Putin como en Siria
Las decisiones y tácticas militares adoptadas por Moscú en Ucrania evocan los fantasmas del asedio de Alepo. En Siria la estrategia rusa y de Bashar al-Assad se ceñía a asediar las ciudades o zonas bajo control rebelde, “bombardeándolas y sometiéndolas al hambre hasta que colapsara la capacidad de resistencia de la población”. Una estrategia brutal que hoy parece que es la que se adoptado para conquistar la ciudad portuaria de Mariupol. El temor es que este modus operandi se extienda a otras ciudades.
Las analogías con Siria, lamentablemente, no acaban aquí. Como pasó en Siria, Putin ha aprendido ciertas lecciones. La primera es que “las líneas rojas marcadas por Occidente pueden cruzarse sin grandes consecuencias a largo plazo”, y la segunda que “los autócratas pueden hacer cosas terribles, sufrir sanciones internacionales y en cambio seguir en el poder”, igual que Assad. Hay dos aspectos que Putin podría imitar de la experiencia siria: las continuas negociaciones que solo sirven para desviar la atención y la creación deliberada de flujos de refugiados para poner a Europa en crisis.
Luego está el capítulo de los “voluntarios sirios”. La noticia ha salido en todos los medios más o menos así: 16.000 combatientes sirios se dirigen a Ucrania para luchar al lado de Rusia. Sin embargo, estas afirmaciones se basan en “medias verdades, cuando no en falsedades patentes”. Empezando por el hecho de que las unidades más vinculadas a Rusia que podrían desplazarse a Ucrania no tendrían “esperanza alguna contra el moderno ejército ucraniano”. Además, contribuiría a incrementar el sentimiento antirruso cuando se dieran cuenta de que habían ido al matadero.
Mientras tanto, se juega una partida paralela entre Occidente y los países orientales productores de petróleo. El núcleo de la cuestión reside en la naturaleza de las relaciones entre Occidente (sobre todo Estados Unidos) y los países del Golfo, empezando por Arabia Saudí. Los americanos piden a las monarquías petrolíferas que se pongan contra Rusia y aumenten su producción petrolera para frenar el aumento de precios. Peticiones que de momento tanto Riad como Abu Dabi no parece que tengan intención de atender. Al contrario, Arabia Saudí ha optado por mandar signos claros a Biden. El primero ha sido la ejecución de 81 personas condenadas por terrorismo, una noticia a la que las instituciones públicas occidentales han reaccionado muy tímidamente, con miedo a enfadar a Mohammed Bin Salman. ¿Por qué es un mensaje a Biden? Porque la administración demócrata norteamericana ha convertido el respeto a los derechos humanos en un tema clave en su relato. Esta ejecución masiva cuando Biden necesita a Riad se presenta como el enésimo desafío lanzado contra el presidente americano, tras el reiterado rechazo a mantener una conversación telefónica. Y no acaba aquí. La escena se repite con el premier británico. Mientras Boris Johnson estaba en Riad discutiendo sobre el petróleo, las autoridades sauditas ajusticiaron a tres personas, noticia que no impidió que Johnson afirmara que en materia de derechos humanos, “las cosas están cambiando en Arabia Saudí”.
Es evidente la necesidad de librarse de la dependencia de los hidrocarburos rusos y pronto habrá que buscar petróleo allí donde lo hay, en el Golfo, ¿pero seguro que lanzarnos a los brazos sauditas nos garantiza un futuro mejor?