¡Qué monstruosidad! ¡Qué repugnancia!
Leo con estupor que el 016, servicio de información telefónica para las víctimas de violencia domestica, ha recibido 142.426 llamadas en tan sólo seis meses. Es decir, una media de 791 llamadas diarias.
Es más, sin pretender restar méritos a esta iniciativa, me preocupa, y mucho, la satisfacción que evidencian las declaraciones de la delegada especial del Gobierno contra la Violencia de Género, Encarnación Orozco, cuando afirma que "una mujer informada es una mujer protegida". A lo que añade: "el 016 no es sólo un teléfono de atención, información y asesoramiento a las mujeres que padecen este fenómeno violento, sino que está cargado de simbolismo: a través de su marcación las mujeres que padecen esta violencia rompen el silencio".
¿Es que esta señora no es consciente de que el miedo paraliza a la mujer para actuar, la inmoviliza ante las amenazas para pensar y le impide seguir su camino, puesto que su energía sólo la tiene disponible para mantener su vida e intentar proteger a sus hijos?
¡No quiero ni pensar que estas palabras sean una excusa vulgar y rastrera para satisfacer su conciencia! ¿O será que, desde una posición de superioridad, intenta mantener la credibilidad de una ley que no funciona?
Porque todos sabemos que, gracias al 016, muchas mujeres romperán su silencio, se desahogarán y se informarán de qué pasos hay que seguir para evitar una nueva paliza. Pero también estamos seguros de que con una llamada de teléfono no podemos evitar el miedo, la angustia y la repugnancia que sienten.
Largo es el camino a la solución. Y no la habrá si nos olvidamos de que lo que verdaderamente cura las heridas son la virtud moral y la justicia que debe ejercerse para velar y reparar nuestros derechos, sus derechos.
Pero, ¡ojo! Éste es el momento de actuar. Quizás más tarde muchas de estas mujeres no lo necesiten, quizás lo hubieran necesitado antes y no se lo hemos proporcionado, quizás llegamos tarde… y entonces lo que era un acto justo se convierta en una injusticia. Ya lo decía Séneca: "Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía".