Por qué releer El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry: dos notas
I.
De esta extraordinaria obra de Antoine de Saint-Exupéry, siempre he recordado el dibujo de las primeras páginas: el que nos muestra un sombrero y, al mismo tiempo, una boa que se ha comido un elefante. Creo que esa era la contraseña que todos los niños que han leído El Principito estaban esperando, la que espera cualquier adulto para descubrir al niño tantas veces maltratado que en él duerme. Saint-Exupéry la dijo y todos los niños del mundo le reconocieron como a uno de los suyos. Pero ¿qué dijo?
II.
El Principito es misterioso: gusta a los niños, porque sin entender entienden, como entiende un mundo quien lo habita; gusta a los mayores, porque entienden que ya no lo habitan, y sin embargo, es tan amable… tan bondadosa esa llamada a volver a dejarse interpelar por esa presencia que habita el libro. “Amaré el ruido del viento en el trigo”, le dice el zorro al Principito, porque el tono dorado del trigo es metáfora del cabello del niño: el mundo ha sido humanizado. ¿Y quién no quiere habitar un mundo así?