Príncipes de un rey coronado de espinas
El papa Francisco ha anunciado su segunda hornada de cardenales para completar un colegio que está en cambio permanente de rostros y procedencias. Sin duda, con la lista de electores (15 cardenales menores de 80 años) que Francisco incorporará el próximo 14 de febrero, el Papa ha querido enviar algunos mensajes. Pero tampoco conviene quedarse con esta foto fija ni estirar demasiado los argumentos. Vamos a verlo.
Una primera evidencia es que el Papa sólo creará cardenal a un miembro de la Curia romana, el francés Mamberti, que preside el Tribunal de la Signatura Apostólica. Los otros catorce purpurados son pastores de sus respectivas diócesis en los cinco continentes. Por tanto un primer mensaje (nada nuevo, por otra parte) es la universalidad de la Iglesia, y un segundo el predominio del perfil pastoral sobre el curial. Ahora bien, en esta ocasión al frente de cada Congregación ya figuraba un cardenal, lo que permitía al Papa centrar absolutamente su elección en obispos residenciales. En todo caso el Colegio que saldrá del Consistorio del 14-F tendrá aún un 27% de miembros de la Curia, cantidad todavía superior al 24% que alcanzaron durante el pontificado de Pío XII. Así que en esto la novedad es relativa.
Otro dato significativo se refiere a la geografía: cinco europeos, tres latinoamericanos, tres asiáticos, dos africanos y dos de Oceanía. Es evidente que Europa pierde algo de peso relativo, lo cual corresponde a la dinámica natural de las cosas, ya que también pierde peso la representación de los católicos europeos en el conjunto mundial. Aun así, un 45% de los cardenales seguirán siendo europeos y cabe esperar que el Papa profundice en esta dirección en los próximos Consistorios.
Quizás las mayores sorpresas tienen que ver con las diócesis de varios de los elegidos. Por ejemplo el obispo de Tonga (en el Pacífico) Soane Patita; el de Santiago de Cabo Verde, Arlindo Gomez Furtado; el de David (Panamá), el agustino recoleto de origen navarro José Luis Lacunza; el arzobispo de Yangón, la capital de Myanmar; el arzobispo de Agrigento (diócesis que incluye la isla de Lampedusa), Francesco Montenegro; el arzobispo de Addis Abeba (Etiopía) Berhaneyesus Souraphiel, y el mexicano Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia en la durísimo y violento estado de Michoacán.
Todos estos lugares evocan las periferias de las que siempre habla el papa Francisco, y es que él está convencido de la riqueza de mirada que puede llegar al corazón de la Iglesia (a su centro romano) desde estos lugares en los que la fe se ve probada cada día por la violencia, la persecución, la opresión y la miseria de todo tipo. El sello de Francisco es muy claro en estos siete elegidos, aunque también Juan Pablo II, que dispuso de muchas ocasiones para remodelar el rostro del Colegio cardenalicio, realizó nombramientos que cabría incluir en esta misma clave, como los que en su día recayeron en los arzobispos de Managua, Isla Mauricio, Tananarive, Alba Julia o Douala (Camerún).
Citemos, aunque sea rápidamente, al resto de los llamados a llevar el capelo rojo: el Patriarca de Lisboa, Manuel Clemente; el neozelandés John Dew; los pastores de Hanoi y Bangkok, Pierre Van Nhon y Charles Bo; el arzobispo de Ancona, Edoardo Menichelli; el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla y nuestro Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE. En este caso se trata de un reconocimiento a una larga trayectoria de servicios eclesiales, en ocasiones bien difíciles, además del aprecio al talante pastoral y rigor teológico de quien está llamado a presidir la Conferencia Episcopal en este nuevo tiempo, donde no faltan incertidumbres para la sociedad española.
En conjunto puede decirse que Asia (gran horizonte misionero del siglo XXI) sigue en lo alto de la ola, de hecho Sri Lanka y Filipinas se preparan ya para recibir la visita del Papa en los próximos días. Y también que América Latina gana peso, porque su potencial de religiosidad popular y de empuje misionero demandan una mayor aportación al camino común de la Iglesia. En una decisión que siempre está condicionada por las sillas disponibles y por los comentados equilibrios continentales, llama la atención esta vez la ausencia de nombres de las Iglesias de Oriente Medio: había posibilidades en Siria e Iraq. Y en cuanto a Europa, las sorpresas afectan al este y al oeste: en Ucrania no ha sido llamado el Arzobispo Mayor de los Greco-Católicos (quizás a la espera de una pacificación de la región) y también sorprende la ausencia del valiente arzobispo de Malinas-Bruselas, André Leonard. Al menos estas han sido mis sorpresas, reconociendo que en esta materia el Papa goza de total libertad para escoger y descartar, y que en todo caso, él y sus colaboradores ven mucho más de lo que puede ver cualquier analista.
Lo importante es que detrás de estos nombres y estos rostros, muchos de ellos extraños para el lector español, late la vida de tantas comunidades cristianas hasta el último rincón del mundo, vibra la fe que renueva el mundo y sostiene la esperanza de los hombres, la fe que derrota (a través de caminos que no dominamos) al mal y a la mentira. Y no olvidemos que estos hombres se vestirán de rojo para recordar su disposición al martirio. Se les llama príncipes, sí, pero de un rey crucificado y coronado de espinas.