Red de mentiras: ¿el fin justifica los medios?
La cinta comienza con un atentado terrorista en Londres al que le siguen otros en diversas partes del mundo, auspiciados por una escisión de Al Quaeda. Localizar y destruir a la banda asesina es obra del agente de la CIA (DiCaprio), que trabaja en el terreno supevisado en todo momento vía satélite por Crowe.
El espía matará y urdirá planes que afectan a inocentes, iniciativas que le harán preguntarse sobre la bondad de sus acciones y que pondrán en entredicho la obediencia a los argumentos de su jefe de operaciones, que le recuerda constantemente que en "una guerra, nadie es inocente". Irá ganando terreno la insatisfacción en su vida, posición reforzada por el encuentro con una mujer del lugar en cuya presencia comienza a revivir (bellísima y profunda, dando un contrapunto sólido a la historia).
El montaje de Scott es trepidante: la elección de planos, el movimiento lineal y la cámara a hombros del operador dan continuidad visual a la narración, reforzada por las idas y venidas en diversos lugares del mundo que consolidan la sensación de globalización y hacen más creíbles los sucesos. Las secuencias se alargan para enganchar al espectador en la historia.
Scott dirige con aplomo a sus actores, consiguiendo naturalidad en gestos, miradas y diálogos. Crowe esgrime una posición personal rocosa para laminar el terrorismo, aunque haya "daños colaterales", en un hombre de trato exquisito con su familia y vecindario, y borda una actuación sensacional en su naturalidad.
En definitiva, una película marca Ridley Scott que plantea el dilema moral en situaciones límite que llevan a una obediencia ciega o a preguntarse sobre las acciones personales y la búsqueda de sentido en quienes tienen que elegir; todo ello ofrecido como un espléndido espectáculo para los sentidos.