Proponer la fe, con simpatía y sin complejos

Mundo · José Luis Restán
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9 mayo 2011
Una Venecia radiante, con el sol reflejado sobre sus canales y proyectado por las agujas y cúpulas de sus iglesias, ha abrazado a Benedicto XVI en una jornada memorable. Pero más que Venecia, el abrazo se lo ha brindado al Sucesor de Pedro una multitud que sobrepasaba las trescientas mil personas, llegadas de todo el nordeste de Italia pero también de las vecinas Eslovenia, Croacia, Austria, Baviera e incluso Hungría. Territorios a los que se extendió la fecundidad misionera de la antigua sede de Aquileia. Como reconocía el Patriarca de Venecia, Cardenal Angelo Scola, "el Papa ha llamado a todos a no vivir esta gran tradición de modo pasivo, sino a encarnarla en el contexto de los grandes cambios que están teniendo lugar, de modo que se haga palpable que el Evangelio de Jesús es, también hoy en día, el gran recurso para todos los pueblos del nordeste".

Es sugerente que Benedicto XVI haya comenzado pidiendo a los habitantes de esta región que acepten el contexto cultural y humano en que les toca vivir, un contexto marcado por el materialismo práctico y el relativismo, y también por un creciente pluralismo cultural y religioso. Entre otras cosas porque éste es el contexto que la Providencia de Dios ofrece, el único en que puede llevarse a cabo la misión. El Papa ha subrayado que esta situación reclama a los cristianos disponibilidad para dar razón de su esperanza a quien se la pida, y capacidad de afrontar los nuevos desafíos culturales en una relación respetuosa y constructiva con todos los sujetos que viven en la sociedad. Y evocando la Carta a Diogneto les ha dicho que "sin renegar jamás del Evangelio en el que creéis, debéis estar en medio de los demás hombres con simpatía, comunicando con vuestro propio estilo de vida ese humanismo que hunde sus raíces en la fe cristiana y tiende a construir junto a todos los hombres de buena voluntad una ciudad más humana, justa y solidaria".   

En la homilía pronunciada en el Parque San Julián de Mestre, Benedicto XVI advirtió sobre los riesgos actuales de que la fe y la pertenencia eclesial se vacíen de sustancia y queden reducidas a una pátina que no sirve para iluminar el camino de la existencia. De ahí la necesidad de una personalización de la fe, alimentada en la Palabra de Dios y en la Eucaristía. Y la urgencia de una experiencia comunitaria verdaderamente educativa, que restituya a la fe todo su espesor de inteligencia y afecto, toda su capacidad de generar comunión y de incidir en las circunstancias históricas.

El momento culminante de la visita ha sido el encuentro con el mundo de la cultura, de la economía y de la política, en la Basílica veneciana de La Salud. Allí el Papa ha hecho el esfuerzo de traducir el patrimonio de la experiencia cristiana en sugerencias para la renovación de la vida civil, mostrando así un claro apoyo al polo de reflexión y diálogo que impulsa el Patriarca Scola. Benedicto XVI se ha referido a una sociedad y cultura "líquidas" para expresar su volubilidad e inconsistencia, y ha propuesto como alternativa "una ciudad de la vida y de la belleza", que se renueva  bebiendo en las fuentes benéficas de las artes, del saber, de las relaciones entre los hombres y los pueblos. También se ha referido a la capacidad sanadora de la fe, que cura al hombre de su dureza de corazón, de su cerrazón egocéntrica y de su parálisis espiritual. Y por último ha evocado el título de "Serenísima", que ostentaba la República de Venecia, para vislumbrar una civilización de la paz, en la que sea posible el respeto mutuo y la amistad entre los que son diferentes.

Al final el Papa ha querido recordar que el Evangelio es la mayor fuerza de transformación del mundo, pero no es una utopía ni una ideología. Por el contrario el cristianismo es un camino de vida concreta y real, el intento cotidiano de vivir la caridad en la verdad, que construye relaciones, obras y espacios de convivencia. Como ha declarado Scola, estas intervenciones de Benedicto XVI que han emocionado y sorprendido, requieren tiempo y paciencia para volver sobre ellas, para asimilarlas e intentar que den forma a la presencia cristiana del futuro en esas tierras. No basta gritar "viva el Papa", hace falta dejarse conmover y corregir por su palabra y por sus gestos.  

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