¿Qué se sabe de Cataluña?

España · Francisco Pou
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20 abril 2016
Es una pregunta frecuente de quien llega, pero que empieza a ser frecuente también entre los catalanes; ¿qué está pasando?, ¿dónde estamos con “la cuestión soberanista?, ¿cómo está Cataluña? No es una pregunta baladí en una autonomía en la que los medios de comunicación dependen totalmente del control y la subvención del Govern, y donde temas como sanidad, educación, cultura y, últimamente, economía poco importan. Tampoco en el Parlament. No hay más cuestión que “la questió”. No hay proyectos legislativos. Y estar bien informado no es tarea fácil para el hombre de la calle.

Es una pregunta frecuente de quien llega, pero que empieza a ser frecuente también entre los catalanes; ¿qué está pasando?, ¿dónde estamos con “la cuestión soberanista?, ¿cómo está Cataluña? No es una pregunta baladí en una autonomía en la que los medios de comunicación dependen totalmente del control y la subvención del Govern, y donde temas como sanidad, educación, cultura y, últimamente, economía poco importan. Tampoco en el Parlament. No hay más cuestión que “la questió”. No hay proyectos legislativos. Y estar bien informado no es tarea fácil para el hombre de la calle.

La prensa en Cataluña: una gran merienda

Muchos, incluso entre los múltiples “padres de la nueva patria”, advierten que el soufflé separatista se está deshinchando. A la hora de la verdad, Cristóbal Montoro, es decir España, es decir Europa, paga religiosamente los descalabros de una caja que en Cataluña no logra desprenderse de un déficit acelerado. La semana pasada, por ejemplo, la televisión autonómica aumentaba su cifra de 337 millones de euros en 26 más. En el Govern de la utopía, los recursos dedicados a la propaganda son ingentes. Solo el departamento de Presidencia anunciaba una última “propina” urgente de 2,2 millones de euros: El PuntAvui (568.000), El Periódico (480.000), La Vanguardia (445.000), Ara (367.000), Vilaweb (71.000), NacióDigital (45.000) o e-notícies (43.000). Pero es que hay mucho más. Los medios citados y 600 medios de comunicación más en total son regados también por las subvenciones lingüísticas y, más trabajoso de recopilar, por la abundante publicidad institucional y suscripciones.

Unos 400 millones de euros a medios y sus periodistas. Si para conocer la realidad catalana utiliza uno los medios informativos catalanes hay que aseverar, sin ningún género de dudas, que esa información está comprada y por lo tanto tiene la fiabilidad de la prensa cubana. Hace pocos días, Enric Millo (PP) denunciaba que el Govern dedica más recursos a su publicidad que a la pobreza energética, por ejemplo. Una pobreza, la energética, que se había convertido en caballo de batalla de la propaganda gubernamental. Si, como afirman los clásicos de la teoría política moderna, la prensa es un cuarto poder indispensable en la vida democrática, en Cataluña la democracia vive en una fábula.

No hay política

Además de presupuestos, hay realidades que no se conocen. Por ejemplo, la realidad del castellano en Cataluña. Mientras haya libertad para comprar libros, sigue ocurriendo que los catalanes leemos más libros en castellano (71%) que en catalán (26,4%). Por más que, llegando ahora la festividad de Sant Jordi, vuelvan a publicarse las subvenciones monocolor que recibe sólo la literatura en catalán. Igual ocurre, y en mayor medida, con las opciones libres de los catalanes con el cine y la televisión. Y sin embargo, la cuestión lingüística sigue siendo una pieza clave en la reivindicación romántica, dibujando una imaginada población oprimida.

Al final, lo que falta en Cataluña es política de verdad. No hay política, no hay debate posible, cuando una sola respuesta nacional apaga cualquier pregunta con su universal respuesta subvencionada. No hay “incorrección” cuando todas las correcciones “correctas” están cebadas de fondos públicos. Y la falta de pasión y tensión política, cuando además las cosas no cambian, genera hastío. La utopía cansa, y la “independencia para pasado mañana” va cumpliendo años de promesas falsas renovadas en cada edición por más que nuevos ministros de la señorita Pepis sigan abriendo embajadas virtuales. La política se ha convertido en un juego floral.

El flamante nuevo president Puigdemont decía estos días, pasado el número 100 de su gobierno, que no va a haber DUI (acrónimo propagandístico, como dando empaque asambleario, de la “declaración unilateral de independencia” ). Curiosa forma de hacer cosas es la de vender lo que no se hace. Pero al final la realidad se impone y el barómetro del Govern sigue indicando que la opción separatista sigue siendo minoría. Algunos observadores ven la opción radical como la nueva vía para generar tensión donde ésta se apagaba. Ha sido el caso del “manifiesto Koiné” (de la plataforma Llengua i República), una propuesta de liquidación y linchamiento de la lengua castellana opresora. La polvareda ha sido monumental, incluso entre los independentistas más dialogantes. Cuando la utopía en vez de salvar personas atiza con razas, lenguas o clases, necesita la fuerza o el radicalismo para defender sus planes quinquenales. Un juego floral que nunca acaba, porque nunca llega mañana.

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