo el bicentenario lleno de esperanza. La cultura de la violencia y la muerte retrocede cada vez que afirmamos, sin componendas, el valor intrínseco de cada persona desde la fecundación hasta la muerte natural con todas sus consecuencias, cuando logramos comprender que la pobreza, el crimen, la corrupción, el secuestro o el desprecio por los niños, ancianos y concebidos forman parte de un mismo problema. La violencia retrocede cada vez que somos capaces de reconocer en la realidad el mapa de nuestra existencia, cuando afirmamos nuestra confianza en que la razón es el don que nos permite leer este mapa y en que la fe es la brújula que nos ayuda a encontrar el camino de paz y justicia. Me llena de esperanza ver que las personas religiosas se están decidiendo a dar testimonio de su fe en el Dios de la vida y que lo hacen en la oración cotidiana, en cada celebración litúrgica, en el diálogo con este Dios que nos abre al misterio que todo lo transforma.

Hoy, afirmo mi convicción en la importancia que tiene recuperar la memoria histórica de mi patria, para comprender que la batalla por la cultura de la vida viene de mucho tiempo atrás y que será tan larga como la historia de la humanidad, sin soluciones utópicas, sin recetas fáciles. Estoy seguro de que la vida se construye en la cotidianidad de la familia, en el trabajo, con los amigos, en la tarea ciudadana. Hoy, bendigo a Dios por haberme hecho nacer en esta patria donde crece mi familia y abrazo a mi gente, por regalarme el don de la fe y por mi vocación por la historia.

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