¿Qué razones hay para la ruptura?

España · José Luis Restán
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26 septiembre 2017
Hace ahora once años, en la Plenaria de otoño de una CEE presidida por Mons. Ricardo Blázquez, y en pleno vendaval legislativo de Zapatero, los obispos sacaron adelante un documento titulado “Orientaciones Morales ante la actual situación de España”. Fue un texto trabajoso, pulido y repulido, ya que afrontaba cuestiones trascendentales de la vida común de los españoles, cuestiones nada pacíficas en aquel momento. 

Hace ahora once años, en la Plenaria de otoño de una CEE presidida por Mons. Ricardo Blázquez, y en pleno vendaval legislativo de Zapatero, los obispos sacaron adelante un documento titulado “Orientaciones Morales ante la actual situación de España”. Fue un texto trabajoso, pulido y repulido, ya que afrontaba cuestiones trascendentales de la vida común de los españoles, cuestiones nada pacíficas en aquel momento. A mí me parece un texto profético en muchos sentidos. Abordaba el riesgo que corrían las bases culturales y morales que hicieron posible el pacto de la Transición, la pleamar de un laicismo redivivo (tras años de hibernación), el desgaste de nuestras instituciones políticas, la pérdida del sentido del bien común, y los problemas ligados a las exigencias de los nacionalismos. Fue trabajoso en su redacción y discusión, pero salió adelante con 63 votos a favor, 6 en contra y 3 abstenciones. La templada coordinación de Blázquez, el liderazgo de Rouco y la lucidez del análisis de Sebastián lo hicieron posible.

Antes de su publicación había suscitado ya no pocos ataques preventivos, especialmente en lo tocante al discernimiento en torno al fenómeno de los nacionalismos. Flotaba en el aire (sobre todo en ciertos aires) la sospecha de que habría una suerte de “canonización” de la unidad de España, el temor a que se confundiera la cultura con la teología y la pastoral con la política. Difícilmente se puede sostener tal cosa cuando se leen estas páginas de sabio discernimiento histórico realizado con la inteligencia propia de la fe, con el poso de la tradición, con la prudencia y el realismo de quien entiende cuánto de contingente hay en los análisis históricos, incluso cuando se hacen con la más limpia intención y con la luz que viene de la Doctrina Social de la Iglesia.

En estas semanas resulta iluminador y consolador volver a este documento que, lógicamente, no es la última palabra, pero que sinceramente pienso que ofrece a la sociedad española (no sólo a los católicos) un balón de oxígeno. Empecemos por la consideración de la realidad de España, muy alejada de cualquier “esencialismo” y también de cualquier leyenda rosa. Se habla de un largo proceso cultural y de una cierta comunidad de intereses e incluso de administración, que comenzó con la romanización de nuestro territorio. Se reconoce que esto favoreció el arraigo de la fe cristiana, que se constituyó en un elemento fundamental de acercamiento y cohesión.

Por lo que se refiere a la configuración política de España, se extrema la prudencia: la Iglesia no tiene nada que decir acerca de las diversas fórmulas posibles, que han ido cambiando según las vicisitudes históricas. Los obispos advierten que “ninguna fórmula política tiene carácter absoluto” y, de igual modo, ningún cambio podrá tampoco resolver automáticamente los problemas que se vayan presentando. La única recomendación es “que todos piensen y actúen con la máxima responsabilidad y rectitud, respetando la verdad de los hechos y de la historia, considerando los bienes de la unidad y de la convivencia de siglos y guiándose por criterios de solidaridad y de respeto hacia el bien de los demás”.

Es decir, frente a utopías de uno y otro signo, siempre afirmadas en abstracto y sobre el vacío, se pide partir de los hechos (de la historia como realidad dinámica) ponderando los bienes que en cada momento estén en juego. Y en este sentido cabe afirmar que el entramado de relaciones que se han ido tejiendo a lo largo de los siglos (no sin situaciones dramáticas y dolorosas) no puede romperse mediante un tijeretazo unilateral. Aclaro que esta formulación es completamente mía, pero creo que responde con exactitud al espíritu y a la letra del documento.

Sin embargo el texto no elude la cuestión, ya por entonces candente, de los nacionalistas que pretendan modificar la unidad política de España, por métodos democráticos. Los obispos reconocen la legitimidad de esa pretensión, si bien, para valorarla concretamente, proponen que sea “justificada con referencia al bien común de toda la población directa o indirectamente afectada”. Es en ese paso cuando la Instrucción pastoral plantea el meollo de la grave cuestión que afrontamos dramáticamente estos días: “si la coexistencia cultural y política, largamente prolongada, ha producido un entramado de múltiples relaciones familiares, profesionales, intelectuales, económicas, religiosas y políticas de todo género, ¿qué razones actuales hay que justifiquen la ruptura de estos vínculos?… ¿Sería justo reducir o suprimir estos bienes y derechos sin que pudiéramos opinar y expresarnos todos los afectados?”.

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