Problemas éticos con la ´edición´ de los genes

Mundo · Nicolás Jouve
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26 octubre 2015
En el mes de junio pasado, tras el anuncio de la concesión del Premio Princesa de Asturias de la Investigación Científica y Técnica 2015 a las investigadoras Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, publicamos en este mismo medio un artículo sobre la importancia de su trabajo científico, con potenciales aplicaciones en la curación de enfermedades humanas, “Importancia de la investigación básica para el bienestar de la humanidad”.

En el mes de junio pasado, tras el anuncio de la concesión del Premio Princesa de Asturias de la Investigación Científica y Técnica 2015 a las investigadoras Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, publicamos en este mismo medio un artículo sobre la importancia de su trabajo científico, con potenciales aplicaciones en la curación de enfermedades humanas, “Importancia de la investigación básica para el bienestar de la humanidad”.

La gran aportación de estas investigadoras ha consistido en proponer la modificación de genes humanos causantes de patologías, con potenciales aplicaciones en la solución de enfermedades raras u otras no tan raras pero sí graves, como la anemia falciforme, el SIDA, fibrosis quística, etc. Para ello proponen la corrección de los genes causantes del deterioro mediante una tecnología denominada CRISPR-Cas9, que permite “editar” la secuencia de ADN del gen alterado responsable y reemplazarlo, en su lugar del genoma, por una secuencia corregida del mismo gen.

Al optimismo inicial por las ventajas que ofrecían estas técnicas le ha sucedido una gran inquietud de carácter ético. Recientemente unos investigadores chinos han intentado la modificación de genes mediante la aplicación de la técnica en cigotos y células embrionarias humanas, y aquí empiezan los problemas [1]. De poderse modificar las células embrionarias, es decir células que están indiferenciadas pero de las que resultarán las células de la línea germinal, células madre de los gametos cuando el individuo llegue al estado adulto, podría llegar a alterarse el genoma de forma heredable. Las modificaciones introducidas, las deseadas y las imprevisibles por errores en la manipulación, se transmitirían a las futuras generaciones.

Los riesgos que esto conlleva son enormes y han dado lugar a una tormenta de advertencias en la comunidad científica, encabezada por los más importantes biólogos moleculares del momento, muy parecida a la que tuvo lugar en los años setenta del siglo pasado, en los comienzos de la experimentación en bacterias de lo que luego se ha dado en llamar «ingeniería genética», conducente a la obtención de los organismos modificados genéticamente, también denominados «transgénicos». En febrero de 1975 se reunieron en la ciudad californiana de Asilomar muchos científicos, entre ellos varios premios Nobel como Paul Berg, David Baltimore, etc. y se decidió establecer una moratoria que obligaba a todos los científicos que habían iniciado experimentos de ingeniería genética con bacterias. Lo que se reconoció en la reunión de Asilomar es algo que se ha venido repitiendo desde entonces en muchos campos de la ciencia que circundan riesgos impredecibles en la manipulación de los seres vivos que «no todo lo científicamente posible es éticamente aceptable».

Lo que se ha producido en el momento presente es una llamada a detener inmediatamente las aplicaciones de estas técnicas en células embrionarias aun no diferenciadas y en células de la línea germinal, ya en estado adulto. Esta prohibición incluiría también el uso de esta tecnología para una posible curación de enfermedades graves. Como un exponente de esta nueva moratoria ahí están las palabras del Premio Nobel de Medicina de 1975, David Baltimore: «Antes de aceptar cualquier intento de aplicación de ingeniería genética humana, incluso para uso clínico, deben ser profusamente investigadas y entendidas a fondo la seguridad y la eficacia potencial de esta tecnología (CRISPR-Cas9)» [2]. Este mismo investigador habla con nostalgia del hecho de que se repita una historia que debió marcar una pauta a seguir en el futuro… Es la vieja cuestión de los límites de seguridad y las líneas rojas que no deben ser traspasadas por los investigadores.

La utilización de la tecnología CRISPR-Cas9 como herramienta para la terapia génica en el hombre es muy prometedora si se canaliza su utilización en tejidos somáticos adultos, en los que el uso puede llegar a ser rápido, eficaz y económico, sin que un hipotético fallo tuviese más trascendencia que las consecuencias que de ello se derivasen para la salud del propio paciente, con todo lo que ello representa. Es por otra parte una tecnología de mayor precisión potencial que las técnicas de terapia génica utilizadas hasta la fecha, en las que se manejan virus u otros vectores que no aseguran una inserción o un funcionamiento correcto de la secuencia de las piezas de ADN o ARN que se introducen en las células diana. De hecho, la técnica CRISPR-Cas9 es la reina de las técnicas aplicadas para la modificación genética en todos tipo de organismos y la de mayor presencia en las revistas especializadas en la actualidad. Esta técnica ya ha sido aplicada en células somáticas humanas para editar y modificar genes y se ha demostrado, mediante experimentos en ratones, que puede utilizarse para subsanar defectos genéticos.

En ausencia de trabas para seguir adelante con este tipo de aplicaciones, el riesgo estaría en utilizar la técnica en células embrionarias para la modificación genética de embriones. Tanto si se hace de forma experimental como si se trata de corregir un gen alterado en los embriones obtenidos por fecundación in vitro a los que se hubiese aplicado un “diagnóstico genético preimplantatorio”, no hay en absoluto garantías plenas de conseguir lo que se pretende. Lo que aparentemente podría calificarse de una buena intención, incluso con fines terapéuticos que beneficiarían al propio embrión, tiene la contrapartida de la absoluta falta de seguridad. A pesar de la gran precisión que se le supone a la técnica, estamos hablando de células germinales, y un fallo en la inserción del gen corregido o un efecto colateral que provocase una mutación en el genoma de las células de estos embriones, seres humanos en las primeras fases de su desarrollo, podría tener consecuencias impredecibles en el fenotipo del propio individuo que se desarrollase a partir de ellos o incluso, aunque no se observasen en el mismo, en sus descendientes de posteriores generaciones. Quienes defienden este tipo de aplicaciones en embriones aducen que sería más ético corregir los defectos genéticos que tuviesen los embriones, antes de su implantación en el útero, que descartarlos y tirarlos al cubo de la basura. Se olvidan del auténtico encarnizamiento reproductivo que ya supone per se la tecnología del diagnóstico genético preimplantatorio, que deja atrás decenas y decenas de embriones como consecuencia de la propia manipulación de sus células.

El segundo gran problema, de seguir adelante estas aplicaciones en embriones o en células germinales de individuos adultos, está en la falta de escrúpulos de los que desearan un “mejoramiento de la especie humana”, no con fines curativos, sino para potenciar las capacidades físicas o intelectuales de personas sanas. Se trata de una corriente eugenésica que ya lleva años en el escenario de los debates bioéticos como consecuencia de las ocurrencias de los llamados “transhumanistas” y “posthumanistas”, que con una concepción reduccionista y materialista del ser humano propugnan una reinvención de la especie, con la idea de dar paso a algo distinto y superior. Una especie de rebeldía contra nuestra naturaleza que requiere que la manipulación de los genomas trascienda a las siguientes generaciones, objetivo que sería posible con la tecnología de que estamos hablando.

El filósofo alemán Hans Jonas ha insistido en los límites de la investigación aplicada y ha denunciado el hecho de que la ciencia actual se caracteriza por una capacidad creciente de abordar cualquier tema pero también por una confusión sobre los fines de las investigaciones. El ser humano, señala Jonas, ha aumentado su poder dominador de la naturaleza, pero no se ha preocupado por crecer con la misma intensidad en el conocimiento de las consecuencias de ese poder [3]. De modo parecido, el médico y genetista francés Jerome Lejeune (1926-1994), descubridor de la causa del síndrome de Down y gran defensor de la dignidad de las personas que padecen las consecuencias de la trisomía del cromosoma 21, se hacía la siguiente pregunta: «¿posee nuestra generación la sabiduría suficiente para utilizar con prudencia una biología desnaturalizada?» [4].

[1] Liang, P. et al. CRISPR/Cas9-mediated gene editing in human tripronuclear zygotes. Protein Cell. 6, 363-372 (2015)

[2] Baltimore et al., “A prudent path forward for genomic engineering and germline modification”, Science, 348, 36 (2015)

[3] Jonas, H. (1995). El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona, Herder.

[4] Lejeune, J. (2002). Il messaggio della vitta. Cantagalli, Siena.

Nicolás Jouve es Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa

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