Primer golpe contra la realidad

España · Francisco Pou
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2 octubre 2017
Por una vez coincidieron en argumentos frente a los micrófonos el presidente Rajoy y el president Puigdemont: la culpa, del otro. La culpa es la carga del causante de un mal. Y el mal que vimos este domingo viene, en realidad, de lejos. De un lado, casi dos millones de personas que acudían, la mayoría, convocados a un acto en tono lúdico, festivo y se encontraron con el último eslabón de la defensa de la ley por el Estado; la porra. Grupos de policía acorralados cumplen unas órdenes desesperadas intentando inútilmente una solución en horas para un problema de décadas.

Por una vez coincidieron en argumentos frente a los micrófonos el presidente Rajoy y el president Puigdemont: la culpa, del otro. La culpa es la carga del causante de un mal. Y el mal que vimos este domingo viene, en realidad, de lejos. De un lado, casi dos millones de personas que acudían, la mayoría, convocados a un acto en tono lúdico, festivo y se encontraron con el último eslabón de la defensa de la ley por el Estado; la porra. Grupos de policía acorralados cumplen unas órdenes desesperadas intentando inútilmente una solución en horas para un problema de décadas.

Es la foto de un gran fracaso de varias generaciones. Un proyecto político de administración autonómica, nacido de la Constitución, con los años ha abonado un humus cultural nacionalista monolítico que ha germinado en exclusión e independencia sobre un discurso supremacista innegable. Del otro lado, un centralismo miope de los grandes partidos que se ha acostumbrado a mirar persistentemente hacia otro lado. “La cuestión catalana” es un caso abierto desde la I República española (lo siento, más atrás no) y el romanticismo y la música que lo alumbró es la que sigue sonando hoy: claveles, niños y ancianos, chocolate y pastas para todos… y votación. Una votación que, vayamos al origen, convocaba la mitad de un Parlament cercenado con una imposición de reglamento urgente a la venezolana.

Es verdad también que “la cuestión catalana” ha sido lanzada a manos de los jueces por parte del Gobierno de España “quitándosela de encima”. Un reto que pedía acción cultural, educativa y política se ha subcontratado a los guardias de la porra, cuando ya nada había que hacer y el gran aquelarre festivo disfrazado de referéndum amateur intentaba imponer ni más ni menos que un cambio de régimen en unos pocos días. Hay, sí, cerca de dos millones de catalanes nacionalistas que ahora, además, quieren la independencia. Es la misma población de siempre, cuantificada en las tres últimas Diadas de Cataluña (la última a la baja), el seudo-plebiscito del 9N y, si apuramos, la radiografía del Parlament.

Pero hay otros tantos electores, decena porcentual arriba o abajo, que constituyen una masa de población que sigue viendo cómo se atropellan sus derechos. Hasta hoy había diálogo en la calle, el diálogo que no tenían los políticos. Hoy se ha agrandado una herida, además, con porrazos. Podría haber sido peor.

Una de las entidades que aglutina esos “silenciosos” es Societat Civil Catalana que al día siguiente publicaba este anuncio en los diarios de Cataluña: “pon ‘seny’ (la sabiduría del sentido común) frente a la ‘rauxa’, la pasión loca”.

Ayer coincidía con un buen amigo nacionalista e independentista. Juntos viendo lo que pasaba nos dimos un elocuente abrazo. Me venía a la cabeza una verdad que decía Giussani: “Gana quien abraza más fuerte”. Seremos pocos, pero abracemos fuerte. Es lo único que construye frente a la leyenda y la porra.

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