Entrevista a Mons. Tomasi

Que nadie use la fe para hacer política

España · PaginasDigital
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26 agosto 2014
“Una auténtica política europea puede unir un gobierno ordenado de los flujos migratorios y la solidaridad debido hacia los que llaman a su puerta”. Así habla Mons. Silvano Maria Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas, que ha participado en el Meeting de Rimini.

“Una auténtica política europea puede unir un gobierno ordenado de los flujos migratorios y la solidaridad debido hacia los que llaman a su puerta”. Así habla Mons. Silvano Maria Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas, que ha participado en el Meeting de Rimini.

El lema de esta edición del Meeting dice “Hacia las periferias del mundo y de la existencia. El destino no ha dejado solo al hombre”. ¿Cuál es el “centro” y cuáles son las “periferias” del mundo en que vivimos?

Una interpretación inmediata de la expresión que el Papa Francisco ha acuñado para estimular la renovación y la inclusión me parece que indica en primer lugar como centro la cultura dominante contemporánea, que se rige por un interés económico, el poder y el placer, y como periferia las vastas áreas del mundo donde masas de gente excluida de una vida digna luchan por sobrevivir. Se trata de una relación, más que geográfica, social. Pero no solo de pan vive el hombre. El misterio de la trascendencia es un centro más profundo, que atrae hacia sí desde las lejanías espirituales a personas que están en busca de un significado y las encamina hacia la concreción de la Encarnación, hacia el encuentro con la persona que hace visible la trascendencia, Jesús. En ese encuentro la soledad se vence y la inquietud encuentra la respuesta adecuada.

¿Podría decirse que con Francisco la Iglesia ha madurado un punto de vista específico propio sobre el drama de las “periferias” como respuesta a los desafíos del presente?

Ir al encuentro del otro es la misión de la Iglesia. El Padre vino a nuestro encuentro mediante Jesús. El dinamismo generado por este gesto anima a la comunidad de fe que abraza, como decía un gran obispo italiano, Giovanni Battista Scalabrini, ´a los hijos de la miseria y del trabajo”. No hay dificultad que ponga límites a la acogida. Hoy el analfabetismo religioso se extiende como una mancha de aceite y lleva a las personas a navegar en las arenas movedizas del relativismo tanto de convicciones como de moral. Se ha perdido la esperanza de poder encontrar un camino o identificar un ideal por el que valga la pena desgastarse, algo más grande que la carrera y el beneficio. El desafío consiste precisamente en llegar a esta enorme periferia y hacer renacer una nueva esperanza. La propuesta evangélica de la Iglesia es siempre actual, nueva y renovadora.

En el escenario medioriental estamos viendo un drama sin precedentes. El Papa Francisco ha declarado que “es lícito detener al agresor injusto”. Y ha llamado en causa a las Naciones Unidas como presupuesto de una acción más justa. Hay quien dice que Francisco ha reescrito la noción de guerra justa sobre bases laicas, no ya absolutas sino relativas. ¿Es así? ¿Qué le parece?

El firme llamamiento del Papa Francisco a la comunidad internacional para detener al agresor injusto hunde sus raíces en la doctrina social de la Iglesia. La inaudita tragedia de los cristianos crucificados, decapitados, obligados a huir de sus casas y propiedades, de los pueblos donde han vivido desde hace 1.700 años; las imágenes de las cabezas de los cristianos son el signo de una barbarie inhumana, evidencian la obligación de protegerlos. Los patriarcas de las iglesias orientales piden a la comunidad internacional una acción eficaz que desarme al agresor, asegure el retorno de los refugiados y garantice la seguridad mientras el gobierno no sea capaz de hacerlo. La comunidad internacional se ha provisto de mecanismos para responder a emergencias como las que vemos en el norte de Iraq y la carta de Naciones Unidas los describe. La Iglesia es la voz de la conciencia.

¿Y eso qué implica?

Las modalidades para actuar incluso con el uso de la fuerza y proteger a estas personas que son víctimas de una purificación religiosa que corre el riesgo de convertirse en genocidio deberán establecerse por parte de los Estados pero no de forma individual sino mediante una decisión colectiva que incluya también a los países de la región. La situación es muy compleja. Pero la protección de los derechos fundamentales de decenas de miles de personas en peligro no se puede ignorar. No se trata de un problema de cristianos y yazidis o de otros grupos religiosos, sino de personas que son miembros de la misma familia humana, con igual dignidad que todos. Agotados sin resultado los esfuerzos del diálogo y la negociación, y también la imposición de sanciones, se convierte en un deber intervenir con otros medios en busca de un bien mayor que el mal que se quiere eliminar. Es cierto que quienes proporcionan armas, dinero, apoyo político, mercenarios al llamado califato no pueden sentirse ajenos a los crímenes que se están cometiendo mientras buscan el poder mediante una ideología expresada con vocabulario religioso. Hay que detener el comercio de armas y su producción. No me parece que haya un cambio sustancial en la doctrina de la Iglesia. El deber de proteger viene del hecho de que somos una única familia humana y que toda persona tiene la misma dignidad. Se trata de una base teológica en absoluto relativa y de la que derivan claros derechos y deberes.

¿Nota usted sobre este punto una diferencia entre la inspiración de Juan Pablo II y Francisco?

Juan Pablo II articuló en varias ocasiones su magisterio sobre el deber de proteger y detener al agresor injusto. Es una forma de solidaridad que deriva, en mi opinión, como decía antes, de la unidad de la familia humana, cuya realidad precede a las fronteras nacionales. La perspectiva de la que parten tanto el Papa Juan Pablo como Francisco es la de las víctimas inocentes, cuya salvaguarda, por varias razones, no está garantizada por sus gobiernos, y que se enfrentan a un peligro inmediato y grave. El llamamiento enardecido del Papa para detener a la mano homicida es la voz de los sin voz, que recuerda a la comunidad internacional cuál es su responsabilidad. Por tanto, le tocará a esta comunidad tomar las medidas adecuadas para proteger y restablecer la paz.

En su opinión, ¿estamos ante un fenómeno de “choque de civilizaciones” en Oriente Medio, particularmente en Iraq? ¿Por qué?

La Iglesia busca ante todo el diálogo constructivo y portador de paz. El uso de la violencia siempre ha producido efectos nefastos. La misma idea de choque es ajena a la cultura cristiana. Pero no se puede negar que la matriz cultural y religiosa que inspira a los grupos fundamentalistas, no solo en Oriente Medio, implica un elemento de choque y no acepta el camino maestro indicado por el cristianismo para las relaciones entre personas y pueblos, que es el amor. Asistimos una vez más a la instrumentalización de la religión para enmascarar otros intereses.

Hay quien ha acusado a Francisco de una reacción tímida ante el islam. ¿Qué le parece?

La gran sensibilidad del Papa Francisco hacia el sufrimiento de los cristianos y de las demás víctimas de la violencia causada por los grupos fundamentalistas en diversos países indica la búsqueda de una nueva forma de afrontar la cuestión, evitando aumentar los contrastes y haciendo un llamamiento a la razón y a la conciencia de los perseguidores a través del mal que han causado. Esto vuelve a demostrar cómo la religión se ha manipulado para acercarse a objetivos que le son ajenos.

Organismos internacionales como las Naciones Unidas, que deberían inspirarse en principios de justicia, a menudo se ven sujetos a fuertes influencias ideológicas que parecen prejuzgar o desmentir esos mismos principios inspiradores: ¿puede un Papa apelar a organismos que, directa o indirectamente, han podido atacar a la Iglesia por sus posiciones en materia moral o de pastoral familiar?

El debate sobre una reforma de las Naciones Unidas está abierto desde hace años. Rejuvenecer a esta institución nacida a finales de la Segunda Guerra Mundial me parece que es un deseo bastante general, aunque meter mano de forma concreta a una reforma presenta sus riesgos. No es solo por la ONU que existe la distancia entre el ideal y la realidad cotidiana. Por otro lado, si Naciones Unidas no existiera, habría que inventarla. Es un punto crítico de encuentro de los diversos países del mundo y ofrece por tanto la posibilidad de dialogar y prevenir malentendidos y conflictos. Sobre algunos valores importantes, como la familia, hay diferencias sustanciales, especialmente entre los expertos de la ONU y la tradición católica. En todo caso, estamos presentes en la arena internacional para testimoniar nuestro punto de vista y explicar por qué lo consideramos un bien para toda la familia humana. En la búsqueda de la paz, por ejemplo, y en la defensa de los derechos de los pueblos en vías de desarrollo, existe una notable convergencia de puntos de vista. Sin duda habrá que vigilar que las ideologías de los funcionarios de uno u otro estado no sean impuestas sin consenso.

Hoy el tema de la inmigración se trata muchas veces de un modo instrumental. Motivos religiosos, unidos a la huida de la extrema pobreza, resultan en esencia un deseo y una necesidad humana a la que las sociedades más ricas se muestran sordas. ¿Acaso deberíamos acoger a todos?

En nuestra sociedad globalizada, a la libre circulación de mercancías y servicios no se corresponde una libre circulación de personas. Por otra parte, países desarrollados como los europeos, por razones económicas y demográficas, necesitan en ciertos sectores mano de obra extranjera. Nos encontramos ante un fenómeno extremadamente complejo que exigiría una larga discusión. De manera telegráfica, podría decir que la inmigración no debe manipularse con fines electorales, asustando a los votantes; que los canales legales para la acogida de los inmigrantes deben ser adecuados; que la solidaridad debe desarrollarse de manera ordenada para evitar las tragedias a las que asistimos diariamente en el Mediterráneo y para respetar el bien común de los países de llegada. No olvidemos que el primer derecho es el de permanecer en el propio país con una vida digna. Por ello, colaborar para crear puestos de trabajo en los países de origen de los flujos migratorios y sostener el desarrollo político y social que garantice la calidad de vida es el camino para hacer que la emigración sea una opción y no una necesidad.

La UE ha dicho al gobierno italiano que no son posibles más ayudas para afrontar el problema de los desembarcos. ¿Qué piensa de esto?

Las fronteras de Italia en el Mediterráneo son también las fronteras de la Unión Europea. Me parece un dato tan específico que exige una acción colectiva para gestionar correctamente las llegadas de emergencia por la orilla sur. El futuro de la UE, para ser constructivo, me parece que requiere de una solidaridad real al afrontar la llegada de masas de personas desesperadas que buscan asilo político y supervivencia. Una auténtica política europea puede unir el gobierno ordenado de los flujos migratorios y la solidaridad debida hacia aquellos que “llaman a su puerta”. Me parece que la gravedad de esta situación no puede quedar relegada a un solo miembro, sino a la Unión en su conjunto, si quiere ser consecuente con sus aspiraciones.

El lema del Meeting sugiera que, provenga de la “periferia” que sea, el hombre no está solo ante su destino. A menudo la historia parece desmentir el deseo de bien del hombre. ¿Cuál es su parecer sobre este tema? ¿Cómo le interpela el lema del Meeting?

Hoy se multiplican los focos de violencia por todo el mundo y desanima el hecho de que tras estas tragedias está el rostro de personas concretas que causan un enorme daño a su prójimo. Sin embargo, la historia nos muestra que las víctimas al final determinan su camino. Las primeras páginas del Evangelio nos dan una lección. Vemos a personas insignificantes y sin poder en su sociedad, como José y María, los pastores, el viejo Simeón y otros anónimos que constituyen el contexto social en que nace y crece Jesús. No es Herodes ni el Sumo Sacerdote quien determina el futuro de la Historia, sino estas personas humildes y firmes en su fe: estaban en la periferia, pero siguen siendo el centro para todos nosotros.

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