Recuperando cosas perdidas

España · PaginasDigital
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21 noviembre 2017
Vivir pendiente de likes, retwitts, shares o similares. El whatsapp que no para, casi al ritmo de nuestra respiración...

Basta pasarse un tiempo sin acudir a la naturaleza para darse cuenta de lo mucho que ella nos enseña y ofrece. Darse un paseo por el bosque, la montaña, por la orilla del mar, supone redescubrir sensaciones, emociones y sentimientos antagónicos a los que vivimos en este mundo tecnológico de estrés, prisas, ruidos, nerviosismo y falta de reflexión interior. Algo de esto pude percibir hace pocos días al experimentar una sensación extraña, una vivencia que me incomodaba, una obsesión que me invadía al pensar en un detalle que formaba parte de mi rutina diaria. Me apresaba, me sentí dominado por algo, me daba la impresión de estar perdiendo disfrute y libertad.

Por un momento me percaté que todo este mundo tecnológico que devora los días con una exigencia y sumisión imperceptible me asfixiaba. Me venía a la cabeza el mundo de las redes sociales, esa necesidad de entrar en ellas, de curiosear todo lo que segundo a segundo sin tiempo de asimilar se publica, la atención continua que las alertas te obligan a mirar. Vivir pendiente de likes, retwitts, shares o similares. El whatsapp que no para, casi al ritmo de nuestra respiración, convirtiéndose muchas veces en algo tan vital como el oxígeno que inhalamos. Me detuve y caí en la cuenta de que nuestro móvil pasa más tiempo en las manos que depositado en cualquier otro lugar. Me sentí atascado, me invadió la sensación de estar esclavizado a todo ello y decidí romper mi angustia saliendo a dar una vuelta.

Me dí un paseo por el bosque, penetré en él y poco a poco experimenté una sensación conocida y desde hace tiempo olvidada. Las hojas de otoño con su hermoso color, la esencia del aire, la necesidad de realizar una profunda inspiración deseando que todo lo que contemplaba penetrara en mi interior.

Caminé, con renovada ilusión, no eché en falta nada de lo que me estaba agobiando, escuché ese precioso silencio que solo rompía el canto de algún pájaro y el de mis pisadas por encima de la hojarasca. ¡Madre mía! Cuantas cosas valiosas que nos rodean y que tenemos a nuestro alcance estamos dejando aparcadas…

Volví a casa renovado, me senté en el sofá, con el deseo de escuchar una música relajante, cerrar los ojos, rememorar lo experimentado. Me sentí feliz de haberme escapado de la angustia que me embistió. Invadido por esa dulce sensación, quise adentrarme en la influencia de toda esta tecnología virtual, asombrándome al encontrarme con testimonios parecidos a lo que había vivido. Seguí indagando y sorprendentemente conocí a los que decidieron romper con todo ese mundo de redes en el que se sintieron atrapados hasta la compulsividad. Se puede vivir perfectamente sin facebook, twitter, instagram y sin mirar una y otra vez el whatsapp. Por supuesto. No sé que haría en muchas ocasiones, sin ellos, lo confieso. Pero se trata de priorizar las relaciones humanas por encima de todo. De hecho, todos ellos compartían la misma conclusión: “Ahora vivo mucho más una vida real” , con un uso mejor de su tiempo y dedicación a los demás.

Hablando de esta relación real y cercana, me hizo pensar en que estamos a las puertas del tiempo de navidad, donde año tras año, nuestra bandeja de correo, nuestros muros en redes sociales y nuestro whatsapp, se llenan de numerosas felicitaciones, donde hay muy poco de personal y mucho de copiar y pegar.

Enviar postales por correo ordinario, en la época de navidad, fue una costumbre extendidísima, que en mi caso me enseñaron a practicar desde muy pequeño.  ¿Vale la pena seguir con esta tradición? Me gustaría convencer a todos los que me leen de que no solo vale la pena seguirla, sino fomentarla de nuevo.

Voy a confesar algo que tal vez pueda molestar a alguno de mis amigos, pero creedme que lo hago desde el afecto y el cariño que me une a ellos. No me gustan las felicitaciones navideñas de última hora, aquellas que recurren a las redes sociales, los correos electrónicos y los whatssapp. Me produce la misma sensación de los que compran el regalo prometido cuando se acuerdan en el aeropuerto o en la estación de tren, de que se les olvidó porque no dedicaron tiempo a buscarlo.

El valor no está en el objeto elegido, más bien en la forma en que ha sido pensado, preparado y entregado, porque todo ello conlleva una implicación afectiva, cariñosa, donde el amor se mueve y agita lo que haga falta, para que nuestro obsequio se empape de ello. Algo así me sucede cuando preparo las tarjetas navideñas para enviar a los que tengo en estima.

Recibir una tarjeta de navidad, en un período del año en el que todos hablan de paz y amor, supone una gran alegría. Todos los que alguna vez la habéis recibido estaréis de acuerdo conmigo. Bastaría ese único motivo, para empeñarnos en fomentar esta hermosa tradición. Es un tiempo propicio para recordar a los que queremos y no olvidamos, donde las fechas navideñas nos invitan a esforzarnos un poco más en la práctica del amor.

Si analizamos lo que supone enviar una carta, una postal, una tarjeta navideña , descubriremos que detrás hay todo un trabajo realizado, que cada paso viene calzado con ilusión  y predilección. Podemos empezar con el hecho de ir a comprar lo que necesitamos, la elección de la tarjeta navideña, su diseño, su imagen, su mensaje, el sobre…, hoy hay tantas cosas originales y bonitas. Luego lo importante, aquello que queremos transmitir pensando en el destinatario, a continuación, escribir su dirección, que nos recuerda la distancia en la que está la persona que amamos. La compra de sellos, encontrar un buzón en la calle, congratulándonos de que aún formen parte del paisaje urbano y depositarla en su interior, esperando la alegría del receptor al encontrarse con ella. Todo un ritual que mantiene viva toda una tradición.

Una felicitación navideña no es una carta del banco, ni un aviso oficial, ni propaganda comercial, que es lo que hoy día solemos encontrar en nuestro buzón, por eso sorprenderá gratamente y llenará de alegría cuando veamos algo distinto en él. ¿Quién no añora aquellas felicitaciones muchas veces elaboradas por nosotros mismos? ¿Quién no se regocija con una tarjeta navideña escrita y firmada a mano?

En estos últimos años, me viene sorprendiendo el comentario de un médico al que suelo felicitar anualmente por estas fiestas, desde la primera vez que me operó, y siempre que me encuentra, lo primero que me dice es: “ Gracias por tu felicitación, la tengo puesta en mi despacho, es la única que recibo”. Y noto que me lo comunica como algo valioso y excepcional.

Las redes sociales no son suficientes para resarcir aquellas emociones y tradiciones de antaño. Recuperemos tantos sentimientos y emociones que el mundo glacial de la tecnología y el mundo internauta nos ha quitado. Fomentemos el gozo de la Navidad, transmitamos amistad, afecto, cariño en estas fechas en las que reflexionamos sobre el AMOR con mayúsculas. Las relaciones con las personas que apreciamos  hay que mantenerlas, o las cuidamos o se mueren. Hagámoslo, felicitemos a los que queremos con una sencilla postal de navidad. El efecto que causará en el destinatario compensará cualquier esfuerzo.

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