Por qué releer El Quijote, dos notas
I.
Habría que desbrozar un camino oscuro, pero cierto, que comunica ciertas vegas profundas de sentido en El Quijote, con la piel más sensible del texto, y la más sensible aún del lector. Habría que escribir de vías como “simpatía narrativa”, “sintaxis cordial”, “cadencia humana”; y digo vías porque siempre me he sentido conducido por un andante amabile, que es más que pura frecuencia o repetición armoniosa. Vías donde imperan unas buenas maneras comunicativas, unas bellas formas que atraviesan también los campos de una ética, y que en su cartografía asombrosa alcanzan hasta los territorios más soberanos y autónomos de la lectura. Es esa sorprendente confluencia, para mí, su reclamo constante para la relectura.
II.
Dice Dostoievski en Diario de un escritor: En todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que ésa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: «Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?», podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: «Ésta es mi conclusión sobre la vida y… ¿podríais condenarme por ella?» No es un ligero argumento, ni un ligero argumentador. Habría que añadir aún otra misteriosa vía, que entre brumas apunta tozuda hacia una redención.