¿Por qué nuestro corazón ya no puede más?

Mundo · Federico Pichetto
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27 abril 2015
A los pocos días de la hecatombe en el mar de Sicilia, otro drama viene a llamar nuestra atención con miles de muertos en el terremoto de Nepal, un seísmo que ha arrasado los bienes, la esperanza y el futuro de toda la región afectada. Y que para nosotros, que todavía lloramos a centenares de muertos en el Mediterráneo, se convierte en la enésima provocación que nos hace sufrir con otros y ´por´ otros.

A los pocos días de la hecatombe en el mar de Sicilia, otro drama viene a llamar nuestra atención con miles de muertos en el terremoto de Nepal, un seísmo que ha arrasado los bienes, la esperanza y el futuro de toda la región afectada. Y que para nosotros, que todavía lloramos a centenares de muertos en el Mediterráneo, se convierte en la enésima provocación que nos hace sufrir con otros y ´por´ otros.

Pero el corazón parece empezar a cansarse. Los de Nepal están lejos y las causas de su muerte escapan a nuestro alcance, allí es difícil buscar culpables o responsables, y nuestro interés se empieza a agotar para volver a concentrarse en nuestra propia vida, en nuestros quehaceres. Se diluye nuestra compasión, nuestra conciencia de estar ´unidos´, de no ser extraños los unos para los otros, la percepción de que la vida del otro -de cualquier otro- resulta siempre significativa e imprescindible para el deseo de nuestro corazón.

¿Por qué surge esta aridez? ¿Por qué nos entran ganas de ´cambiar de canal´ o ´pasar página´? ¿Por qué, llegado a cierto punto, nuestro corazón ya no puede más? La verdad es que la respuesta es muy sencilla, o tal vez desarmante: tendemos a considerar los hechos de la vida por el significado que puedan tener, por lo que nos pueden dar en términos de confirmación o rechazo ideológico de nosotros mismos, y no por lo que son, por su carácter de ´hechos´.

Hay una perspectiva ideológica que nos hace mirar la realidad eliminando el aspecto estético, de contacto y encuentro con lo real. Una perspectiva que nos lleva a preguntarnos el ´porqué´ de las cosas, a catalogarlas, a encontrarles un sentido antes aun de mirarlas y acogerlas. En pocas palabras, nos alejamos del presente, de modo que ante cualquier drama no tenemos que plantearnos la petición decisiva, la de Alguien que venga y cambie las cosas, la de una presencia capaz de realizar el milagro.

Enmadejados en nuestros mil porqués y en nuestras miles de explicaciones, perdemos de vista la mayor necesidad que tenemos, que no es la de entender, resolver, sistematizar las coas, sino aquello por lo que Otro nos puede mirar verdaderamente y salvar. Es la salvación, la reconciliación, lo que necesita nuestra vida, no un rendimiento de cuentas ajustado a las muertes y sufrimientos causados. La pregunta más interesante no es por qué morimos o sufrimos, la pregunta más verdadera se refiere a por qué nacemos y deseamos, por qué nuestro corazón estalla de nostalgia esperando a que Alguien venga y nos haga total y definitivamente Suyos.

Náufragos en nuestras falsas preguntas, eludimos la cuestión más radical, que podríamos resumir esencialmente así: ¿por qué he nacido?, ¿cuál es la tarea de mi vida? Normalmente medimos nuestra existencia en función de plazos o logros, pero la vida se juzga en función del amor, de esa fuerza apasionada que nos lleva al Encuentro de nuestra vida, al encuentro con Alguien que nos ama y nos espera. La vida no está hecha para no terminar nunca, para no sufrir, para ser larga, sino para ese Encuentro. La vida nos ha sido prestada y donada para esto, cada uno tendrá que devolverla no relatando los reumatismos padecidos sino los ´sí´ a Cristo que ha sabido o no decir.

Nepal no está tan lejos, pues. De hecho, reabre en nosotros todo el drama de nuestra incapacidad para sufrir ´con´ el otro. Así se desvela la gran mentira de nuestra vida, la que nos impide ser eternos, que no nos evitará tener que dar cuenta hasta de nuestro respiro. Todo nos ha sido entregado para un tiempo breve. El día en que todo se decide es aquel en que somos llamados a dar todo a Aquel de quien hemos recibido cada instante, cada pequeño ´sí´.

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