Qué queda de la primavera árabe

Mundo · Martino Diez
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8 abril 2013
«Esta tarde hablaré como estudioso, pero también como observador comprometido». Comienza así Marc Lynch, profesor asociado de ciencias políticas y asuntos internacionales en la George Washington University y considerado un puente entre el mundo académico americano y la administración Obama (su blog es uno de los más seguidos). El pasado 25 de marzo, en Venecia, invitado por el profesor Matteo Legrenzi (en el marco de las iniciativas de la Ca' Foscari School of International Relations), desarrolló el tema Qué queda de la Primavera Árabe.

Con rasgos rápidos y precisos reconstruye la percepción negativa de Oriente Medio (un lugar violento, donde el cambio es imposible) que había arraigado entre los americanos después del 11 de septiembre, para poner luego de relieve la sorpresa que generaron las revueltas de los primeros meses de 2011: eran noticia en los medios de comunicación movimientos no violentos, «gente como nosotros, con la cual identificarse». Sin embargo, el entusiasmo duró poco y hoy vuelve a dominar el pesimismo: al final en Oriente Medio el cambio -esta es la conclusión predominante- tiene efectos negativos.

Lynch no está de acuerdo. Reconoce elementos de verdad en esta diagnosis, pero considera que no hay que leer los hechos de la Plaza Tahrir como un acontecimiento puntual, una especie de milagro, sino como la expresión de un cambio estructural en las sociedades árabes que viene de mucho más lejos, por lo menos de los años noventa. Hasta ese momento, de hecho, el debate político en Oriente Medio era totalmente inexistente. Los regímenes controlaban todos los aspectos de la vida de los ciudadanos y tenían el monopolio de la información. Un ejemplo clarísimo: cuando Sadam Hussein invadió Kuwait, la mayoría de los sauditas lo supo sólo al cabo de cuatro días. Los líderes sauditas, en efecto, indecisos sobre qué hacer, prefirieron ocultar al pueblo lo que estaba sucediendo. Estamos hablando de hace apenas veinte años, pero parece otra época. Tras algunas tímidas aperturas, el viraje llega con el canal por satélite al-Jazira. O mejor, la primera al-Jazira, cuando la emisora catarí gozaba de una substancial libertad de acción, a diferencia de hoy. Al-Jazira «adoptó una orientación inusual en cuanto a la política: eligió hablar de ella». El enorme éxito (índices de audiencia del 50-60% en todo el mundo árabe, cuando un gigante como Fox News actualmente no supera el 5% en EEUU) era signo de una necesidad. Las primeras discusiones versaban sobre todo acerca de política exterior, con la condena de la invasión americana de Irak, pero rápidamente las críticas comenzaron a tratar también de política interna. Esta tendencia de largo plazo, en la que los new media han actuado como multiplicadores, es la razón por la cual Lynch no considera posible un regreso al pasado.

Pero, ¿cuál fue entonces la novedad de las revueltas árabes de 2011? Que, por primera vez, la protesta tuvo éxito. Los manifestantes, primeros sorprendidos, vieron como les apoyaba la población local. Por esto, según Lynch, la imagen de la primavera árabe no está del todo fuera de lugar si se usa para delimitar un período de tiempo que va de enero a marzo de 2011, cuando en los países árabes se difundió la idea de que el cambio era posible, es más, inevitable. La caída de Ben Alí fue la señal, la dimisión de Mubarak la confirmación. Sin embargo, la primavera conoce un brusco compás de espera en el mes de marzo: Arabia Saudí, mediante generosas concesiones económicas y la intervención de su aparato de seguridad, contiene la protesta en su patria y sofoca la revuelta en Bahrein, jugando por primera vez la carta del sectarismo, es decir, oponiendo a sunitas y chiítas. Siempre durante el mismo mes la revuelta no violenta en Yemen y Siria se transforma en revuelta armada y Gadafi llega a un paso de la eliminación física de los insurrectos en Cirenaica. En ese momento la OTAN decide intervenir en Bengasi. Acaba así la esperanza de que un cambio pacífico sea posible en cualquier parte. Desde ese momento, en efecto, se impone la opción militar.

Sin embargo, incluso donde el levantamiento árabe (este es el término que Lynch prefiere) ha fracasado, como en el Golfo, las cosas no han vuelto ni podrán volver al punto de antes. La previsión del estudioso americano es bastante optimista para el Norte de África, al menos a medio plazo, una decena de años: a pesar de que se han cometido todos los errores posibles e imaginables, sobre todo en Egipto, pese a un estancamiento político, una creciente polarización y el riesgo de un fracaso económico en la esquina, el desafío todavía está abierto. En cuanto al Golfo Lynch, en cambio, lanza la hipótesis de un aumento de las protestas populares, mientras que las perspectivas son muy negras para Siria y los Estados confinantes (tradicionalmente conocidos como Levante). Reina la anarquía, facciones rivales se contienden el territorio y el riesgo de que la crisis se amplíe no es para nada remoto, sobre todo si el problema palestino viviese un recrudecimiento.

Lorenzo Cremonesi, enviado de guerra del periódico italiano Il Corriere, hace referencia precisamente a Levante para replicar a la exposición de Lynch en calidad de respondent. Le concede la mayor parte de los puntos, pero subraya que la situación de anarquía ha llevado a un sentimiento generalizado de cansancio entre la población. Ahora la prioridad es restablecer el orden, a cualquier precio. Cita su experiencia personal con los notables afganos en seguida después de la intervención de la OTAN: hemos aceptado a los talibanes -explican- porque el país había caído en una tal degeneración que ante todo necesitábamos orden. Cremonesi observa también que la campaña de Libia había cambiado de naturaleza a lo largo de los meses: de la defensa de Bengasi se pasó a la fase ofensiva que puso de relieve la ambigüedad de los rebeldes. Por último, pone en guardia acerca de la penetración efectiva de Internet en estos países: se trata de un fenómeno todavía limitado, toda una parte del país, por ejemplo en Egipto, está totalmente excluida.

Sin embargo, sobre un punto se observa un acuerdo completo: el peso de la rivalidad entre sunitas y chiítas, que volvió a estallar después de la guerra de 2003 en Irak. Se trata de la última clave de lectura que los oradores dan al público.

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