¿Por qué Podemos puede?

Mundo · Carlos Bueno
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23 diciembre 2015
La formación que lidera Pablo Iglesias ha sabido afrontar los conflictos que España ha aplazado durante años esperando que se resolviesen por sí solos o que se terminasen olvidando.

La formación que lidera Pablo Iglesias ha sabido afrontar los conflictos que España ha aplazado durante años esperando que se resolviesen por sí solos o que se terminasen olvidando.

Desde su nacimiento como partido, en septiembre de 2014, Podemos se fijó un objetivo claro que ha perseguido desde entonces: vencer las elecciones generales para cambiar la política de este país. Hoy, con más de cinco millones de votantes y 69 diputados en el Parlamento, se puede afirmar que lo ha logrado. Es evidente que el triunfo de la formación que lidera Pablo Iglesias no se lo ha otorgado ser la fuerza más votada –es la tercera–, sino haber conseguido acabar con la concepción, hasta ahora inamovible, de que una victoria electoral concede al partido que la obtiene el poder de imponer su criterio y sus intereses al conjunto de la ciudadanía.

Llegados a este punto, `gobernabilidad` y `pactos` son las palabras más repetidas tanto por la mayoría de medios de comunicación como por los viejos partidos, que permanecen aún aturdidos por la sacudida electoral del domingo y que no han asimilado todavía que estos conceptos pertenecen ya al pasado y no son funcionales para explicar la nueva realidad política de España. La gobernabilidad a la que tantos apelan y la estabilidad que reclaman son las que este país ha padecido durante los últimos años y las que han traído a la situación actual, de la mano de mayorías absolutas y pactos poselectorales, como si estos fueran sinónimos de responsabilidad y de orden social. Y nada más lejos de la realidad. De hecho, Podemos le debe buena parte de su éxito a la irresponsabilidad de los partidos tradicionales, desprestigiados no solo por los inagotables casos de corrupción que emergen en sus sedes, sino también por la forma en que los han afrontado.

No obstante, y a pesar del evidente rechazo que ha generado en la sociedad española la impunidad con la que nuestra clase política ha llegado incluso a institucionalizar y a legalizar la corrupción a través de la politización de la justicia y de las llamadas puertas giratorias por citar dos ejemplos flagrantes, son muchas más las razones que explican el ascenso de Podemos.

La primera de ellas es que en España se ha producido un cambio generacional que ha tenido como resultado el que una inmensa mayoría de jóvenes no nos sintiéramos ya identificados con los adjetivos políticos hasta ahora empleados, izquierda y derecha, pues no encontrábamos diferencias sustanciales entre los partidos que se posicionaban en uno u otro lado. Las encuestas del CIS, que otorgan porcentajes de voto irrisorios a los partidos tradicionales entre los votantes de 18 y 25 años, son bastante reveladoras en este sentido. Millones de jóvenes nos sentíamos políticamente huérfanos, ya que, hasta la llegada de Podemos, teníamos la sensación de que las fuerzas políticas que se habían estado turnando en el gobierno cada ocho años dirigían sus discursos a la economía y a los mercados, dos conceptos abstractos y volátiles que han monopolizado las preocupaciones de la clase dirigente, que ha tratado de convencer a la población española de que su bienestar pasaba por no enfadar a estas nuevas deidades. No se puede afirmar que esta forma de entender la política sea exclusiva de España, pues la crisis ha golpeado con fuerza en todo Occidente. Sin embargo, este país ha sufrido especialmente los estragos, con una tasa de paro de más del 20% y decenas de miles de jóvenes exiliados. Antes de 2008 ser un `mileurista` era sinónimo de frustración y de descontento, hoy sería para muchos de nosotros un privilegio ingresar 1.000 euros en la nómina todos los meses. Esta situación se puede tratar de explicar con más o menos atino, pero desde luego, no se puede justificar de ninguna de las maneras. Ante este panorama, Podemos ha dirigido su discurso a las personas, ha señalado las desigualdades y ha ejercido la labor de contrapoder que le correspondía ejecutar a la prensa, más atenta a las cuentas de Twitter de los nuevos concejales.

Otra de las claves del ascenso de Podemos es la gran cualificación de sus dirigentes, muchos de ellos provenientes de la Universidad Complutense de Madrid, una institución que a pesar de sus directivos y de los constantes recortes que sufren sus presupuestos, sigue contando con su activo más importante, los profesores que allí trabajan y que demuestran ser capaces de influir notablemente en la sociedad española. En el caso de los dirigentes de Podemos, de la facultad de ciencias políticas y sociología, nadie podrá negarles el logro de haber transformado este país, habiéndose curtido previamente asesorando a otros gobiernos tanto en Latinoamérica como en Europa. Quizás si los principales partidos hubiesen buscado consejo en las universidades públicas en lugar de rodearse de asesores cuyos méritos se reducían a su lealtad, no tendrían enfrente a la tercera fuerza política. Podemos no despreció ni desoyó la voluntad de cambio de los jóvenes que el 15-M de aquel año 2011 tomaron las plazas y le dijeron al poder: `Ya basta, hasta aquí hemos llegado`. La formación morada supo canalizar toda esa frustración y transformarla en un proyecto político que el pasado domingo dio sus primeros frutos ya maduros.

El hecho de haber sido la única formación política que ha propuesto una solución a las demandas nacionalistas explica por sí solo sus buenos resultados en comunidades como el País Vasco y Cataluña, donde se han alzado hasta el primer puesto y han relegado tanto a PP como al PSOE a ser partidos prácticamente testimoniales.

Pero si hay una razón que explica por encima del resto la irrupción de Podemos como fuerza representativa de más de cinco millones de personas en este país, es que por fin, después de tantísimo tiempo, han tratado a los españoles como adultos. Su máxima `si no haces tú la política, la harán otros por ti` ha calado en una población que parecía despolitizada y puerilizada, sumida en un profundo letargo. España tiene una serie de conflictos constantemente aplazados que ya no pueden esperar más para resolverse y que hasta ahora han sido conscientemente ocultados en aras de una convivencia y de una reconciliación que no han sido tales, pues todo proceso de transición tiene tres requisitos indispensables: verdad, justicia y reparación. Ninguno de ellos se ha dado en este país para forjar dos relatos indispensables que nos perseguirán irremediablemente hasta que hayan sido resueltos. Uno es el de la transición y otro es el de la lucha contra ETA. En el caso del final de la banda terrorista, el discurso que se pretende hacer es el de una superación que no es tal, representada por la exitosa película `Ocho apellidos vascos`, que viene a decir que `aquí no ha pasado nada y primero paz y después gloria`, una infamia que atenta contra la memoria de todas las víctimas. El otro gran relato es el de la transición, un proceso encumbrado hasta los altares celestiales de la política y que no puede ser rebatido, ni siquiera parcialmente. Así que debemos obviar todas las sombras del proceso, como la afirmación de que fue Juan Carlos de Borbón, el heredero político del dictador Francisco Franco, el que trajo la democracia a España, olvidando que muchísimos de los que murieron defendiéndola del franquismo permanecen aún enterrados en las cunetas. No es baladí que Pablo Iglesias, tras el triunfo electoral del pasado domingo, dedicase sus primeras palabras a recordar a grandes personalidades de este país como Federico García Lorca, Dolores Ibárruri, Riego, Rosalía de Castro, Clara Campoamor… en los que muchos encontramos a nuestros referentes ideológicos y que han permanecido silenciados y ocultos porque eran disonantes con el relato idílico de la transición. No en vano, al término de la celebración podían escucharse los acordes de la guitarra de Paco Ibáñez, quien dotó de música a los versos de Rafael Alberti que dicen así: “¡A galopar, / a galopar, / hasta enterrarlos en el mar!”. Somos muchos los españoles que hemos enterrado nuestros miedos, que ya no tenemos miedo a la historia, ni a la economía, ni a los mercados, ni a la política, ni por supuesto, a la democracia. No tenemos miedo y queremos tomar las riendas del presente. Ya no aceptamos que sean otros los que pretendan asustarnos para arrogarse el deber de protegernos y de hacer política por nosotros.

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