Editorial

Reacción y refugio

Editorial · Fernando de Haro
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20 enero 2019
“¡Orderrrr!”. No parece casualidad que este grito del speaker del Parlamento británico, que se ha oído con fuerza durante los últimos debates sobre el Brexit y en la moción de censura a May, se haya convertido en un fenómeno viral. El video con los gritos del excéntrico John Bercow, intentando poner orden en los debates, ha tenido decenas de miles de visitas. Es paradójico que lo que más interese del Reino Unido en redes sociales, en un momento en el que los políticos del país parecen empeñados en consumar un suicidio de inspiración nacionalista, sea la anécdota de un personaje que pretende encauzar la conversación.

“¡Orderrrr!”. No parece casualidad que este grito del speaker del Parlamento británico, que se ha oído con fuerza durante los últimos debates sobre el Brexit y en la moción de censura a May, se haya convertido en un fenómeno viral. El video con los gritos del excéntrico John Bercow, intentando poner orden en los debates, ha tenido decenas de miles de visitas. Es paradójico que lo que más interese del Reino Unido en redes sociales, en un momento en el que los políticos del país parecen empeñados en consumar un suicidio de inspiración nacionalista, sea la anécdota de un personaje que pretende encauzar la conversación.

No parece tampoco casualidad que el otro personaje del momento sea Marie Kondo (@MarieKondo), la consultora japonesa que, a través de su serie en Nextflix, nos aconseja cómo mantener nuestra casa, y de paso nuestra vida, en orden. El #10yearschallenge (el ultimísimo reto en redes sociales que consiste en colgar una foto actual y otra de diez años para comprobar las diferencias) nos ha sorprendido a todos más deseosos de orden que en 2008. Porque entendemos cada vez menos el mundo y porque, en muchas ocasiones, aspiramos a defendernos de él, a encontrar una “opción refugio” que pueda ponernos a salvo de los nuevos bárbaros.

Las consecuencias nefastas de buscar una “opción refugio” a toda costa están a la vista de todos en el Reino Unido. El Brexit, que iba a convertir a las islas en un oasis, está haciendo de ellas un endiablado laberinto. Es difícil que May pueda presentar el próximo 29 de enero un nuevo plan para la salida de la Unión Europea que cuente con apoyos suficientes. Y el mes de abril, con la posibilidad desastrosa de un Brexit sin acuerdo, está cada vez más cerca. Afortunadamente la Unión Europea se mantiene firme, no cambia las condiciones, y pone al nacionalismo británico ante sus propias contradicciones. Los políticos británicos no acaban de darse cuenta de que hay solo tres opciones: un brutal Brexit sin acuerdo que los dejaría absolutamente solos y muy indefensos ante un mundo globalizado, aceptar el acuerdo de transición (que supone no salir del todo de la Unión pero no contar con sus ventajas) pactado con Bruselas o volver atrás, celebrar otro referéndum y quedarse en la Unión como estaban.

Políticos laboristas y conservadores, parece que también una parte importante de la sociedad británica, están subyugados por el espíritu de la reacción. Posiblemente también muchos de los espectadores de Marie Kondo. Por todos lados proliferan los que ante la confusión reclaman una vuelta a los principios y los valores de la tradición, al orden.

El espíritu de la reacción no es nuevo. El espíritu de la reacción es muy similar al espíritu de la revolución. Uno quiere detener la historia, otro la quiere acelerar. Los reaccionarios no son conservadores, son tan radicales como los revolucionarios. Están obsesionados por la decadencia de unos tiempos oscuros que han destruido un pasado donde todo estaba en su sitio, donde la gente sabía cuál era su lugar en el mundo. El espíritu reaccionario no reconoce en las circunstancias presentes una ocasión y una vocación, solo ve ruinas. Le domina la nostalgia, lo que hace del reaccionario una figura absolutamente moderna y nada tradicional. La nostalgia interpreta cualquier acontecimiento como un irrefutable argumento de que la luz de otros momentos ha desaparecido y todo está en tinieblas. Todo lo nuevo es peligroso, amenaza unas esencias que están a punto de desaparecer. Por eso hay que ponerse a salvo.

La nostalgia nunca puede ser desmentida porque se ha quedado sin tiempo, nunca está dispuesta a hacer un ejercicio de discernimiento racional sobre lo que está sucediendo. La nostalgia ya ha decidido que nada nuevo puede ocurrir, que no hay provocación a la que atender. No es solo el mal de los brexiters, es el de los nacionalistas hindúes, el de judíos ortodoxos, el de los islamistas, el de una corriente cada vez más importante entre protestantes y católicos.

Para el espíritu reaccionario la historia ha dejado de ser vocación, la historia es de lo que hay que huir para reconstruir el “mundo que hemos perdido”. Es el sueño de desandar el camino, de volver a una encrucijada que quedó atrás, y de retomar “la senda que no tomamos” en su momento. Que la historia siga su curso, que nosotros -recomienda el espíritu reaccionario- corregiremos las decisiones tomadas por una modernidad extraviada. Corrijamos la libertad equivocada en el momento en el que se produjo el error para recuperar el designio divino sobre la historia. El problema del espíritu reaccionario es que tiene una visión muy moderna, muy racionalista, de la libertad de Dios y de la libertad del hombre.

San Agustín escribió, en parte, su Ciudad de Dios para los que creían que la caída de Roma era consecuencia de “la senda que no se tomó”, del “mundo que se perdió” al abandonar los dioses de la tradición. Y a sus lectores les recordó que “la Divina providencia es la que funda los reinos de la tierra”. Los reinos del presente, no los del pasado.

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