¿Por qué se suicidan tantos jóvenes en Japón?

Mundo · Federico Pichetto
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22 noviembre 2018
El encuentro entre una cultura arraigada en el sentido del deber y los mecanismos del sistema capitalista ha llevado al nacimiento y a la fortuna del Japón contemporáneo. Reducir un país a una estructura económica, y creer comprenderlo, siempre es una operación arriesgada. Sin embargo, impresiona ver cumplidas en el Japón actual muchas de las profecías con que Pasolini acompañaba la autoafirmación de la sociedad de consumo y su individualismo desenfrenado. El mito del éxito y la conducta perfecta ha transformado la promesa de bienestar de la sociedad occidental en una pretensión que es la principal causa, según el ministerio nipón de Interior, del récord de suicidios entre menores de 18 años, líder mundial desde 1986.

El encuentro entre una cultura arraigada en el sentido del deber y los mecanismos del sistema capitalista ha llevado al nacimiento y a la fortuna del Japón contemporáneo. Reducir un país a una estructura económica, y creer comprenderlo, siempre es una operación arriesgada. Sin embargo, impresiona ver cumplidas en el Japón actual muchas de las profecías con que Pasolini acompañaba la autoafirmación de la sociedad de consumo y su individualismo desenfrenado. El mito del éxito y la conducta perfecta ha transformado la promesa de bienestar de la sociedad occidental en una pretensión que es la principal causa, según el ministerio nipón de Interior, del récord de suicidios entre menores de 18 años, líder mundial desde 1986.

Pero ni siquiera el suicidio es el signo más preocupante. Medio millón de hikikomori –gente que se encierra en casa retirándose de la vida– hablan de una alienación radical que afecta transversalmente a ancianos y a jóvenes, dejándolos a todos más solos y más vacíos.

Así se entienden las noticias que a veces se miran de pasada, como si fueran mero folclore, como el matrimonio de un hombre de 35 años con el holograma de una estrella del pop que no existe sino que es fruto de un sintetizador de voz, o la extraordinaria afluencia de peregrinos a un santuario donde se reza para tener un pelo bonito. Mantener unidos todos estos factores parece complicado, mientras se intenta leerlos sociológicamente, como si tuvieran que revelarnos algo lejano o exótico, mientras que por el contrario se desvelan con una naturalidad extraordinaria cuando nos miramos en casa, fijando nuestra atención en la cantidad de jóvenes que se han quedado literalmente bloqueados en el engranaje que les acoge en el mundo laboral.

¿Qué puede llevar al suicidio, a la extrañeza, al aislamiento? La respuesta es casi banal, pero no podemos darla por descontado. Cada vez que percibimos la falta de espacio para nosotros mismos, un espacio donde poder decir “yo” con toda la originalidad e irreductibilidad que se percibe cuando afirmamos lo que somos, todo se vuelve chantaje, medida, y el valor de nuestra vida se pone en función del éxito, del consenso con el jefe, de los objetivos alcanzados, del hecho de ser aptos según los estándares propuestos.

Es el grito que expresa uno de los últimos éxitos de la banda One Republic, “Connection”, cuando el cantante se pregunta: “Si hay tanta gente aquí, ¿por qué estoy entonces tan solo?”. La falta de un momento de tiempo donde tener espacio para uno mismo, para el propio corazón, genera soledad, distancia y desesperación. En una época hiperconectada, acabamos desconectados de nosotros mismos y de los que tenemos al lado, dotados de la dignidad que puede darles un candado, pendientes de que nadie les sustituya rápidamente o –cosa mucho más plausible– de una inteligencia artificial que en el plazo de diez años sabrá hacer muchas de las cosas que ya sabemos hacer nosotros, pero mucho mejor que nosotros.

Japón, y con él toda la osamenta del mundo capitalista, se encuentra en una encrucijada: o dejarse devorar por las exigencias cada vez más apremiantes del beneficio, delegando en una política violenta la conquista de un pedazo de felicidad; o reencontrar en el propio deseo de belleza y de verdad otra medida distinta al beneficio y el bienestar. Algo que ninguna máquina podrá sustituir, que ningún jefe podrá domesticar, pero que sobre todo ninguna soledad podrá apagar. Porque no hay nada que llene más la jornada que la compañía de una pregunta. Cara a cara con el holograma.

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