Que Dios nos salve del populismo

Cultura · Gigi Riva
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9 septiembre 2019
Olivier Roy sonríe cuando piensa en Matteo Salvini besando el crucifijo y apelando al corazón de la Virgen María. “Hace folclore católico, una exhibición de signos religiosos totalmente desvinculados de los valores y normas cristianas. Como también hizo folclore, por otra parte, con la propaganda de la Liga Norte. Por otra parte, su iconografía tiene una impronta profundamente sexual y contraria a los principios de la Iglesia, pues siempre aparece al lado de una rubia despampanante que no es su mujer”.

Olivier Roy sonríe cuando piensa en Matteo Salvini besando el crucifijo y apelando al corazón de la Virgen María. “Hace folclore católico, una exhibición de signos religiosos totalmente desvinculados de los valores y normas cristianas. Como también hizo folclore, por otra parte, con la propaganda de la Liga Norte. Por otra parte, su iconografía tiene una impronta profundamente sexual y contraria a los principios de la Iglesia, pues siempre aparece al lado de una rubia despampanante que no es su mujer”.

Este politólogo especialista en religiones, un francés de 70 años recién cumplidos, lleva diez años como titular de la cátedra Mediterránea en el Robert Schuman Centre for Advanced Studies del Instituto Universitario Europeo de Florencia. Salvini es el paradigma de su nuevo libro “¿Europa sigue siendo cristiana?”, donde el punto de partida es un pleonasmo absoluto, pues está clara su conclusión: no, ya no lo es, y es difícil, si no imposible, que pueda volver a serlo en el futuro.

La secularización del Viejo Continente parece irreversible, un proceso de larga duración que sería injusto, según este experto, remontar como se suele hacer a la Ilustración. “La Ilustración fue importante, cambió el modelo metafísico y ontológico porque introdujo un nuevo esquema sobre el que fundar la verdad, pero no cambió el sistema moral. La laicidad no era más que el cristianismo secularizado, los valores y la visión antropológica de la familia compartidos”. Hasta tal punto que, por poner un ejemplo, los padres fundadores de Europa, Robert Schuman, Alcide De Gasperi, Konrad Adenauer, no sintieron la necesidad de subrayar, escribiéndolo, que las raíces de nuestro mundo eran cristianas. Habría sido redundante, como señalar una evidencia, “y si hoy se quiere hacer es exactamente porque ya no es evidente”.

En medio está la gran fractura de los años 60, el verdadero periodo en que todo cambia, según Roy. “Es entonces cuando se rechaza la organización social tal como estaba concebida, y se pone en discusión el papel de la familia, de la mujer. Empieza la revolución sexual. Un punto de inflexión tan profundo que se puede comparar con la Reforma del siglo XVI”. Ya nada será lo mismo, del 68 en adelante la libertad de la persona vence sobre todas las normas trascendentes, ya no hay moral natural compartida, “y los nuevos valores fundados sobre el individuo que desea ya no son valores cristianos secularizados”. Es el triunfo del hedonismo, usando un término que se puso de moda con Reagan. La Iglesia católica será la primera en darse cuenta del peligro, ya en julio del año fatal, con la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, que “defiende una posición maximalista, prohibiendo todas las prácticas sexuales no destinadas a la procreación. Cuando ya no eran comunes ni compartidos, los valores cristianos tomaron la forma de normas explícitas”. El Vaticano se enroca entonces en una cuestión para él fundamental como es la “defensa de la vida”, se opone sistemáticamente a los anticonceptivos, el aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida. Pero el espíritu del 68, un espíritu bastante más invasivo que el del comunismo, se extiende por Europa y gana adeptos tanto en los países católicos como en los protestantes. Será san Juan Pablo II quien lo reconozca cuando sostenga que la cultura dominante del Viejo Continente “es pagana”. Y Roy apunta: “Luego los mismos paganos se dirán cristianos”. En los sondeos, explica, se suelen leer respuestas como estas. ¿Eres cristiano? Sí. ¿Crees en Dios? No”.

En medio de esta contradicción, los símbolos religiosos asumen un valor puramente identitario. Como Salvini, pero no solo. Los populismos de hoy, afirma el profesor, son también hijos del 68 y de la cultura libertaria. Prueba de ello es el hecho de que también los parlamentos de derechas, no solo en Italia sino también en Francia, España, por todas partes, han aprobado leyes a favor del aborto, el matrimonio gay, etc. Ondear la identidad cristiana tiene el único objetivo de rechazar el islam. Una actitud que data de finales de los 80, cuando en Francia se plantea el problema del uso del velo y se empieza a identificar a un enemigo interno. Más o menos el mismo periodo de la candidatura de Turquía para entrar en la UE (1987), “y era entonces la Turquía kemalista y laica que prohibió el uso del velo en las aulas universitarias”. El gran malentendido está en creer que los populistas están a favor de la religión, “cuando en realidad hablan de la Europa cristiana como si fuera un código para subrayar que no son musulmanes”. Bastaría escuchar a Marine Le Pen, otra hija (¿inconsciente?) del 68: “He dicho a nuestros amigos judíos y católicos que si para impedir el velo deben renunciar a sus símbolos religiosos, que lo hagan”. Frase que Roy traduce así: “Con tal de luchar contra el islam, se acentúa la secularización”. Por lo demás, explica, hay menos distancia de valores entre creyentes cristianos e islámicos que entre creyentes y secularizados.

Por tanto, la identidad cristiana, resume con un afortunado eslogan, no es más que una caricatura del cristianismo. “Una parte de la Iglesia piensa: mejor una caricatura que nada”. Sin embargo, es un cálculo equivocado. “La gente vota populista en contra de las élites, Bruselas, el islam, no por el retorno a la familia tradicional”. Sin contar que no serían leyes más o menos inspiradas en una moral cristiana las que devolvieran el auge a la religión, porque “el espíritu no sigue la ley, eventualmente la precede”. Y aquí entra en materia italiana, donde “los tribunales han decretado que es legítima la presencia del crucifijo en las escuelas como símbolo puramente cultural, sin pretensión alguna de proselitismo. El Estado italiano ha ganado, pero los obispos tienen buenas razones para preocuparse por esta asimilación de la cruz a una especie de instrumento cultural”. Y salta a Europa central. “El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich, ha querido recordar al gobierno de Baviera que la cruz no es un símbolo cultural sino de fe, cuando decidieron imponer su presencia en los edificios públicos”. Una postura expresa para evitar ese folclore que, según el estudioso francés, llega a veces a rozar el ridículo.

El folclore religioso produce cortocircuitos evidentes. Por una parte, el beso a imágenes de la Virgen, por otro la caza a los inmigrantes, condenada con fuerza por el papa Francisco. Cuando más se agarra el populismo a las raíces cristianas, más se vacían las iglesias. En el Viejo Continente, con la única excepción de Polonia, los practicantes oscilan entre el 5-10%. Un fenómeno extendido también en otros lugares. En Estados Unidos, antes del “new born christian” de George W. Bush y ahora de Donald Trump, los “sin religión” declarados han pasado del 6 al 14% en diez años. Roy, especialista entre otras cosas también en islam, señala que la secularización también avanza en el mundo musulmán y es muy clara en Irán, Turquía, Túnez, “y en el Egipto del presidente Al Sisi, de otro modo no se explica cómo decide comenzar una campaña de criminalización del ateísmo”.

Naturalmente, hay grupos que se han organizado para reafirmar su fe después de que se les restringieran los espacios en el sentir público común. Olivier Roy identifica dos tendencias. La de las organizaciones ultraconservadoras y la de las comunidades carismáticas laicas, “todas fundadas en la idea de testimoniar la fe vivida”. En su opinión, estas comunidades tienen dos opciones: “alzar el puente levadizo y vivir en monasterios espirituales esperando que el espíritu santo vuelva a la tierra, o seguir el ejemplo del Papa y apuntar a la reconquista espiritual. Como estas comunidades hacen referencia directa al Papa y no a los obispos, contribuyen también a “des-territorializar” el catolicismo, otro de los problemas de la caída de lo religioso”.

En todo caso, la institución Iglesia tiene varios problemas desde el momento en que solo se confía a palabras clave normativas y ya no logra incidir en las cuestiones más relativas a la fe. Roy se declara muy impactado por un encuentro con el padre Paolo Dall’Oglio dos meses antes de que le secuestraran en Siria, en 2013. “Me dijo: nosotros los religiosos no debemos parecer legisladores sino profetas”. Vasto programa cuando la identidad religiosa hoy usa el problema de la relación con el islam como “un árbol que oculta el bosque”. Y cuando la Iglesia atraviesa una crisis moral “de la que la pedofilia y la corrupción son los aspectos más visibles, tanto como para hacerle perder legitimidad para encarnar un magisterio espiritual”.

La descorazonadora conclusión apunta que vivimos en una sociedad en la que ya no existe ningún debate sobre valores sino únicamente sobre normas. Pero el ser humano no puede descuidar los valores espirituales. “Si se suprime la trascendencia del debate público, esta corre el riesgo de salir por la puerta y volver a entrar por la ventana bajo formas muy peligrosas, como el nihilismo o el radicalismo religioso violento”.

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