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¡Que vuelvan los comunistas del 78!

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5 febrero 2012
Enterrado. Zapatero ha quedado enterrado este fin de semana en el que los socialistas españoles han celebrado el XXXVIII Congreso para elegir a su nuevo secretario general. La elección de Alfredo Pérez Rubalcaba, el hombre más que derrotado en las elecciones del pasado 20 de noviembre, el hombre que le ha hecho perder a su partido casi cinco millones de votos, sólo tiene una explicación. Su rival, Carmen Chacón, era la heredera designada por Zapatero para quedarse en ese puesto.

Y algo más de la mitad de un socialismo maltrecho, con un grupo parlamentario muy reducido, sin poder regional ni municipal, no quiere saber nada de la política vacía, de buenas palabras y resultados nefastos de Zapatero. Sólo eso explica que el fracasado Rubalcaba se haya convertido en líder del partido. ¿Adiós definitivo al nihilismo y radicalismo político también en la izquierda? No. El zapaterismo se ha quedado adherido a la suela de los zapatos socialistas como un chicle en una cuestión esencial. La izquierda española se niega a modernizarse en cuestiones de laicidad.

Desde su visita a Santiago de Compostela, Benedicto XVI propuso a España como el lugar privilegiado para un diálogo entre la fe y la modernidad. Y la política forma parte de la modernidad y hay una modernidad que parece diálogo. El Rubalcaba que entierra a Zapatero se queda con su anticlericalismo. El sábado en su discurso antes de ser elegido pidió que se denunciaran los Acuerdos Iglesia-Estado para que la Iglesia española deje de "gozar de privilegios". Los Acuerdos Iglesia-Estado, que sustituyeron en 1979 al concordato franquista, ya han sido modificados. Y fueron precisamente modificados después de que en 2006 el Gobierno de Zapatero, en el que estaba Rubalcaba, impulsara y aceptara un cambio sustancial en la financiación de la Iglesia. Hasta ese momento la Iglesia española se había financiado, en gran parte, con una asignación presupuestaria. Desde entonces es autónoma y se financia a través del 0,7 por ciento del impuesto de la renta de aquellos que quieren apoyarla. Fue un cambio muy favorable que no fue posible en la época de Aznar. Pero a pesar los hechos, el socialismo español permanece anclado en su resistencia a reconocer el significado de la laicidad positiva, no quiere admitir teóricamente el beneficio que le reporta al Estado la colaboración con la Iglesia católica, por su aportación social, por el enriquecimiento que genera en la vida democrática.

La Constitución española del 78 reconoce esa laicidad positiva porque habla en su artículo 16.3 explícitamente de la colaboración del Estado con la Iglesia católica. En el primer borrador del texto constitucional, de enero del 78, la mención a la Iglesia católica no estaba. Se incluyó en mayo de ese año. Y los socialistas, en concreto Peces Barba, abandonaron la ponencia constitucional para protestar por el cambio y, curiosamente, para intentar eliminar otra frase que garantizaba la libertad de educación. El 7 de julio de 1978, cuando se produjo el debate en el pleno de las Cortes Constituyentes, los socialistas volvieron a intentar eliminar la referencia a la colaboración con la Iglesia católica. Y fueron los comunistas, Santiago Carillo, el hombre que había perseguido a la Iglesia en la II República, el que la defendió. Carrillo dijo entonces: "si nosotros hemos votado el texto del dictamen, no es porque estemos dispuestos a dar ningún privilegio particular a la Iglesia católica (…). No hay ninguna confesionalidad solapada. Lo que hay, me parece, de una manera muy sencilla, es el reconocimiento de que en este país la Iglesia católica, por su peso tradicional, no tiene en cuanto fuerza social ningún parangón con otras confesiones igualmente respetables". Realismo, realismo comunista. ¡Que vuelvan los comunistas del 78!

En ese debate hay también una intervención del ya difunto Gabriel Cisneros, representante del Gobierno, que merece ser enmarcada. "El hecho religioso no sólo no se agota en esta esfera de la individualidad, sino que se realiza y cobra su efectiva dimensión en el plano de lo social, de lo comunitario, es decir, de lo inexorablemente público", decía entonces uno de los padres de la Constitución. Los socialistas podrán estar más o menos dispuestos al diálogo entre fe y modernidad. Ya veremos si algún día las cosas cambian. Pero quizás lo más decisivo sea que los católicos españoles entiendan que tienen un camino por delante hasta hacer suyo lo que decía Cisneros: que el hecho religioso tiene una dimensión comunitaria y pública. Que está llamado, si es verdadero, y no un mero ejercicio de piedad o un fenómeno de gueto, a formularse, explicarse de modo que sea comprensible para todos, de un modo universal. Con este ejercicio la fe, dada en muchos casos por supuesta, ganará mucho.

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