Protagonistas en la nueva guerra

Editorial · Fernando de Haro
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19 febrero 2022
Vamos a ser protagonistas en la nueva guerra, aunque nunca hayamos pisado las amplias estepas rusas ni nos alistemos como voluntarios en el ejército de Ucrania. No es una nueva Guerra Fría, es un nuevo tipo de conflicto, en el que participamos todos.

Putin se ha vuelto previsible. Actúa con un patrón que se parece mucho al utilizado en Georgia y en Crimea. Seguramente recurrirá a fórmulas ya utilizadas en Siria. Los últimos pasos dados en el Donbás, en las llamadas “repúblicas populares” de Lugansk y de Donets, son los habituales: con tropas de falsa bandera, en este caso ucraniana, las milicias partidarias de Moscú atacan a los rusos de la región. La desinformación se difunde intensamente con el sistema creado en los últimos años por el Kremlin. Y la entrada de tropas se justifica por la necesidad de proteger a los hijos de la Gran Rusia que viven fuera de sus actuales fronteras.

Las razones geoestratégicas y económicas de la ofensiva se han analizado sobradamente en los últimos días. Las personales y culturales tienden a olvidarse. Solemos ser abstractos al describir las fuerzas que mueven la historia. Putin quiere garantizar una amplia zona de seguridad ocupando parte o la totalidad de Ucrania porque no hay gran río o cadena de montañas que sirva de trinchera a Moscú. Putin, a pesar de estar al frente de un país económicamente débil, quiere seguir ganando peso en el mundo. Ucrania es el nuevo objetivo después de extender su influencia en el Cáucaso, Oriente Próximo, Libia y el Centro de África. Putin sabe que la transición del modelo energético y el arrinconamiento de las energías fósiles hará cada vez menos importante el petróleo de su país. Putin sabe que los socios europeos están divididos. Putin sabe que la polarización de Estados Unidos complica la reacción de Biden.

Y Putin, y este es un factor que no se puede minusvalorar, tiene marcada en el alma una afrenta personal: lo que considera una falta a la palabra dada por parte de Occidente cuando cayó la Unión Soviética. Tras el fin del comunismo, Estados Unidos y Europa podrían haber conseguido que Rusia fuera su socio estratégico. La rivalidad no era inevitable. Pero a Occidente le sobró arrogancia y falta de tacto ante lo que consideró una victoria absoluta sobre el sistema soviético. Como quedó claro en la Conferencia de Múnich de 2007, el presidente ruso sangra por la herida. Está convencido de que en 1990, el entonces secretario de Estado de EEUU James Baker ofreció garantías de que la OTAN no se extendería más allá de Alemania del Este. Y está también convencido de que los rusos fueron traicionados. El resentimiento ha aumentado en los últimos años. Estamos ante otro caso de “afecto contrariado”. Es un factor decisivo para explicar un conflicto. Hay que recordar que la leyenda de la “puñalada por la espalda” de los civiles judíos, utilizada para explicar la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, sirvió para justificar en gran medida el comienzo de la Segunda.

Putin ya ha conseguido muchas cosas. El apoyo de China y el respeto (miedo) de Occidente. Ni el presidente ruso puede volverse atrás, ni Occidente puede consentir el chantaje sobre la soberanía ucraniana. El conflicto puede limitarse a reforzar la invasión del Donbás (que ya se produjo en 2008) para exigir que se cumplan los acuerdos de Misnk II. Sobre todo la celebración de un referéndum de independencia. Puede también prolongarse una situación de tensión como la actual. Pero no hay que descartar una invasión más amplia o la sustitución del actual gobierno de Ucrania por un régimen títere.

El tablero mundial puede cambiar mucho. El sistema de seguridad de Europa ya está en entredicho. Si es necesario aumentar las sanciones económicas de la UE y de Estados Unidos, Rusia puede volverse a China buscando ayuda.

No estamos ante una guerra tradicional ni ante una guerra de guerrillas. La “guerra híbrida”, en la que Rusia es experta, supone el uso sistemático de desinformación, la instrumentalización de migrantes, la intervención con fake news en los procesos electorales de Occidente, como ya sucedió en Estados Unidos. El desafío a nuestros sistemas democráticos no va a ser externo sino interno. Y por eso en esta guerra todos somos protagonistas. Ya estamos recibiendo información falsa encaminada no solo a generar adhesiones a la causa rusa sino a destruir la confianza en nuestras instituciones. La presencia de varios millares de refugiados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia hace unas semanas es un ejemplo magnífico de cómo se puede crear una situación de pánico ante una falsa amenaza (no había ninguna “invasión migratoria”). Más que nunca es necesario una Europa unida o un ejército europeo. Pero, sobre todo, es necesario que el europeo que todos somos esté en pie. Y eso significa no ser perezoso en la crítica (uso de la razón), saber de quién nos podemos fiar y de quién no, no aceptar una manipulación de nuestros afectos, no tolerar que nuestro malestar se transforme en cinismo o en pulsión destructiva. Significa seguir construyendo. Es más necesario que nunca que haya protagonistas.

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