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#prayandunderstandSiria

Editorial · Fernando de Haro
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25 septiembre 2016
Lo primero la compasión, y con la compasión, la compresión y el juicio. Alepo, zona cero del planeta. Después de cinco años de guerra, ahora la ofensiva final de Asad y de Putin sin distinguir entre “rebeldes buenos” y yihadistas. Sin miramiento alguno con la población civil. Ahora se comprende por qué la tregua de la semana pasada ha saltado por los aires, por qué el convoy humanitario de Naciones Unidas no llegó a su destino.

Lo primero la compasión, y con la compasión, la compresión y el juicio. Alepo, zona cero del planeta. Después de cinco años de guerra, ahora la ofensiva final de Asad y de Putin sin distinguir entre “rebeldes buenos” y yihadistas. Sin miramiento alguno con la población civil. Ahora se comprende por qué la tregua de la semana pasada ha saltado por los aires, por qué el convoy humanitario de Naciones Unidas no llegó a su destino.

Alepo es una ciudad llena de “dolorosas”. Las agencias internacionales enviaban este fin de semana, tras los últimos bombardeos, una foto durísima, una foto que cuesta trabajo mirar. Una madre vestida de negro sostiene en sus brazos un niño con una gran herida en la cabeza. Un hiyab le tapa la boca. La mujer llora sin lágrimas. El pañuelo enmarca con más fuerza sus ojos, ojos levantados hacia el cielo, encharcados por el gran dolor, que no lo hay más grande que perder a un hijo.

Querría uno mirar para otro lado, que ya tiene uno bastante con lo suyo, y que ahora encima mirar a lo de Siria es demasiado. Parece que esta vez la actitud del postmoderno (esto-ya-lo-he-visto-y-ya-me-lo-sé) parece si no honrosa al menos recomendable.

Pero cuando se vence la primera resistencia se da uno cuenta de que mirar es conveniente, no por la dolorosas de Alepo, que también, sino por uno mismo. Todo es más humano que mirar para otro lado. Y al mirar uno puede blasfemar, puede quedarse en silencio, puede gritar, puede rezar, cada uno mirará con sus ojos, no puede ser de otro modo. Pero es más humano vivir con los dolores de los otros, que la compasión no ocupa espacio y recoloca todo, resitúa. Es más humano mirar la vida con los ojos llenos de las dolorosas de Alepo, con sus miradas doliente clavadas en el cielo.

Las dolorosas de Alepo lo son por una combinación de luchas de poder y porque algunos siguen cometiendo la inmensa torpeza de concebir la democracia como algo abstracto. Ni Asad ni Putin han querido una tregua efectiva, como tampoco la quisieron en febrero, porque ven cerca una victoria total. Sobre el Daesh, sobre el antiguo Al Nusra (filial de Al Qaeda) y sobre los grupos rebeldes no yihadistas. En realidad nadie sabe bien dónde está la frontera entre unos y otros, desde luego no lo sabe Estados Unidos que apadrina a la oposición nacida de la primavera Siria (¿qué quedará de ella?). Rusia ha encontrado la guerra perfecta para su nuevo imperialismo. El petróleo a menos de 48 dólares no es problema, tampoco lo es la crisis económica y demográfica si Moscú tiene una península de Crimea que invadir y subir así su testosterona nacionalista. No hay nada que le pueda venir mejor que plantarse en el Mediterráneo, segunda tenaza que encaja con la primera del Mar Negro. Y Putin no está para “delicadezas” occidentales. Si mueren unos cientos, unos miles, unas decenas de miles de civiles siempre será secundario para exhibir una victoria sobre el Daesh y para eliminar a la oposición no yihadista. Con Asad y con Irán de aliados, frente a Arabia Saudí.

Las bombas no estarían cayendo de forma despiadada sobre Alepo si Rusia no fuera Rusia y si Obama no hubiera cometido el mismo error que Wilson en Europa tras la Primera Guerra Mundial. Un error muy parecido al protagonizado por Bush en la Guerra del Golfo. Hay dos almas en la política exterior de los Estados Unidos. El alma realista que encarnaron los dos Roosevelts y el alma idealista de Wilson. Esta última, si se combina con dosis de utopía mesiánica, produce consecuencias nefastas. Obama, cuando la primavera árabe siria se transformó en una guerra civil entre los yihadistas y Asad, estableció la democratización como criterio absoluto de la intervención estadounidense. Con Asad no se podía contar, había que derrocarlo y luego luchar contra el Daesh. Es lo mismo que hizo Wilson a comienzos del XX, en la Primera Guerra Mundial. Se fijó como objetivo la democratización del mundo. Por eso no aceptó el armisticio que pidió Alemania, exigió que estuviese acompañado de la renuncia del kaiser. Por eso, cuando llegó el momento de sellar la paz, impuso aquel Tratado de Versalles que humillaba a los malvados y antidemocráticos alemanes. Puso así la semilla de la II Guerra Mundial. No tuvo la inteligencia de la que sí hizo gala el Congreso de Viena cuando integró en el nuevo orden a los vencidos, en este caso a los franceses.

Obama, como Wilson, ha exigido como principio y como criterio absoluto, la derrota del dictador. Sin concesiones, sin salidas. Algo parecido le ocurrió a Bush en Iraq. La democracia, que todos defendemos sin pestañear, se convierte en un arma peligrosa cuando no tiene en cuenta las circunstancias antropológicas, las pertenencias nacionales, las identidades religiosas. Si además se añade la posición de debilidad de los estadounidenses por su alianza con Arabia Saudí algo se empieza a comprender.

Derecha e izquierda coinciden en defender/justificar la injerencia internacional, neoconservadores y progresistas coinciden en pensar que la democracia es cosa del mercado y de los individuos, unos y otros son incapaces de entender los entresijos de sociedades diferentes, son prepotentes ante la doctrina clásica del mal menor, sordos a lo que desde el comienzo dijeron las muy realistas y encarnadas comunidades cristianas del país.

Recemos y sigamos intentando entender lo que pasa en Siria. No solo por los sirios, por nosotros.

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