Puerto Rico en las arenas movedizas

Mundo · Giuseppe Zaffaroni
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10 febrero 2014
Recuerdo todavía el terror que me daba cuando todavía niño, en las novelas de Salgari, leía de algún personaje que caía en las arenas movedizas. No había escape. Si el hombre no se movía quedaba atrapado y lentamente tragado por ellas. Si trataba de liberarse y se agitaba, se hundía más rápidamente.

Recuerdo todavía el terror que me daba cuando todavía niño, en las novelas de Salgari, leía de algún personaje que caía en las arenas movedizas. No había escape. Si el hombre no se movía quedaba atrapado y lentamente tragado por ellas. Si trataba de liberarse y se agitaba, se hundía más rápidamente.

Esta parece ser la situación de Puerto Rico hoy: un lento, inexorable declive que ninguna iniciativa parece capaz de frenar, ni el último intento, la reforma del sistema de retiro de maestros y jueces.

En este clima de desconcierto y miedo, cada grupo trata de salvarse como puede: los maestros y los jueces defendiendo su retiro, los alcaldes aumentando su sueldo y el de sus amigos, los políticos alegrándose por los fracasos de sus adversarios o atribuyendo sus fracasos a sus predecesores.

El miedo de perder lo que tenemos nos bloquea y nos encierra en la defensa de nuestros pequeños espacios de consumidores, condenados a satisfacciones siempre más breves y ocasionales. Buscamos un refugio, un escondrijo, donde intentamos pasar sin daño este tiempo de mala racha que, tarde o temprano tendrá que acabar (todos lo esperamos así) casi por arte de magia.

Nos consuelan los “éxitos” de la justicia (véase el caso de Pablo Casellas) y ahora la polémica sobre casos reales o presuntos de pedofilia de parte de sacerdotes. Nos hacen sentir buenos, justos, puros. Nos confirman que los malos son siempre los demás y que somos los únicos que no tienen nada que cambiar.

En una situación tan triste y sombría, ¿de dónde esperarse una novedad?

¿Y si fuera precisamente de esta Iglesia, todavía en estos días bajo el fuego cruzado de los medios? En este último año muchos se han quedado sorprendidos por ella: por el papa Benedicto, que tuvo el valor de renunciar para dejar espacio a otro que, con más energía, pudiera continuar su servicio a la Iglesia y al mundo. Por el papa Francisco, que ha impresionado a todos con su abrazo universal, lleno de alegría, sencillez, misericordia y ternura.

Y es que, en su pobreza llena de límites, la Iglesia sigue anunciando la única noticia que cada ser humano espera: no estamos solos, no estamos sin sentido y sin dignidad, a pesar de todos nuestros errores, debilidades e incoherencias. “Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase” (Papa Francisco).

¿Hay para Puerto Rico palabras más esperanzadoras en esta dramática etapa de su historia?

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