Quemados por el deber ser

No es una humillación rotunda. No es una injusticia que te haga gritar o buscar el número de teléfono de tu amigo abogado. Es más bien la sensación de que no te valoran. Y tú acabas también por no estimar ese trabajo que en otro tiempo era capaz de despertar en ti una energía desconocida. Tomas distancia: “al fin y al cabo es un empleo, sin más, hago lo que tengo que hacer, me pagan y luego vuelvo a mi vida ”. El razonamiento es falso y lo sabes. La mayor parte de tu vida, de tu semana, transcurre entre las cuatro paredes de tu empresa y eres consciente de que no es posible refugiarse en la indiferencia. Has levantado una barrera cínica entre tu afecto y lo que tienes que hacer pero no funciona. Las horas se alargan. Ya no hablas de los desafíos que tienes por delante. Ya solo críticas la incapacidad de tu jefe para entenderte, para motivarte, para organizar bien las cosas. Los pensamientos autocompasivos son recurrentes. Duermes mal. Estás laboralmente quemado, exhausto, burned out. Como muchos otros.
Después del Covid se habló mucho de la “Great Resignation”, de la gran cantidad de trabajadores, sobre todo en los Estados Unidos, que no quisieron incorporarse a sus empresas. El problema se ha silenciado, pero no ha desaparecido. Hace unas semanas la revista Forbes publicaba una encuesta: un 66% por ciento de los trabajadores de Estados Unidos están quemados. La revista Fortune aseguraba que el 82% se enfrentan al riesgo de quedar abrasados. En el caso de la generación Z (los 21-27 años) y los millennials (entre los 28-43 años) el porcentaje se acerca al 90%. Nueve de cada diez jóvenes y no tan jóvenes son infelices en el trabajo. Los que están más cerca de jubilación sufren menos.
La economía mundial, tiembla por la guerra comercial, por la inestabilidad geoestratégica, por la transición energética, por el desafío de la Inteligencia Artificial. Pero eso es poco si se lo compara con lo que amenaza su fundamento: el trabajo. El profundo malestar y la falta de satisfacción del sujeto que trabaja pone en peligro los cimientos. Siempre aparece el problema del sujeto.
El burn out provoca ya una pérdida del 4 por ciento del PIB mundial. Las estadísticas de trabajadores quemados en Europa son algo menores que las de Estados Unidos. Pero se repite el mismo fenómeno generacional. Los boomers, (con más de 60) son los están menos agotados, los que mejor se relacionan con sus compañeros.
¿Por qué los jóvenes sufren más el burn out? La respuesta fácil es acusar a las nuevas generaciones de haber “perdido valores” y capacidad de sacrifico: asegurar que cualquier tiempo pasado fue mejor es un derroche de pereza intelectual y de falta de afecto por el presente.
La respuesta fácil es acusar a los miembros de la generación Z y a los millennials de un narcisismo que les impide una relación sana con la realidad. En esa dirección apuntaba el tan admirable en otras cosas David Brooks en un artículo publicado hace unos días en The New York Times. El articulista aseguraba que ese narcisismo y la falta de capacidad para negarse a uno mismo había acabado con el amor. “Hemos pasado demasiadas décadas ocupados con el yo”, sentenciaba Brooks.
Es precisamente lo contrario. El burnt out es el mejor ejemplo de que el descuido del yo, la falta de seriedad con nuestro deseo de realizarnos en el trabajo, la falta de autoestima son las que nos impiden tener paciencia, no cansarnos, no dejarnos robar la energía por jefes ineficientes, injustos o desconsiderados. El amor al yo es el que permite soportar el cansancio y ser libre respeto a cierta idea de lo que debes ser como trabajadores. El deber ser, la gran trampa.
Muchos pretenden solucionar el problema del burn out con el virus que lo ha causado: aumentado aún más la distancia entre lo que eres y lo que pretendes ser. Es precisamente lo contrario: solo se trabaja bien cuando esa distancia se reduce a cero.
Desear ser amado, valorado, buscar la satisfacción en lo que se hace, no es una enfermedad, es nuestra naturaleza y la fuente de cualquier energía. Hace unos días Antonia Bentel, una escritora que trabaja por su cuenta, publicaba en la red social Substack las conclusiones de una pequeña encuesta. Pidió a un grupo de amigos y desconocidos que explicaran lo que supone enamorarse. Uno respondió: “enamorarse es como entrar en una habitación que no sabías que existía en tu propia casa”. Otro: “me enamoro cuando alguien me ve de una forma en la que yo no sabía que podía ser vista”. Un tercero: “me enamoro cuando alguien me mira “en el más absoluto desorden, en mi dolor, en mi mezquindad, con mis multas de tráfico sin pagar”.
¿Son las respuestas de personas narcisistas o sentimentalistas? Todo lo contrario, son las respuestas de personas que se han “conocido”, mirado, a sí mismas de un modo diferente: la mezquindad, la incapacidad ya no les bloquea. Ha surgido en ellos un nuevo yo, un yo más potente. Estamos quemados porque hemos descuidado ese yo.