Que España funcione (QEF)
En 1982 el periodista ya desaparecido Pepe Oneto entrevistó al expresidente del gobierno Felipe González. Cuando le preguntó qué quería para España, aquel dijo: “que España funcione”. Hizo un lema de estas palabras.
Casi 40 años después, los españoles debemos hacer cuentas con esta aspiración, sumergidos en la gran crisis sanitaria y social que inaugura el siglo XXI con el “virus chino”, que cambiará el equilibrio geopolítico mundial, en consecuencia, la globalización y, por supuesto, el contrato social entre los ciudadanos y sus respectivos estados, y la manera de entender la vida y las relaciones con los demás, la convivencia.
La Constitución española de 1978 ha traído a España más de 40 años de prosperidad y libertad, y tras la derrota sin bombo ni platillos de ETA, de paz.
La democracia, en su vestido de Estado democrático y social de Derecho, también de alternancia de partidos, ha conseguido lo que ningún gobernante en siglos de historia de esta nación.
Ahora bien, es manifiesto que, como toda maquinaria, en ocasiones, tiene fallos. Es algo consustancial a todo lo humano en contraposición a lo divino, y quien lo niegue, miente. Si la maquinaria es buena, la reparación será más costosa, pero también tardará más en requerir reparación. Como dijo JFK en Berlín, “la libertad tiene muchas dificultades y la democracia no es perfecta”.
España, en estos años veinte del siglo XXI, vuelve a necesitar una reforma, una “resintonización”, porque es necesario reformar para seguir progresando, que es un concepto temporal, hacia delante, que implica inevitablemente cambios. Es decir, ha habido fallos, todos podemos poner alguno sobre la mesa, de la sociedad civil y el mercado (organización social), y del estado (organización política), pero aún más importante es saber que tienen remedio en el marco de los valores que recoge nuestra Constitución en su Preámbulo. Es decir, el cambio puede y debe ser tranquilo, desde el diálogo y el consenso. Es lo que hemos dado al mundo en el siglo XX: la reconciliación nacional. Si alguien os pregunta cómo, decidles que vengan a España, y vean.
No hace falta demoler para hacer de nuevo, no hace falta acabar con la libertad para instaurar algo supuestamente mejor, una arcadia feliz, como sostienen los nacionalistas, o los amigos del muro de Berlín, verdadero muro de las lamentaciones europeo.
Los muros caen por el paso del tiempo o los tiran. El muro no cayó, lo tiraron, cuando la vieja ideología comunista o socialismo real se hizo irrespirable e insoportable para hombres y mujeres. Una ideología del siglo XIX, condenada recientemente por el Parlamento europeo, junto con el nazismo, y derrotada en 1989 por los propios trabajadores a los que decía proteger, hastiados de la corrupción de la nomenklatura (élite social) y de los apparátchik (funcionarios soviéticos) de aquellas “democracias populares”. Hartos también de las colas en las tiendas y mercados mientras nevaba, de la cartilla de racionamiento, de la escasez, de los coches Lada como única marca, de la economía de estado y dirigida, de la lluvia ácida, del control total del Estado, porque el derecho natural de los hombres es tomar decisiones libres y allí eran presos tras un muro.
Sin más, el comunismo y el nacionalismo fracasaron en el siglo XX, dejando instituciones atrasadas, sociedades anestesiadas, moral y espiritualmente estériles. El hombre es trabajador, pero también usuario, consumidor, emprendedor, miembro de una familia, aficionado a algo, vecino, creyente… Es ciudadano, y primero persona. El nacionalismo y el comunismo solo conciben la persona al servicio del Estado, del pueblo o de la raza o la lengua, o una ideología, anulando la libertad de la persona, imposibilitando al ciudadano, matando el alma.
Que España funcione o no va a depender de una serie de factores clave, sin perjuicio de otros subsidiarios, que nos alejan felizmente de todo egoísmo de raza o de clase:
Uno. Una sociedad vigorosa, que vea protegida y reconocida su libertad de emprendimiento, de iniciativa, tanto social como económica, sin más limites que las leyes aprobadas por los representantes de estos ciudadanos.
Dos. Un Estado sujeto al sistema de controles, de pesos y contrapesos entre los poderes del Estado, independientes entre ellos, que proteja y defienda a los ciudadanos, haga cumplir las leyes, con todas las garantías para ellos, y haga frente con garantías de éxito a toda amenaza interior y exterior, humana o de la naturaleza, y que promueva un mínimo común de bienestar y de solidaridad, que sea útil para tender puentes entre grupos y clases sociales, y como pegamento entre ciudadanos. Vector de progreso (cambio) y desarrollo (centrado en la persona).
Tres. Un mercado nacional, conectado con el exterior, capaz de liderar el estado de la técnica y los avances, garantizando una seguridad de suministro de todos los consumibles esenciales.
Cuatro. Una prensa libre que sirva solo a la verdad de los hechos ocurridos, sin otra aspiración que saber, pues no hay mejor contrapeso al poder ejecutivo que una opinión pública pluralmente informada.
Quinto. Un sistema de partidos abierto a los ciudadanos, a un sistema de selección de sus cuadros basado en el mérito y el cursus honorum, en un recorrido profesional y de vida ejemplares, y en la democracia interna.
Sexto. Un uso de las tecnologías respetuoso con la dignidad humana, así como con la privacidad de los ciudadanos.
Séptimo. Una España conectada con sus naciones hermanas de Iberoamérica, África y Filipinas, e islas del Pacífico, y fiel a la Carta de derechos fundamentales de la Unión Europea, formando parte de una cada vez más estrecha unión con las naciones hermanas de la Unión Europea.
Octava. La necesidad real de una democracia de todos los días, en todos los niveles del Estado, pero también en la sociedad civil, pudiendo votar cuanto más mejor, todo tipo de cargos locales, regionales o estatales, así como dando poder de iniciativa legislativa a los ciudadanos (de abajo hacia arriba), en lugar de “referéndums” (de arriba hacia abajo). La legitimidad del sistema será también si se participa en él.
Después, o más bien antes, es necesario que estos elementos se asienten sobre una “virtud”, la de la solidaridad, pues es la que toma como punto de referencia al hombre, a la realidad que le rodea, siempre en una clave de interpretación humana, una escala humana.
Sobre esta virtud, se puede vivir con los demás (vecinos, compañeros de trabajo, viandantes, conductores, socios…), construir con los demás, porque los demás comienzan a importar, tanto su sola existencia como sus deseos, como lo que les pueda deparar el futuro. Sobre esta “virtud” (solidaridad) es posible la convivencia en la comunidad, que encierra tanto a la sociedad civil como al Estado y al mercado.
Y hay una evidencia: la convivencia es sinónimo de paz, tranquilidad, armonía y equilibrio.
Llegados a este punto habrá que concluir QEF depende, sobre todo, de la solidaridad. Es una noción que exige dinamismo, funcionalismo, pero permitiendo la imaginación, la creatividad, la confianza y la esperanza del español del siglo XXI. Los fallos del sistema se pueden por tanto reconducir a la ausencia de solidaridad, a la ausencia del candor humano que sitúe a la persona en el centro de la solución de los problemas y de las decisiones de políticos, administraciones y agentes sociales. También, en el día a día entre vecinos y hermanos.
QEF es un Manifiesto Social, en el sentido de comunitario, por la regeneración de España y Europa, desde la “virtud” de la solidaridad, pues no otra cosa es el hombre que un ser en relación con los demás, y con el Misterio de su existencia.
Angel Satué de Córdova es director de la tertulia www.sociedadglobal.es y abogado