Por qué releer Anna Karenina, de Lev Tolstoi: dos notas

I.
Volvemos sintomáticamente a las narraciones del XIX en medio de tanta producción narrativa contemporánea, como volvemos a Bach y Mahler, en medio de tanta producción musical de música culta contemporánea. Síntoma de algo que perdimos. Mi opinión: ´Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera´, el frontispicio de Anna Karenina esculpe en mármol la verdad de que nos importa mucho que el arte arroje luz sobre nuestra felicidad y nuestra infelicidad. Y si alguien es capaz de escribir de esto sin saltarse las “reglas no escritas” de lo literario, leeremos sus ochocientas páginas de un tirón, una y mil veces.
II.
No sé, echo de menos más catarsis en la narrativa contemporánea. Una, otra, otra… tantas novelas que recuerdan por extenso las contradicciones, las fragilidades, el vagabundeo sin objetivo… que quieren suscitar en nosotros una fugaz emoción: la de un apesadumbrado reconocimiento de nuestro frecuente ser sin ser. Pero… por eso mismo, vibro cuando entre los personajes líquidos y gaseosos va surgiendo un perfil nítido; saludo de nuevo a la estirpe de Antígona, y noto que se tensa un cable de acero que atraviesa todo el barro informe de los siglos humanos, desde los griegos hasta nosotros. No sé el lector de estas líneas, pero yo necesito la esperanza. Me gusta la justicia poética, ese premio a la virtud, esa representación del mal como mal; y todavía me gusta más, como a Anna, la caridad poética.