Por qué releer Los Pueblos, de Azorín

I
Hay libros que te cambian en un fin de semana. No es una teoría, le sucedió a este juntaletras. De acuerdo, no caeré en el sofisma, porque es cierto que solo cambia quien está, de algún modo, predispuesto a cambiar. Pero cuando tienes quince años –y aseguro que los tuve-, vives químicamente predispuesto al cambio, y una inesperada combinación de palabras, un paisaje cotidiano bajo una luz distinta, un no-se-qué que pasaba por allí… Pues eso fue. Una lectura obligatoria, un trabajo de clase, un fin de semana para la misión imposible. El libro: Los pueblos, de Azorín. Ya nada volvió a ser igual. “¿Pero qué dice este señor… tan interesantemente poco interesante?”. “¿Y por qué lo dice así… de amable?”. Hasta hoy.
II
Son nuestros tiempos de lenguaje inflado, aire, polvo, nada. Pero basta uno de estos capitulitos para colorear un día, para recuperar la fe en las palabras, en el rostro humano de la sintaxis que nos robaron en el Bachillerato, en aquel tacto procurado por el léxico en sazón y que vimos solo en vitrinas. Basta que Don Antonio, Don Joaquín, Doña Juana, Clara, Lola, Concha digan de nuevo sus lacónicas presencias, y las cosas nos hablen con su sugerente exactitud.