Puntos oscuros de la crisis en Libia

Mundo · Martino Diez
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28 marzo 2011
Ante la crisis en Libia es necesario reconocer un hecho evidente: no sabemos verdaderamente lo que verdaderamente está aconteciendo. En el fondo todos (¡o casi todos!) estamos leyendo a Al-Yazira, que no es precisamente un modelo de imparcialidad. Ante la falta de informaciones seguras, puede ser útil presentar algunos puntos oscuros de esta nueva guerra en la que nos hemos visto catapultados.

En primer lugar a propósito de los rebeldes. ¿Quiénes son? La opinión común de los primeros días tendía a considerarles del mismo modo que a los manifestantes tunecinos y egipcios. Con el paso de los días, en cambio, ha aparecido con mayor claridad, que nos hemos inmiscuido en una guerra civil: la provincia Cirenaica contra la Tripolitana (las dos regiones históricas de Libia), divididas a partir de lealtades de tribu. Esto no significa que los rebeldes no quieran romper con una dictadura sofocante y que reclamen mayores libertades, sino que sugiere un cuadro un poco más complejo respecto a decir simplemente "los jóvenes piden democracia". En efecto, Libia, a diferencia de Egipto o Túnez, no es un estado-nación. No posee un pasado común consistente. No existen partidos políticos significativos; el ejército, a diferencia de los países limítrofes, está formado por una fuerte presencia de mercenarios y el Islam mismo hasta ahora ha sido transmitido a través de la interpretación de Gadafi (con la excepción de la presencia clandestina de los islamistas militantes, que no son extraños a la revuelta). En último lugar, tampoco está clara la consistencia numérica de los rebeldes.

Conocemos poco a los rebeldes y, en cambio, conocemos muy bien al coronel Gadafi. En los últimos años se le ha perdonado todo (pronunció sin disturbios una lectio magistralis en La Sapienza, la misma universidad en la que un grupillo de valientes profesores fue capaz de expulsar a Benedicto XVI). Ahora, sin embargo, se ha decidido que ha llegado la hora de pasarle la factura. O mejor, lo ha decidido Francia, a ello ha asentido Gran Bretaña, los Estados Unidos han dejado hacer, Alemania se ha abstenido, Italia ha pensado que el mal menor era participar y no quedarse fuera, y la Liga Árabe ha intentado la mediación interna entre las posiciones opuestas, expresando sucesivamente su estupor (junto al asombro turco) ante el hecho de la que la no-fly zone fuese impuesta con el uso de la fuerza y no como por arte de magia.

Conciliar las distintas posiciones ha requerido tiempo y, de este modo, se ha permitido que los rebeldes se desmoronasen, lanzando después con gran precipitación una campaña militar ("misión de paz") con límites mal definidos. Oficialmente la finalidad era evitar la violencia de Gadafi sobre "civiles y áreas pobladas por civiles amenazadas por los ataques en la Jamahiriyya árabe libia, Bengasi incluida". El único punto claro en la formulación de la ONU era la protección de Bengasi, que ya ha sido realizada. A partir de allí es posible extenderse por el resto de la provincia Cirenaica en manos de los rebeldes, un objetivo que se está poco a poco alcanzando. El texto, sin embargo, es susceptible de ser interpretado en sentido más amplio identificando las áreas amenazadas por los ataques con toda Libia. Con otras palabras, la finalidad se convierte en la expulsión de Gadafi. Una tesis muy peligrosa, pues "civiles amenazados por ataques" por parte de sus dictadores hay muchos en todo el mundo. ¿Habría que iniciar la guerra en todos esos casos?

La experiencia de Serbia enseña que difícilmente se consigue acabar con un régimen sólo con una serie de ataques aéreos seleccionados. Además, como otros han recordado ampliamente, el caso de Irak demuestra qué significa intervenir por tierra. A decidir la interpretación que se dará a la resolución de la ONU será, por tanto, la real consistencia militar de los rebeldes, cada día más armados y reforzados. Si avanzan, se hablará de guerra por la democracia. Si no progresan, será una guerra humanitaria. Una guerra y basta, una guerra de intereses, es algo desagradable en nuestros días.

El hecho de que distintos países europeos, ante todo Francia, buscasen mayor espacio económico en Libia es algo conocido. Para París, además, estaba la tarea de rescatar una pésima gestión de la revolución tunecina y, probablemente, se ha pensado aprovechar los movimientos que atraviesan el mundo árabe para echar cuentas. Pero Gadafi ha demostrado estar más enraizado en el territorio de lo que se pensaba. El juego se ha hecho peligroso. Francia y Gran Bretaña han decidido que aún así se debía jugar, y los otros les han seguido. Los resultados hasta el momento son la confusión en los objetivos, la desenvoltura en los medios usados, valoraciones estratégicas equivocadas y la inevitable implicación de civiles, mientras se quiere hacer creer que no se piensa en la intervención por tierra. No son unas buenas premisas y harán algo más sospechosas las próximas declaraciones de apoyo a los movimientos democráticos en los países árabes.

Oasis

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