Por qué Arabia Saudí no es un Isis que ya funciona

Mundo · Michele Brignone
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7 enero 2016
Como ya pasó después del 11 de septiembre, las hazañas del islamismo yihadista, esta vez en la versión del Estado islámico, han devuelto al centro de la atención mediática a Arabia Saudí, acusada a menudo de ser el principal inspirador, organizador y financiador del terrorismo yihadista. La ejecución, el 2 de enero, de 47 presos, entre ellos el religioso chiíta Nimr al-Nimr, ha contribuido a robustecer su imagen como principal sostén de la violencia en Oriente Medio.

Como ya pasó después del 11 de septiembre, las hazañas del islamismo yihadista, esta vez en la versión del Estado islámico, han devuelto al centro de la atención mediática a Arabia Saudí, acusada a menudo de ser el principal inspirador, organizador y financiador del terrorismo yihadista. La ejecución, el 2 de enero, de 47 presos, entre ellos el religioso chiíta Nimr al-Nimr, ha contribuido a robustecer su imagen como principal sostén de la violencia en Oriente Medio.

El guía supremo iraní Ali Jamenei ha encontrado así buena compañía al comparar Arabia Saudí con el Estado islámico. En el último año, más de un observador ha puesto en evidencia las afinidades entre el estado de los Saud y el de Abu Bakr al-Baghdadi: la misma ideología wahabita, la misma aproximación literal a las escrituras, el mismo sistema penal inspirado en una interpretación extremadamente rígida de la sharía. Según un editorial del New York Times el 20 de noviembre, Arabia Saudí no sería más que “un Isis que ya funciona”.

Las analogías entre el reino de los Saud y el neo-califato sin duda no faltan, como demuestra entre otras cosas la participación en el conflicto sirio-iraquí de muchos jóvenes yihadistas sauditas, deseosos de poner en práctica el celo religioso que aprendieron en sus pupitres escolares. Pero las diferencias entre ambas entidades, puntualmente señaladas por Stéphane Lacroix, experto en Arabia Saudí y profesor de Ciencias Políticas en Paris, no son menos significativas.

Arabia Saudí es “un” Estado islámico, puesto que es hegemónico en el mundo suní, mientras que el Isis pretende ser “el” Estado islámico por excelencia, el Califato universal al que potencialmente todos los musulmanes del mundo deben obediencia. El sistema saudí es bicéfalo, fundado sobre la diarquía del poder político, ejercido por los Saud, y la autoridad religiosa, mantenida por los ulemas custodios de la doctrina hanbalita-wahhabita. En el Estado islámico rige en cambio el “fanatismo del Uno” en su forma más extrema. Arabia Saudí nació como Estado yihadista y subversivo (su conquista de la península arábiga en los años 20 fue un combate “en el camino de Dios” contra los musulmanes considerados “desviados”), pero con el tiempo, como ha señalado el experto tunecino Hamadi Redissi, ha “puesto juicio” y se ha afirmado como autoridad neo-tradicional. El Estado islámico rechaza cualquier compromiso con el orden establecido, porque su razón de ser es rehacer el mundo mediante la restauración del Califato. Ciertamente, el Estado islámico quiere hacerlo, pero no del mismo modo en que lo ha hecho el reino saudí, que por otro lado está atravesando una fase muy delicada de su historia.

Precisamente de este momento crítico hay que partir para entender la razón de las ejecuciones con que Arabia Saudí ha inaugurado el nuevo año. Centrándose en la eliminación del ayatolá chiíta Nimr al-Nimr y olvidando a los otros 46 condenados a muerte, muchos columnistas han interpretado unilateralmente el gesto de Riad como una descarada provocación al Irán chiíta. En realidad, el mensaje lanzado por los reyes sauditas está mucho más articulado, como ha mostrado en su Twitter Madawi Al-Rasheed, uno de los mayores expertos del Golfo. Entre los 47 ajusticiados había de hecho militantes de la sociedad civil y algunos miembros de Al-Qaeda, entre ellos el ideólogo Faris al-Shuwail, arrestado después de una serie de atentados cometidos en 2004 por la organización yihadista.

Más preocupados por la disidencia sunita que por la chiíta, los reyes sauditas han querido lanzar una advertencia a sus correligionarios más intransigentes y a los islamistas de su propia casa, tranquilizándoles al mismo tiempo con la ejecución del influyente líder chiíta Nimr al-Nimr. La reacción de Irán, que como demuestra la actividad de sus verdugos (289 ejecuciones en 2014 según Amnistía Internacional) no tiene nada que envidiar a la brutalidad de Riad, no solo no preocupa a la casa real sino que le ofrece ese plus de legitimidad “confesional” que buscaba en una etapa en la que, entre la caída de los ingresos petrolíferos y los modestos resultados en los conflictos regionales, su poder se está mostrando especialmente vulnerable.

En estas condiciones, la fatal unión entre la falta de escrúpulos de la familia saudita y el rigorismo de los clérigos wahabitas parece más imposible de reformar que nunca, visto que cada uno de los sujetos es probablemente incapaz de sobrevivir sin el apoyo del otro. Resulta difícil imaginar un Oriente Medio pacificado por fin mientras Arabia Saudí ejerza su magisterio fundamentalista sobre el resto del mundo árabe-musulmán sunita.

Oasis

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