¿Qué pasa en Siria?
El conflicto en Siria estalló de nuevo en las mismas horas en que Israel y Hezbolá firmaban una tregua en Líbano. En la mañana del miércoles 27 de noviembre, una coalición de milicias rebeldes -entre ellas Tahrir al-Sham (HTS), el movimiento islamista heredero del grupo yihadista Jabhat al-Nusra- lanzó por sorpresa un ataque a gran escala desde el frente oriental de la provincia de Idlib, muy probablemente con el apoyo militar de Turquía, contra las posiciones fronterizas del ejército de Assad, que no pudo resistir el impacto y se vio obligado a retirarse. A pesar de los bombardeos de las fuerzas aéreas rusas y sirias, los milicianos ocuparon en pocas horas varios pueblos e instalaciones militares al este de Idlib y un tramo de la autopista M5, arteria vital que conecta los principales núcleos de población sirios en el oeste. Con las tropas del ejército derrotadas, el sábado 30 de noviembre, las milicias del HTS entraron en Alepo, antaño el centro urbano más populoso y próspero del país, sin encontrar especial resistencia.
Ha sido el éxito militar más importante y rotundo logrado por las fuerzas de la oposición en catorce años de guerra. La ciudad había sido objeto de disputa durante mucho tiempo entre las fuerzas rebeldes y las gubernamentales; estas últimas, tras un largo y destructivo asedio, habían logrado, con el apoyo de la Fuerza Aérea rusa, reconquistarla por completo en diciembre de 2016, marcando un punto de inflexión decisivo en el curso del conflicto. Después de Alepo, el avance continuó en dos líneas: una en dirección este, destinada a controlar el aeropuerto internacional de Damasco y la campiña circundante; otra hacia el sur, en dirección a la ciudad de Hama, que condujo a la ocupación de Khan Shaykhun, localidad tristemente célebre por los ataques químicos que tuvieron lugar en abril de 2017.
La operación militar también es significativa porque, además de suponer el primer avance de la coalición islamista tras años de derrotas y desavenencias internas, rompe de hecho la tregua que entró en vigor en marzo de 2020 con el acuerdo turco-ruso que había congelado la situación sobre el terreno y dividido el país en tres esferas de influencia: Idlib para los islamistas, Rojava para los kurdos y el resto (salvo algunos enclaves) para el Estado sirio. L’Orient-Le Jour, citando la opinión de varios analistas, subraya la oportunidad del ataque, y su consiguiente eficacia, lanzado pocos días después de las incursiones israelíes en Siria que golpearon a las fuerzas de Bashar Assad y a las milicias chiíes aliadas en Palmira y Damasco. Charles Lister, director del programa sirio del Instituto de Oriente Medio, señala dos elementos. El primero es la enorme debilidad del régimen, que ha renunciado a defender un centro vital como Alepo; el segundo se refiere al considerable aumento de la capacidad bélica de Tahrir al-Sham, organización que ha conseguido reforzar su arsenal con nuevas armas, incluidos drones y misiles de crucero, en los últimos años.
Sin embargo, hay que esperar para ver si Rusia e Irán ayudarán a Assad a contraatacar, y cómo lo harán. Inmediatamente después del inicio de la ofensiva, Assad voló a Moscú para discutir la situación con el presidente ruso Putin. El Kremlin reiteró su compromiso de defender Damasco y restaurar la condición de Estado en los territorios perdidos. Irán también ha emitido un mensaje de apoyo a Damasco, aunque parece claro para los analistas que la coalición pro-Assad se ha visto gravemente debilitada por la concurrencia de escenarios bélicos: Ucrania para Moscú, Gaza y Líbano para Teherán. Además, en el curso del avance, los rebeldes eliminaron a Kiumars Pour-Hashemi, uno de los comandantes de los Guardianes de la Revolución iraníes destacados en Alepo. Por último, no hay que pasar por alto el papel de Turquía, que, según informa L’Orient-Le Jour, podría seguir «prestando apoyo a las milicias rebeldes, en consonancia con sus intereses de seguridad regional». Según Al Monitor, el presidente Erdoğan, tras el fracaso de las conversaciones informales con el gobierno sirio, habría apoyado la iniciativa: la ampliación del gobierno del HTS permitiría crear una «zona segura» en la que reubicar a los cerca de 3,6 millones de migrantes sirios que se encuentran actualmente en Turquía. Las maniobras de Ankara podrían desestabilizar aún más el norte de Siria y especialmente a la población kurda: en este sentido, los dirigentes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) ya están organizando la evacuación de los kurdos alepinos de la ciudad. Por último, está la cuestión de la minoría cristiana, perseguida varias veces durante la guerra civil por Jabhat al-Nusra y otras siglas salafistas yihadistas. Uno de los líderes de la organización, Ahmed al-Dalati, hablando desde la mezquita de al-Radwah en Alepo, prometió inclusión y respeto a todas las minorías, incluidos cristianos y armenios, pero la situación sigue siendo precaria: muchos miembros de la comunidad cristiana local -que ha descendido de 150.000 creyentes antes de 2011 a los 25.000 actuales- han decidido al parecer abandonar la ciudad, conscientes de la violencia del pasado.
Artículo publicado en Oasis
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