¿Quién creía en la huelga?

Los gobiernos no pierden legitimidad, nohay reformas laborales ni de pensiones que paralizar. Sólo la petición genéricade un referéndum que hasta los convocantes saben que no se va a celebrar. Esuna especie de cita rutinaria, una obligación que los sindicatos mayoritariostienen que cumplir como si fueran funcionarios de la protesta. Y no les va malpara ser la segunda huelga general en menos de un año. A pesar de que a casitodo el mundo le importaba poco la convocatoria, a pesar de que para expresarel cabreo el español prefiere los canales de la acracia, se ha cumplido con laliturgia.
El consumo eléctrico descendió más de un12 por ciento; en los colegios, por el miedo y por si acaso, hubo unseguimiento de casi un 20 por ciento. Y el transporte de las grandes ciudades, dondees más fácil intervenir, también hizo que la jornada resultara molesta. Lospiquetes hicieron bien su trabajo y había, sorprendentemente, bastantescomercios con la persiana a mitad por si llegaba algún "informador" sindical.Lo dicho, que todavía las centrales mayoritarias tienen capacidad para creartensión, aunque sólo sea unas horas. Pero lo peor es que hasta en la protestahabía un aire de cinismo, de cansancio, deyo-estoy-aquí-con-el-pito-y-la-pancarta-porque-es-mi-trabajo-que-para-eso-soy-liberado.Hasta los que quieren parar el país parecen no estar convencidos. Y eso es lograve. Una se pregunta si queda alguien que crea en lo que hace.