¿Qué (nos) pasa con el islam?

Cultura · Miriam Díez Bosch
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26 julio 2017
Por su interés, publicamos la entrevista de Aleteia con Fernando de Haro a propósito de su libro-entrevista con Samir Khalil Samir, titulado ´El islam del siglo XXI´.

Samir Khalil Samir es un experto en islam. El periodista Fernando de Haro le ha entrevistado en un libro-entrevista editado por Encuentro. Ambos ahondan en el islam del siglo XXI, y advierten que el islam es plural y está demasiado estereotipado. “No podemos seguir viendo al otro como algo negativo. No es serio que sigamos así”, nos responde.

¿Qué pasa con el islam?

Pasan muchas cosas. ¿Qué nos pasa a nosotros con el islam? ¿Y qué le pasa al islam? Podríamos empezar por ahí. A nosotros nos sobra ignorancia y nos sobran interpretaciones ideológicas sobre el islam, nos sobran leyendas rosas y leyendas negras.

Creemos que el mundo del islam es un mundo compacto y uniforme, cuando es un mundo muy complejo.

De hecho habría que hablar de muchas formas de islam: del islam del pueblo, realmente religioso; del que ha sido instrumentalizado por proyectos políticos y de poder, o sea del islamismo; del chiismo; del sunismo, de las corrientes wahabitas dentro del chiismo que se extiende por el mundo gracias al dinero de Arabia Saudí, de corrientes que rechazan la crítica textual del Corán y que suelen ser poco claras con la cuestión de la violencia; del sunismo de Al Azhar, la gran mezquita del Cairo, que se abre a la libertad religiosa y al concepto de ciudadanía; del sunismo reformista que distingue comunidad religiosa y política; del islam europeo que se enfrenta con los retos de la modernidad…

Estamos hablando de un universo lleno de galaxias muy diferentes entre sí. Y a menudo nos pasa que reducimos esa gran complejidad a cuatro eslóganes o a una interpretación simplista.

Dentro del universo islámico se está viviendo una época de turbulencias muy semejante a la que se vivió en Europa en la I Guerra Mundial. Turbulencias culturales, religiosas, geoestratégicas.

El islam se encuentra ante el reto que la globalización plantea a cualquier forma de pertenencia. En muchos sitios las antiguas identidades están sufriendo una crisis severa. Los padres han perdido la capacidad de transferir sus creencias a los hijos y aparecen “identidades de sustitución”.

Los estamos viendo en Europa con los yihadistas que atentan. Ya no pertenecían a la comunidad islámica, se dedicaban a la droga y a internet. Y el Estado Islámico, que ni es Estado ni es Islámico, les ha ofrecido una identidad nueva, violenta, nihilista que toma como pretexto algunos pasajes del Corán. El islam se encuentra con el reto de hacer frente a esta forma de nihilismo que dice actuar en su nombre.

También hay intereses menos identitarios y más territoriales.

Sí, el reto tiene mucho que ver con las disputas territoriales. Arabia Saudí y los países del Golfo, patrocinadores del wahabismo suní, están luchando por una hegemonía en Oriente Próximo ante el temor de que Irán y la minoría chiita gane terreno. Sin esta clave no se entiende la fuerza del Daesh. Tampoco se entiende sin las equivocaciones de Occidente que sigue pensando en clave de choque de civilizaciones, que firma contratos millonarios con Riad y que da por adquiridos los presupuestos antropológicos necesarios para desarrollar una democracia como la nuestra.

Al tiempo que el islamismo violento, del que es fácil encontrar parte de su origen en el pensamiento occidental, pretende adquirir todo el protagonismo, hay procesos, desconocidos, dentro del chiismo y del sunismo muy interesantes. Procesos que pueden abrir el islam a las provocaciones de la modernidad, a las exigencias de tutelar la libertad religiosa en los países de mayoría musulmana, a los derechos de las minorías…

De todo lo que le ha contado el entrevistado Samir Khalil Samir, ¿qué es lo que le ha dejado más impactado?

Muchas cosas. Es un hombre sabio y bueno. No es un intelectual al uso. Además de haber estudiado mucho tiene una experiencia de vida amplísima que le proporciona una gran apertura. Samir es un egipcio que ha vivido mucho tiempo en el Líbano y que ha vivido también mucho en Europa.

Conoce a la perfección el Corán, el cristianismo oriental y sigue con pasión la actualidad. Además de todo lo que sabe, me han impactado en él dos cosas. Es un hombre que ha vivido en su propia carne la rápida evolución que se ha producido en las últimas décadas en los países de mayoría musulmana. Cuando escuchas a Samir te das cuenta de que hace no mucho tiempo la identificación del islam con la corriente wahabita antimoderna era imposible.

Samir vive el Egipto socialista de Nasser donde la gente se reía de la posibilidad de imponer a las mujeres el velo. Vive ese Egipto en el que los Hermanos Musulmanes son una minoría, un Egipto cercanísimo en el tiempo que es plenamente moderno. Vive los años 50 y los años 60 cuando en Egipto y en el Líbano había un islam que se abría a la modernidad.

Y vive de cerca las dos grandes revoluciones que coinciden en el tiempo y que hacen surgir el islamismo: la revolución política de fines de los 70 en Irán y la revolución económica de la misma época que le da a Arabia Saudí, con el petróleo, la hegemonía en el mundo suní. Esta perspectiva histórica te hace darte cuenta de que el integrismo y el islamismo son dos hechos muy recientes. Y la partida no está cerrada. Y probablemente estemos en un momento de transición.

Y la segunda cuestión que me impresiona de Samir es su fe. Hay muchas cuestiones en las que no estamos de acuerdo. A mí por ejemplo no me parece que la solución sea una laicidad a la francesa o que lo que dice Al Azhar sea mentira. Pero lo impresionante de Samir es su interés por la gente, por la gente real, y eso nace de un cristianismo maduro.

La editorial que le ha publicado el libro quiere editar libros de contenido positivo, inteligentes y no reactivos. ¿Le ha costado hablar del islam en estos términos?

Repito que la imagen que identifica al islam necesariamente con lo más negativo tiene mucho que ver con un grupo de intelectuales o articulistas españoles que han pasado del trotskismo o del progresismo de los 70 a un liberalismo que cuando menos siente pereza ante la complejidad del islam.

Algunos leyeron en su momento a los teocon estadounidenses y se quedaron con sus tesis. Estos son los de la leyenda negra. Y luego están los de la leyenda rosa, que tampoco aceptan la complejidad, y que hablan de un islam idílico que no existe. Es curioso porque a veces hay exponentes de las dos corrientes que escriben en el mismo periódico.

Solo en España hay una comunidad de dos millones de musulmanes. Son españoles que tienen otra forma de ver el mundo. Pero son el otro. El otro es una riqueza. No podemos seguir viendo al otro como algo negativo. No es serio que sigamos así.

Cuando uno lee lo que se dice, lo que se escribe en otros países, en Francia, o en Italia, sobre el islam, le da pena el bajo nivel que tenemos. Un debate como el que ha tenido Kepel (defiende que el yihadismo es terrorismo islámico) y Roy (defiende que el yihadismo es nihilismo no religioso) se da cuenta de todo el trabajo que tenemos por hacer. Salgamos a la calle, hablemos con nuestros vecinos musulmanes, intentemos entender qué piensan, qué creen, qué reto suponen para muchas de nuestras supuestas certezas que son como cenizas apagadas. No podemos vivir como una isla, sin leer, sin conocer toda la reflexión que dentro del islam y fuera del islam se está haciendo. No podemos seguir viviendo de prejuicios raquíticos.

El islam ha aumentado su presencia en nuestras vidas. ¿A usted qué le está aportando en su vida concreta personal, profesional?

Voy a contar una cuestión muy personal. Hace ya algunos años que viajo a Oriente Próximo. Y como en esos viajes estoy trabajando intensamente, suelo tener el sueño muy ligero. Me suele despertar el primer muecín de la mañana. En El Cairo, por ejemplo, suelen ser muchos muecines que compiten entre sí, es un estruendo. En Iraq, como en Tierra Santa, la llamada a la oración suele ser más discreta. Hace unas pocas semanas estaba en Alepo en pleno Ramadán y el muecín prolongaba y prolongaba el nombre de Dios. Estas llamadas a la oración me suelen provocar algún fastidio y muchas reflexiones: suelo pensar que en un espacio público la llamada a la oración tiene que ser discreta porque, aunque hubiera un solo no creyente o un creyente de otra religión –y siempre los hay–, hay que respetar el sueño y la libertad de los otros.

La confesionalidad, en este caso del aire o de las ondas, siempre es un error. Todas esas reflexiones son ciertas. Pero en mi última madrugada en Alepo, tras la llamada del muecín me sorprendí rezando de memoria el comienzo del salmo 62: “¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo!”.

Le aseguro que no tengo ninguna tentación de profesar el islam, este Dios al que invocaba es el de la Trinidad, el revelado en la carne por la presencia de Jesús de Nazaret. Por la tarde había tenido una conversación con un religioso cristiano que se dedica a ayudar a los musulmanes con dificultades.

Me contaba que el cristianismo en Alepo enseñaba con hechos el valor de la caridad. Y que los musulmanes le enseñaban a él a recuperar una relación intensa, directa, con el Misterio. ¿Puede un hombre de tradición racionalista, occidental de pura cepa, como yo, aprender todavía algo que merezca la pena? Esa madrugada, en Alepo, me vino al corazón una oración –es decir una apertura de mi razón– que en otra circunstancia no hubiera formulado.

Aleteia

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