¿Por qué no hacemos la lista de los grandes lapsus?

España · José María Gutiérrez Montero
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18 marzo 2014
Parece que los currículum de todos los músicos estén hechos de un mismo molde. Todo el mundo escribe, legítimamente, los profesores con los que ha estudiado, las orquestas en las que ha tocado, los premios recibidos, las becas disfrutadas y los títulos completados. No hay más que dar un paseo por la red, o por las notas al programa de cualquier concierto para ver unas líneas envidiables en referencia a cada músico.

Parece que los currículum de todos los músicos estén hechos de un mismo molde. Todo el mundo escribe, legítimamente, los profesores con los que ha estudiado, las orquestas en las que ha tocado, los premios recibidos,  las becas disfrutadas y los títulos completados. No hay más que dar un  paseo por la red, o por las notas al programa de cualquier concierto  para ver unas líneas envidiables en referencia a cada músico.

Por  supuesto que las grandes listas de logros son muy loables, y denotan bastante trabajo y sacrificio, muchas batallas ganadas. Pero detrás de cada línea hay también algunos puntos negros que realmente no son del todo negros. Porque todo el mundo ha tenido sus días aciagos, habiendo dedicado horas, días, meses y años enteros a la preparación del dichoso concierto. Al que es violinista, se le pudo romper una cuerda en medio del concierto (¡o el arco!). Al que es oboísta, se le pudo rajar la caña por la mitad, también está el trompetista que tenía una calentura en el labio o, simplemente, cualquier músico que no tenía su día y no dio dos seguidas afinadas. Y no son del todo negros estos puntos porque el que está curtido en mil fracasos también sabe disfrutar de haber hecho un buen concierto. Quien falla porque no siguió una buena estrategia para preparar su prueba o su concierto, sabe qué es lo que tiene que hacer para mejorar, y quien tiene un accidente, sabe que puede tenerlo cualquiera.

Así que, en esta noche de sinceridad, voy a hacer un recorrido por mis meteduras de pata más sonoras (nunca mejor dicho). Aquellas que, en público, expuesto a las críticas de los compañeros (algunas constructivas y otras más bien venenosas) me han hecho pasar vergüenza, pero me han servido para mejorar.

La verdad es que empecé pronto. Recuerdo un día que tenía que  tocar el Concierto de Cimarosa. La tarde empezó complicada, porque tocaba en un sitio donde nunca había estado. En las  audiciones, generalmente los más pequeños se encargan de la primera  parte, y los mayores empiezan después del descanso. Aquel día era mi  ´debut´ como mayor. Durante toda la primera parte tuve la caña en la  boca, para que no se secara. Evidentemente, me pasé de frenada. Salí en  la segunda parte, y no había manera de hacer sonar el instrumento.  Cuando pasa algo así, uno se pone nervioso y no da una a derechas, y  esto fue lo que sucedió durante toda mi actuación. Pero lo peor estaba  por llegar. Cuando iba por la mitad del segundo tiempo, de repente se acabaron las páginas. ¿Dónde estaría el dichoso papel? En cualquier sitio menos en el atril. Total, tenía que empezar, se acababan los compases de espera, y tuve que hacer el resto del segundo tiempo de memoria.

Cometí el error de mirar demasiado al público y  me dí cuenta de lo que estaba pasando. No había un alma en la sala que no se hubiera dado cuenta de que estaba liando la de Cagancho en Almagro. Y cuando terminé, y soporté el chaparrón de los aplausos de cortesía (son más insoportables los aplausos cuando sabes que lo has hecho mal), entré en el aula auxiliar donde encontré… ¡la partitura! Por supuesto, aprendí mucho de aquella tarde (la caña en la boca, lo justo y necesario, revisar material antes de salir a tocar, etc.).

Mi historial de los horrores acababa de empezar, pero se ha ido engrosando con el tiempo. Recuerdo aquella audición, ya en el Superior, en la que llegué a una respiración sobrado de aire, en esta ocasión tocando  Bach. Tenía todas las respiraciones puestas, pero me confié, y una mala decisión puede jugarte una mala pasada. La respiración estaba bastantes compases después y pasó lo que tenía que pasar. Llegué sin aire. En tal estado de confusión, sin saber muy bien qué hacer, tuve que cortar una nota larga, me tocaba dar la señal a mí, y lo hice con el único recurso que tenía disponible… ¡Con el pie! Un pisotón al suelo que ni Joaquín Cortés. Aquello me valió por un tiempo el mote de ´Chiquito del Oboe´ (jandemorrr). Aquel día aprendí que si las respiraciones están puestas, es por algo.

Pero no sólo he tenido mis lapsus cuando he tenido que hacer una audición. Hay que aprender a contar compases si no quieres perderte tú, y sobre todo si no quieres perder a toda la orquesta… director incluido. Vaya octava de Beethoven más mala que salió aquella tarde.

Por no hablar del recital de fin de carrera. Ese recital que todos preparamos obsesivamente durante años, y que por el estado de nervios da lugar a los desastres más épicos. Los lectores sensibles pueden saltarse este párrafo porque lo que voy a contar es realmente asqueroso. Cada uno tiene sus manías, y algunos no podemos evitar ponernos a sudar durante los momentos más comprometidos. Hasta ahí todo normal pero… ¿Qué  hacer cuando la gota de sudor te cae en la llave de octava en medio del pasaje más delicado del segundo tiempo del concierto de Strauss para oboe? Sí. Así fue.

Por supuesto, he tenido más, pero con esta lista es suficiente.

¿Qué quiero decir con todo esto? En absoluto busco hacer una apología de la mediocridad, y tampoco digo que no pasa nada, porque sí pasa. Tampoco quiero autocastigarme. Cualquiera que toque un instrumento sabe que lo que estoy diciendo es verdad, que todos hemos tenido nuestros fallos y, como en todos los vídeos que he ido intercalando, nos hemos podido sobreponer a ellos.

Considero que sería muy saludable que todo músico hiciera su lista. Los que tienen el ánimo muy subido, para que se den cuenta de que también son humanos, y los que lo tienen bajo, para que sean libres ante sus propios errores, porque de todo se puede aprender, y somos mucho más que una equivocación o un accidente en un concierto. Somos mucho más que toda esa tontería. Es libre ante el propio error el que tiene una experiencia gozosa de la verdad.

Detrás de los músicos buenos, y de los que somos normales, hay una gran lista de accidentes a los que nos hemos podido sobreponer. Detrás de los malos hay miedo al error, y mucha falsa humildad, que es la otra cara de la soberbia. Y con todo esto, sigamos adelante, que hay mucho que aprender, hay mucho que disfrutar con la música, y hay que saber reirse de uno mismo, que es signo de inteligencia.

Y luego está este organista que es un verdadero fenómeno…

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