¿Procreación artificial?

Sociedad · Teresa Suárez
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23 enero 2009
Quizá lo primero que me ha venido a la cabeza al leer la instrucción vaticana Dignitas personae ha sido agradecimiento por la claridad en la exposición, por la precisión y por la libertad que en ella se expresan, por ese sencillo atrevimiento de quien no tiene nada que perder y por eso disfruta del coraje de afirmar la verdad.

Todos conocemos a alguna pareja que no puede tener hijos, todos hemos visto a alguien sufrir por ello. Los que nos dedicamos a la sanidad también les hemos visto sufrir, muchas veces y muy desgarradoramente. Para mí esta circunstancia dolorosa se convierte siempre en la ocasión para preguntarme: ¿por qué?, ¿qué se hace con todo ese dolor?, ¿cómo puedo responder, aliviar o sostener a esta pareja?, ¿qué significan paternidad y maternidad? Cuando se confirma la dificultad para algo que todos dan por supuesto como lo habitual, lo "normal", ser fértiles, (posibilidad, por otra parte, de la que miles de parejas se defienden a diario como si fuera una enfermedad, en ocasiones tomando tratamientos anovulatorios durante años, sin saber si son o no fértiles), cuando la pareja cae en la cuenta de que eso tan normal es un privilegio del que no gozan, llega el momento de la pregunta llena de dolor: "¿usted cree que podemos hacer algo más? ¿Qué técnicas, qué posibilidades nos quedan?", y aparece en el horizonte del médico una alternativa: la alegría, la felicidad de esa pareja pasa por tener un hijo a cualquier precio; o, siendo un deseo natural y justísimo, su deseo es mucho mayor que el de tener un hijo.

Puedo asegurar que un sanitario que se pone con toda su humanidad ante esta alternativa no se queda indiferente. Por un lado, es cierto que un hijo es lo que desean, lo que piden, el motivo concreto de su demanda en la consulta y a la vez, es igualmente cierto que un hijo no les bastará, que su deseo es más grande, es incontrolable, ¡es infinito! Por eso, al mirarles a la cara, el médico puede intentar responder con toda la batería de posibilidades técnicas a la petición de la pareja que solicita cualquier ayuda, la que sea necesaria, para tener un hijo, y pensar que el resto no es asunto suyo. Y no es del todo cierto, porque frente a quienes piensan que los médicos debemos realizar una función meramente técnica, yo soy de los que creen que los médicos deben curar cuando pueden, aliviar en otras ocasiones y acompañar siempre. Esto no quiere decir que el médico, como dice sabiamente Gabriel Albiac, pueda convertirse en un chamán, o en un diosecillo que decide sobre la vida y la muerte del resto, sin respetar sus convicciones ni lo que para cada uno es sagrado y digno del mayor respeto. Justo al contrario, precisamente por el respeto exquisito que muestra la instrucción vaticana por las personas y su posibilidad de ser felices, precisamente por eso, cuando se habla de un hijo, la técnica no es suficiente. ¡Cuántas parejas que han logrado el hijo deseado no han sido acompañadas adecuadamente por los profesionales que les atendían con una técnica impecable y terminan acudiendo a una consulta para pedir ayuda de tipo psicológico!

Tener un hijo es mucho más que un deseo cumplido, tiene que ver con el significado de la vida, con lo que vale una vida humana y la pareja. Antes de tomar algunas decisiones, debe ser consciente del precio que paga, por ejemplo, que para tener a "Carlitos" en casa, se han quedado por el camino 8 hermanos suyos, 8 hijos más, muertos…, se diga lo que se diga esto no es tan fácil de digerir.  

La injusticia de la procreación artificial

Lo que mueve a las parejas a solicitar alguna técnica de reproducción asistida es, evidentemente, el deseo de tener un hijo, sólo por ese motivo se someten a mil pruebas y se dejar hacer tratamientos realmente costosos de soportar (no sólo económicamente). Si la técnica no funciona, si no se consigue lo que se desea (un hijo), la técnica se abandona inmediatamente. Es sutil, pero aquí se esconde la gran diferencia entre un hijo deseado que llega a través de una relación sexual y un hijo deseado que se "produce" en una "fábrica de reproducción asistida".

Cuando un hijo no llega, la pareja, cargada de dolor, sigue teniendo relaciones sexuales, sigue amándose con todo el cuerpo, como sabemos amar los humanos, la relación sexual no es una técnica para tener hijos sino un espacio para expresar el amor, el lugar adecuado para acoger al nuevo ser humano, un lugar que pone las condiciones que exige su humanidad: llegar como fruto de un amor y ser recibido, esperado, como un regalo. Las técnicas de reproducción asistida convierten al nuevo ser humano en un producto y, lógicamente, la persona que va a ser concebida entra en el mundo a merced de un auténtico proceso de producción, llevado a cabo mediante una técnica sujeta a las leyes de la rentabilidad y de la eficacia, convirtiendo su llegada en un grave atentando contra su dignidad personal que exige llegar al mundo como un sujeto amado y no como un producto de calidad; el nuevo ser humano es un sujeto que por ser persona tiene derecho a ser amado sin condiciones. Es cierto que los padres que acuden a las técnicas de reproducción asistida aman a ese hijo con todo el amor del que son capaces, pero ese amor no impide que en su proceso de llegada a la vida, la técnica trate a su hijo como una cosa, no pueden impedir que le conviertan en un producto sobre el que se hacen los pertinentes controles de calidad. No podemos eludir la pregunta que se hace C. Caffara: ¿hasta qué punto la persona humana puede admitir ser objeto o resultado de un proceso técnico de producción?

La procreación artificial no respeta la exigible igualdad -en términos de dignidad- entre padres e hijos. En realidad, es una forma de producir personas humanas, y la producción implica, siempre, una relación de dependencia entre aquello que se produce con respecto a quien lo produce. En una relación sexual, a través de la que llega a la vida un nuevo ser humano, se da una relación de igualdad en la dignidad, no una relación de poder o de dominio. Los padres desean el hijo pero no pueden producirlo o manipularlo, sólo ponen las condiciones para que su hijo pueda llegar a la vida. En la procreación artificial, el valor de una persona y su "derecho a vivir" depende del deseo de otras personas. De hecho, si se producen varios embriones y hay un embarazo, el resto de los embriones se congelarán y vivirán o no, dependiendo del deseo de sus padres, de un cierto control de calidad o de la decisión que otros toman sobre su derecho a vivir: unos seres humanos adquieren, así, el poder sobre la vida de otros. El tamaño del ser humano no condiciona la gravedad de la injusticia. La procreación artificial va contra la dignidad de la persona porque condiciona la vida de algunos a los deseos de los demás, negando así que cada vida humana es un bien en sí misma y no sólo cuando otros la desean.

Si volvemos a la metodología utilizada por las técnicas de reproducción asistida podemos constatar que allí da igual quién pone las condiciones para que surja una nueva vida humana (el técnico); es indiferente quién implanta el embrión obtenido del modo anterior; en ocasiones, también llega a ser indiferente quién aporta el óvulo, quién dona el semen, o quién lleva adelante el embarazo. De esta manera, el surgir de una nueva vida humana se convierte en un "problema" a resolver y no en un regalo a esperar. Ninguno de estos pasos es indiferente, no da igual, cuando un hombre y una mujer tienen una relación sexual con el deseo de tener un hijo. Sustituir la expresión del amor conyugal como acto que está en el origen de un nuevo ser humano por una actividad de carácter técnico, una actividad de laboratorio es, como hemos visto, una forma de producir personas, y se pueden producir las cosas, pero no las personas.    

Desde que nació la primera niña probeta, Louise Brown en 1978, nadie tiene la menor duda de que un embrión humano es un ser humano, nadie gastaría tanto esfuerzo y dinero para implantar en el útero de una mujer algo distinto a un ser humano, concretamente, a uno o varios de sus hijos. No me gustaría olvidar una dificultad adicional de la que somos responsables los que nos dedicamos a la Medicina o la investigación biomédica. Edwards, el ginecólogo responsable de la llegada al mundo de Louise Brown, muy poco después de su nacimiento expresaba con claridad que es más importante el conocimiento científico que la vida de cualquier embrión humano, para él la manipulación de embriones no es un problema ético ya que propone, por ejemplo, partir un embrión en dos y utilizar una mitad para estudiarla con el fin de asegurarse de que el embrión implantado, es decir, la otra mitad, no presenta ninguna malformación. "Estoy dispuestísimo a estudiar un embrión vivo con el fin de garantizar el nacimiento normal de otro".

Éste es el drama de nuestra sociedad, que utiliza el deseo arraigado en el corazón de todo ser humano de dar vida, de infundir su ser a otros, como una excusa para conocer más, para saber más. Es evidente que muchos años antes del nacimiento de la primera niña probeta ya se hacían todo tipo de "silenciosos" experimentos con embriones que no tenían ninguna posibilidad de salir adelante, pero sólo después de la presentación en sociedad de la preciosa niña los investigadores reconocieron que es más importante el conocimiento científico que el valor de una vida humana. La garantía de que mi vida no estará a merced de cualquier otro ser humano está en el reconocimiento de su valor desde su inicio hasta el final, independientemente de lo útil, agradable o valiosa que le resulte al resto del mundo.

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