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¿Qué regeneración política?

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27 enero 2013
En España, un año y unas semanas después de que empezara a gobernar el PP no se habla más que de la necesaria regeneración de la política. En Italia, a menos de un mes de las elecciones, cuando el país afronta unos comicios que pueden cerrar un período histórico, el tema dominante es el mismo. En realidad, de lo que se habla es de la corrupción.

Según los informes que hace Transparency International España e Italia conforman la "gran excepción del sur". Son los dos países que, además de una alta prima de riesgo en la cotización de deuda pública, tienen también una alta prima por falta de limpieza política. Son los dos países del entorno europeo, según sus ciudadanos, con más corrupción. No incluimos a Grecia porque juega en otra división.

Habría que hacer un examen crítico del ranking de Transparency porque la corrupción percibida y la corrupción real no tienen por qué coincidir. Admitamos en cualquier caso que fuera así. Eso no significa que se pueda aceptar todo lo que se predica en nombre de la regeneración política. Algunos discursos sobre la necesaria moralización fomentan un desapego irresponsable hacia la vida democrática y alimentan instintos contra los partidos y las instituciones. El desprestigio, cebado por el individualismo, alcanza a cualquier expresión de la vida común. Eso explica que un juez italiano haya considerado, recientemente, la pertenencia a un movimiento social indicio de delito. Hay directores de periódicos y opinadores que parecen aprovechar la situación para alimentar una hoguera en la que pueden arder muchas cosas buenas. Por eso hay que recordar que en una democracia la legitimidad la dan las urnas y no los púlpitos de los "puros".

Italia y España están inmersas en un fin de ciclo. Alguien ha señalado que Italia vive ahora las consecuencias de la caída del muro de Berlín. Después de que se hayan agotado ciertas fórmulas de derecha que pretendieron heredar, de un modo particular, de la vieja democracia cristiana. En España la crisis, que va por el sexto año, las duras reformas, la mala herencia de Zapatero, la torpeza para comunicar de Rajoy y algunos factores más han provocado una profunda desconfianza de la opinión pública hacia las dos grandes formaciones de gobierno que han protagonizado los 35 años de democracia.

¿En qué consiste una auténtica regeneración política en este contexto? En España el sistema de partidos políticos, a diferencia de lo que sucede en Italia, es muy reciente. Tanto el PP como el PSOE se montaron casi de la nada. El Partido Comunista, que es el único que tuvo base popular durante el franquismo, prácticamente está desaparecido. El PSOE, por más que reivindique antigüedad, fue una creación de diseño de la administración estadounidense, la socialdemocracia europea y algún eclesiástico. La Constitución del 78 establece un sistema electoral que favorece el bipartidismo y una fórmula hermética para elaborar las listas electorales. Los votantes no tienen capacidad para influir en la vida de las formaciones, a diferencia de lo que sucede en Alemania. A esos partidos fuertes, creados desde arriba, se les dieron amplias competencias en la vida social y económica. Se creó una auténtica partitocracia. Lo que ha sucedido en las cajas de ahorros o lo que ocurre en el Poder Judicial es una buena prueba de ello.

Es esa partitocracia la que explica, en gran medida, los casos de corrupción que en este momento son noticia. Sólo en un partido hermético su tesorero puede reunir 22 millones, en una cuenta suiza, sin que una base popular lo sepa y lo impida. Sólo en un partido cerrado el director de su think tank puede cobrar sobresueldos a través de una colaborada ficticia.

Pero la regeneración no consiste en pasar de la partitocracia a una antipolítica que otorgue el poder a magistrados y periodistas jacobinos. Italia vivió durante la primera república (antes de los años 90) una experiencia de partidos con muchas limitaciones pero con una base popular. Lo que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con el populismo. Durante la transición a la democracia, los españoles se sintieron identificados con sus partidos. No se puede volver atrás en la historia. Pero está claro que el camino para una regeneración es una mayor porosidad entre la sociedad civil y las formaciones políticas. Eso no se consigue con buenas intenciones. Exige medidas concretas como la reforma del sistema electoral. En el español es difícil adoptar las listas abiertas pero cabría una fórmula como la alemana, que permite al elector seleccionar candidatos. Ya hay estudios hechos sobre su posible implantación.

La antipolítica no regenera, alimenta la irresponsabilidad. La regeneración exige, por el contario, más responsabilidad, más crítica de los ciudadanos, más vertebración de la vida social, más compromiso, menos queja. La regeneración se consigue con más política, de la buena, de la que nace de abajo. 

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