¿Por qué el hombre es emergencia?

La semana que viene comienza el Meeting de Rimini http://www.meetingrimini.org/ en Italia. Es el mayor encuentro cultural del verano europeo, al menos como expresión popular. Pero ni en España ni en América Latina suele haber muchas noticias sobre él. Quizás sea un síntoma del “nuevo periodismo”, ese que ha provocado que el chico que vende los periódicos en la calle (Amazom) se haya convertido en el editor de una de las cabeceras más prestigiosas del mundo (Washington Post).
El título de la reunión de Rimíni es Emergencia Hombre. Seguro que muchos partidarios del lenguaje inclusivo se están subiendo por las paredes. En España podemos estar tranquilos desde que algunos de los más insignes progresistas de la Real Academia nos dijeron que utilizar la palabra “hombre” no era machista. Por si acaso, Emergencia Hombre/Mujer (y los otros cinco “géneros posibles”).
¿Por qué es una emergencia el hombre en este comienzo del siglo XXI? Una tasa de paro de más del 12 por ciento en la zona euro es una emergencia para los europeos que pueden perder una generación de jóvenes. Un crecimiento alto y desequilibrado para América Latina, donde la clase media no acabe de consolidarse, y donde todavía falta transparencia y estabilidad institucional en muchos gobiernos y sobra violencia, es una emergencia. Como también lo es la polarización inédita de la vida política de Estados Unidos, el radicalismo de su presidente y la incapacidad para resolver la cuestión de la inmigración. La falta de liderazgo cultural de Occidente en un mundo cada vez más oriental y, por tanto, con perfiles antropológicos muy difusos (seamos en esto todavía ilustrados: no todas las culturas son iguales) es otro factor de alarma. También la difusión de experiencias religiosas que no quieren saber nada de la razón o el crecimiento del terrorismo islamista. Todas ellas y otras son emergencias que atañen al hombre del siglo XXI. Otras han desaparecido, los chicos de The Economist en su Megachange (previsiones para 2050) dicen que ni el aumento de la población, ni la mayor necesidad de alimentos ni algunos de los viejos “terrores” siguen vivos.
Pero de lo que no hablan la gente del semanario británico es del desconcierto. Que bien pudiera ser la palabra que define estos años. Pensamos que la historia se había acabado, que la tecnología haría posible el crecimiento sin ciclos y que la vida cotidiana de alguna manera sería diferente –más feliz, menos dramática-. Los más viejos creyeron que el cambio era posible con el sueño de los 60, los recalcitrante siguen reivindicando las soluciones de los 80 que nos han llevado al actual desastre ¿Y las generaciones más jóvenes? Los jóvenes buscan en su smart phone una sonrisa del destino y se encuentra con una mueca.
Somos hijos del optimismo ingenuo del siglo pasado. Y hemos descubierto que el tiempo pasa y que todo sigue donde estaba. Es el desconcierto que tan bien definía Hannah Arendt cuando describía el abismo que en un momento de la historia se abrió entre pensamiento (significado) y acción. “Toda actividad de pensamiento que no sea simple cálculo de medios para alcanzar un fin predeterminado pasó a desempeñar el papel de post-pensamiento (se hizo irrelevante). Y la acción por su parte se volvió carente de significado, reino de lo accidental y de lo azaroso, sobre el que ya no arrojan su luz inmortal los grandes hechos de ningún tipo”.
La emergencia es el desconcierto que separa hechos y significado, la vida en manos del gran azar. Es una maldición de la que tampoco se libran muchos católicos. Porque la fe, en demasiadas ocasiones, se ha convertido en algo poco real. Ya veremos que nos dice la gente del Meeting sobre esta situación. De momento conviene escuchar a Pasolini cuando recomienda: “no le tengas miedo a la sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándolos en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches”.