¿Poseídos por la Verdad o absorbidos por el mundo?

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29 noviembre 2016
Hace algo más de un mes, un artículo del diario El Mundo se hacía eco de unas palabras de Desmond Tutu, arzobispo anglicano sudafricano de Ciudad El Cabo (y uno de los implicados en la lucha contra el apartheid en la época del presidente afrikáner De Klerk), en la que defendía el llamado suicidio asistido, precisamente, criticando lo que denominaba él “el empeño absurdo de mantener con vida”

Hace algo más de un mes, un artículo del diario El Mundo se hacía eco de unas palabras de Desmond Tutu, arzobispo anglicano sudafricano de Ciudad El Cabo (y uno de los implicados en la lucha contra el apartheid en la época del presidente afrikáner De Klerk), en la que defendía el llamado suicidio asistido, precisamente, criticando lo que denominaba él “el empeño absurdo de mantener con vida” al expresidente Nelson Mandela, fallecido en 2013 a los 95 años.

No es la primera vez que el arzobispo sudafricano se alinea en el ala teológica más liberal-protestante de la confesión anglicana. Hace un par de años ya se había alineado en la llamada “lucha contra la homofobia”, defendiendo un matrimonio homosexual y la adopción de niños por las parejas homosexuales. Postura que resulta muy distinta de la necesidad de la misericordia y de la acogida a los homosexuales, recordada por el Papa Francisco. Aquel mensaje papal era, ciertamente, muy distinto.

En realidad, este posicionamiento de Desmond Tutu es otra de las gotas que van colmando el vaso. Es un hito más del proceso de crisis seria por la que atraviesa la Iglesia Anglicana en esta realidad global. El propio pastor anglicano ha visto las consecuencias de esta secularización en su propia familia:recientemente, su hija, que fue ordenada sacerdotisa, en su tiempo, ha abandonado la fe, casándose con otra mujer y proclamando su ateísmo.

¿Suceden las cosas por casualidad?.

En realidad, no. Todo es fruto de un proceso complejo. Destacaría 3 momentos:

1.- El origen: un Cisma.– Con la Supremacy Act (1535), el rey Enrique VIII de Inglaterra, tras formular libelo de repudio a Catalina de Aragón y casarse con Anne Boleyn, rompe con Roma y se declara Cabeza de la Iglesia de Inglaterra.  Con la complicidad de Cromwell y Thomas Cranmer, elabora los 13 Articles, que aún conservaban el sustrato católico de la nueva confesión religiosa. Con la persecución a quienes habían guardado la obediencia a Roma, que lo pagan con su vida (Thomas More, John Fisher y otros). Con la cruel persecución emprendida, la ruptura con Roma, empero, no pasaba de ser una cuestión política. 

2.- Los 39 Articles o la consagración del Cisma.-El paréntesis de María Tudor (Bloody Mary) no evitó la oleada reformadora de Cranmer, Latimer y Ridley (los llamados mártires de Oxford), cuyo impulso fue recogido por la hija de Enrique, Isabel, quien acentuó la persecución de los católicos fieles a Roma (el ejemplo de la repoblación de Irlanda con terratenientes protestantes escoceses es claro ejemplo de las consecuencias de lo que se siembra) y comenzó la deconstrucción del dogma católico con los Thirty-Nine Articles, en los que el pensamiento calvinista contaminó los restos católicos que aún quedaban en la teología anglicana. El proceso de estatalización de la Iglesia de Inglaterra se completa con el Acta de Uniformidad (1559), con el que se separó definitivamente a Inglaterra del catolicismo. 

Tras la traumática República instaurada por Cromwell, quien trató de acabar no sólo con los católicos (Irlanda), sino también con la Iglesia anglicana, al dar todo el protagonismo a los puritanos, con el arzobispo de Canterbury William Laud se asiste a un intento de reforzar aquellos aspectos del tronco común del que bebía la iglesia anglicana: liturgia de la Misa y sacramentos –aunque no entendidos como signos de la presencia real de Cristo-, sucesión apostólica, nueva redacción del Book of Common Prayer. Aún podían verse los tenues hilos que ligaban a la Iglesia de Inglaterra con la tradición patrística.

3.- El acento protestante y las ramas del anglicanismo: Dejando atrás el metodismo de John Wesley, cuya difusión llegó hasta las colonias americanas, a través de los peregrinos del Mayflower, y en plenos albores del siglo XIX,  era inevitable que la falta de claridad existente en la Comunión Anglicana acerca de su identidad eclesial y teológica provocase el surgimiento de varias tendencias: una, liberal-protestante, comprendida en la Low Church, que entendía la Iglesia en un sentido protestante y  calvinista, como congregación, sin sacramentos ni sucesión apostólica; otra, más catolizante, la High Church (cuya liturgia aún se puede ver en muchas comunidades anglicanas británicas), que sostenía la importancia de la Tradición apostólica, la liturgia y los sacramentos –si bien no en el sentido de signos, sino de símbolos, de la presencia de Jesucristo-, y la sucesión episcopal; finalmente, la Broad Church, entendida como una especie de vía media  entre las dos anteriores.

Era claro que la Revolución Industrial y la expansión del liberalismo iban a dejar una profunda huella, así, en el seno de la Iglesia anglicana. Así, la corriente liberal-protestante de los Evangelicals, comenzó a poner fuertemente en cuestión los aspectos catolizantes de la High Church y resaltando la primacía de la interpretación subjetiva o libre examen. Una corriente, asimismo, muy alineada con el pietismo y que se nutría de los autores protestantes de la Reforma.

Resulta complejo dar una respuesta simple a la situación de la Iglesia Anglicana en el mundo global del siglo XXI. Qué duda cabe que el Movimiento de Oxford, impulsado por J. Keble, Edward Pusey y John Henry Newman, supuso una renovación dentro de la Iglesia Anglicana, más importante de lo que se cree. Quien haya estado en Gran Bretaña, en lugares como Oxford, Cambridge y  en parroquias de Winchester, Bristol, o en el condado de Kent (Canterbury), los ornamentos litúrgicos recogen esta influencia de un movimiento que acentuó la mirada al origen común: los Padres de la Iglesia, la iglesia medieval pre-Reforma…

En mi opinión, la génesis del Movimiento de Oxford tiene mucho que ver con el proceso de crecimiento y madurez espiritual que llevó a John Henry Newman a Roma. Adscrito al movimiento evangélico, surgido dentro del anglicanismo, comenzó a estudiar a los Padres de la Iglesia, descubriendo, paulatinamente, que la Iglesia anglicana estaba estrechamente vinculada a la comunidad cristiana en el medievo. Le llevó años de estudio y oración para darse cuenta que la Iglesia de la Reforma se había apartado de la tradición apostólica. Evolucionando del evangelismo a la doctrina de la sucesión apostólica, comprendió pronto que la Vía Media que, inicialmente, sostenía no era viable. 

Fueron años de crisis, consciente de que perdía una posición privilegiada, en los que se hizo evidente para él que no había otro camino que Roma.

En los últimos años, la Iglesia anglicana se ha visto sacudida por varias cuestiones: la ordenación de las mujeres al sacerdocio y al episcopado; la ordenación de sacerdotes y obispos homosexuales; la aceptación de la visión de la igualdad de género o una visión de la ecología que bebe del New Age (así lo ponía acertadamente de relieve Stratford Caldecott en un ensayo publicado por la Iglesia Católica en Gran Bretaña), ha sido siempre tema de discusión en las sucesivas Conferencias de Lambeth (reunión de los obispos anglicanos del mundo), y su aprobación ha generado una auténtica división, hasta el punto de que muchas diócesis anglicanas se encuentran en una encrucijada, que comienza a resolverse, en la mayoría de los casos, en un camino que lleva a Roma.

 

Hay que evitar los triunfalismos en el ámbito católico: urge una propuesta, no la autocomplacencia, frente a lo que está sucediendo. El suicidio asistido del que habla el arzobispo de Ciudad del Cabo esconde, en el fondo, la urgencia de una Presencia real hecha carne, de la que los católicos también estamos necesitados. Un rostro que haga presente la Misericordia es posible por el gesto que Benedicto XVI mostró a aquellos anglicanos que decidieron iniciar el camino a Roma, al concederles el Ordinariato (uno de cada diez curas católicos en Gran Bretaña ha sido pastor anglicano), solución al que diócesis anglicanas enteras han elegido en conciencia, siguiendo la estela de Newman, algo que los católicos de los países anglosajones han tenido que aprender: valorar la historia personal de los nuevos conversos que han llegado.

Algo querrá decirnos el hecho de que diócesis enteras anglicanas entren en comunión con Roma. Y es que una Iglesia que elija ser del mundo está abocada a ser una Iglesia en trance de ser absorbida por el mundo. Cualquier crisis ha de ser una oportunidad. No es que el orbe católico esté libre de riesgos (la secularización en España ha sido brutal), pero ciertamente securus iudicat orbis terrarum. No somos conscientes aún de la enormidad del gesto que tuvo Benedicto XVI con la aprobación del Ordinariato, la única salida para aquellos anglicanos -hermanos en la fe- que busquen no ser del mundo, sino buscar la verdad  en el mundo, como el Beato Newman

No se puede dejar de reconocer el impacto que tuvo la conversión al catolicismo del principal impulsor del Movimiento, Newman, con consecuencias imprevistas, muy importantes. A la conversión de Newman, siguieron la de muchos otros intelectuales en el siglo XX (Evelyn Waugh, J.R.R. Tolkien, Siegfried Sassoon, el historiador Dawson, G.K. Chesterton, Malcom Muggeridge y tantos otros) y de otras figuras de gran peso dentro de la Comunión Anglicana (Robert Hugh Benson, hijo del arzobispo de Canterbury, siendo pastor anglicano, fue recibido en el catolicismo, al igual que Ronald Knox)

En medio de este renacimiento literario católico surgido a principios del siglo XX, la Iglesia Anglicana comenzó a sufrir los primeros embates de una crisis profunda. La conversión de Newman, y la de los que le siguieron, fue vista como una pérdida irreparable en el establishment de Oxford y Cambridge. Algo se estaba moviendo.

Es, pues, en este contexto, donde me parece más trágica la posición que hombres indudablemente comprometidos en su día, como el arzobispo Desmond Tutu, se encuentran en el mundo global de hoy. Cierto es que ninguna confesión religiosa lo tiene fácil (el índice de abandono de la práctica religiosa es enorme en la Europa de hoy), menos en el Reino Unido, donde, paradójicamente, es la Iglesia católica la única que parece estar a la altura de tamaño desafío, aunque no está libre de esta indiferencia ante el hecho religioso.

 

Sin embargo, para la Comunión Anglicana, la situación es mucho más dramática –si no trágica-: George Carey, arzobispo de Canterbury entre 1991 y 2002, llegó a decir: «Nuestras cifras nos señalan una misión urgente. La Iglesia de Inglaterra se encuentra a solo una generación de su extinción», constatando la realidad de un proceso de secularización comenzado en los años 60 que está golpeando de lleno, hasta el punto de que, en los últimos tres años, han perdido 1.700.000 fieles.

Arzobispos de una talla intelectual y espiritual elevada –George Carey, Rowan Willams- contrastan con figuras muy marcadas en lo politically correct (el actual arzobispo, Justin Welby, en su recomendación pastoral, llegó a pedir el voto para los laboristas en 2015 y vaticinaba que, para dentro de una década, la mitad de los obispos ordenados serían mujeres). Muestra de este fenómeno de deserción en la Comunión Anglicana es que, tanto en Inglaterra como en Escocia, en muchas parroquias –a pesar de contar en el atrio con cafeterías y servicios- no se ve casi nadie. 

Posteriormente, vinieron las primeras sacudidas de inicios del siglo XX: las dos Guerras Mundiales que dejaron a Gran Bretaña muy destrozada moralmente. La ardua reconstrucción y la pérdida de las grandes evidencias acerca de la confianza en la estabilidad de la Iglesia anglicana. 

Y, en fin, los años sesenta, donde el pensamiento de Marcuse hizo especialmente estragos en Gran Bretaña. La revolución sexual dejó muchos cadáveres en el camino. Como se cuenta en el libro de Victoria Gillick,  Relato de una madre, el desconcierto alcanzó a las iglesias, que se replegaron a sus cuarteles de invierno. De ello no se libró la Iglesia anglicana, dentro de la cual muchos se entregaron a la mentalidad nueva que iba extendiéndose, por entonces, de rechazo al orden establecido.

Existen más voces autorizadas que se alinean en la misma corriente que Desmond Tutu. Éste es el gran problema que tiene la Comunión Anglicana: la creciente polarización en temas como la secularización, la ética política y la visión de la sexualidad, cuestiones éstas en las que iglesias como la Episcopaliana de Estados Unidos o de Canadá se han alineado en la línea de la igualdad de género, no sólo ordenando obispos homosexuales y obispas, sino celebrando matrimonios entre personas del mismo sexo. El actual arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia Anglicana, alineado con posiciones progresistas, ha reconocido la existencia de un riesgo real de división en el seno de la Comunión anglicana.

Además, también se ha mostrado que la ordenación de mujeres al sacerdocio y al episcopado no es un factor de crecimiento espiritual (olvidemos aquí los números, porque el panorama es tétrico), sino todo lo contrario. Sólo el 39% de las mujeres ordenadas cree en Cristo como único camino de salvación, por poner un ejemplo. ¿Podemos hablar de una Iglesia en trance de ser absorbida por el mundo?

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