Por un Dios no violento. El Papa Francisco en el horizonte contemporáneo

España · Massimo Borghesi
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21 noviembre 2016
La asociación entre religión y violencia, que caracteriza nuestro tiempo, representa un singular vínculo tanto desde la perspectiva religiosa como desde la cultural. El posmodernismo, según el cual verdad y violencia se identifican, parecía vencer. Pero la religión no podía ser violenta. Para la ideología de la globalización, la secularización de las ideologías y de las religiones, después del 89, era irreversible. Sin embargo, lo que pasó el 11 de septiembre de 2001 desmiente esa perspectiva. La religión no solo volvía a escena sino que se presentaba de manera violenta.

La asociación entre religión y violencia, que caracteriza nuestro tiempo, representa un singular vínculo tanto desde la perspectiva religiosa como desde la cultural. El posmodernismo, según el cual verdad y violencia se identifican, parecía vencer. Pero la religión no podía ser violenta. Para la ideología de la globalización, la secularización de las ideologías y de las religiones, después del 89, era irreversible. Sin embargo, lo que pasó el 11 de septiembre de 2001 desmiente esa perspectiva. La religión no solo volvía a escena sino que se presentaba de manera violenta.

En este contexto podemos comprender el significado del pontificado de Francisco y su visión de Dios, tal como se ve en su entrevista con Tornielli, publicada en forma de libro con el título “El nombre de Dios es misericordia”. Hoy el nombre de Dios, en el escenario mundial, no es misericordia. Es guerra, conflicto. El dios del Isis corta cabezas. El dios de Occidente, desde 2001, es un dios de poder, de reacción. Solo queda el cristianismo solo queda la Iglesia, solo queda el Papa profesando su fe en el Dios de misericordia. Y no solo este Papa, también sus predecesores. Juan Pablo II escribió la encíclica “Dives in Misericordia” e instituyó la fiesta de la Divina Misericordia. Después Benedicto XVI dio comienzo a su magisterio con la “Deus caritas est”. Afirmar hoy que “El nombre de Dios es misericordia” es revelar el nombre de Dios más allá del islamismo radical para volver a descubrir al Dios misericordioso presente también en el Corán, y más allá también del nihilismo occidental, encerrado en la rebelión.

“Solo quedará la caridad”, afirmó proféticamente Romano Guardini. Nuestra época, según el Papa Francisco, es un kairos de misericordia, porque la nuestra es una humanidad herida, que no significa necesariamente corrupta. La corrupción es el pecado elevado a sistema, a modelo. Corruptos son aquellos que llevan una doble vida, esas personas a las que Jesús acusa de hipocresía y a las que el Papa Francisco reprende con dureza. El pecado no es la corrupción, sino la condición normal del hombre. Al pecador se dirige la misericordia, porque Jesús viene para los enfermos, pero también porque la misericordia permite al pecador reconocerse como tal. Y es que reconocerse pecador no es en absoluto inmediato, es una gracia.

En su entrevista con Spadaro –imprescindible para comprender a Francisco– a la pregunta “¿quién es usted?”, Bergoglio responde: “Yo soy un pecador al que Dios ha mirado con misericordia”. Una respuesta desconcertante que recuerda al asombro del evangelista Mateo tal como lo representa Caravaggio en la tela de San Luis de los Franceses, cuando se descubre pecador precisamente porque es mirado con misericordia. La conciencia del pecado es dolor por alguien a quien amamos. Es esa tristeza. Tristeza, tal vez, por no sentirse pecador. Aquí el obrero de la última hora recibe la misma paga que el obrero de la primera hora. La misericordia viola la justicia. No la suprime, pero impide a la justicia encerrarse en el fariseísmo. La misericordia hace saltar por los aires la burocracia eclesiástica, es que hoy acusa de buenismo al Papa Francisco, movida por la misma conciencia que el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo. El hijo mayor es realmente justo, mientras que el menor se equivoca. Pero vuelve al Padre. Esto, y solo esto, es lo que importa para ser abrazados. El hijo mayor cumple la ley, pero se autoexcluye del abrazo del Padre. Está resentido y no sabe alegrarse por la felicidad del hermano. La misericordia es la oportunidad de un nuevo inicio y la Iglesia, para el Papa Francisco, no puede ser más que un “hospital de campaña”.

¿Cómo es posible hoy demostrar que Dios no es violento? Solo mediante los efectos que Él genera. Si el efecto es una vida buena, no violenta, la causa tendrá que serlo igualmente. Pero este efecto no es doctrina. Es gesto, es vida. Y como tal, solo puede ser narrado. La narración de estos efectos es la respuesta al Dios violento, a la ideología del poder, a la moral del resentimiento. Eso significa que hoy, en el tiempo del nihilismo y del fundamentalismo religioso, el testimonio (de quién es Dios) resulta esencial. El testimonio es misericordia de la miseria del mundo, de los míseros y miserables. La misericordia introduce un nuevo rostro de Dios y, con él, una tensión con la justicia del mundo, que es la verdadera novedad de la historia. También en el momento presente.

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