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Política Netflix

Editorial · Fernando de Haro
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15 marzo 2021
Los españoles han asistido sorprendidos a las conductas disociadas de su clase política. El análisis ético de lo ocurrido no nos sacaría de la perplejidad

España ha sido en los últimos días triste escenario de un caso grave de disociación. Este término, propio de la psicología, sirve para describir el mecanismo mental que desconecta a la mente de la realidad en determinadas situaciones, generalmente límites. Los españoles han asistido sorprendidos a las conductas disociadas de su clase política. El análisis ético de lo ocurrido no nos sacaría de la perplejidad.

La situación del país supone un gran desafío. España es uno de los países de Europa más golpeados por la pandemia. Ahora se cumple un año del largo confinamiento domiciliario que se decretó demasiado tarde. Los errores de gestión han sido constantes, no solo en los primeros meses, cuando la ignorancia era un atenuante. El virus ha provocado más de 90.000 muertos, lo que supone una de las tasas más elevadas de mortalidad. La economía, muy dependiente del turismo y de los servicios, ha sufrido una de las mayores caídas del PIB de la OCDE en 2020. Hay casi seis millones de personas que quieren trabajar y no pueden.

Y en esta coyuntura se producen los hechos conocidos. Ciudadanos organiza una moción de censura para romper con el PP y gobernar con los socialistas en el Gobierno de Murcia. La cuestión no tendría más trascendencia si no fuera porque la operación fue preparada por los colaboradores del presidente del Gobierno. Era un movimiento de ajedrez para comerse un peón poco relevante, y poder comerse también a la dama: el Gobierno de la Comunidad de Madrid. La jugada pretendía, sobre todo, debilitar a la oposición, romper el posible acercamiento de Ciudadanos y el PP, conquistar poder territorial y buscar un futuro socio. La operación se frustra porque el PP reacciona con una jugada táctica inesperada. Gana el más rápido, el que golpea con más fuerza.

¿Por qué se llega a esta disociación entre la clase política y las necesidades sociales? No hay una sola causa. La política española, en los últimos diez años, con el desarrollo del movimiento del 15M y la radicalización de los partidos nacionalistas convertidos en partidos independentistas, ha vivido una profunda transformación. El PSOE y el PP, que representaban el tradicional bipartidismo socialdemócrata y liberal-conservador, han visto mermadas sus fuerzas. La aparición del populismo de izquierda –Podemos–, de una fuerza regeneracionista liberal –Ciudadanos– y una derecha-derecha, representada por VOX, ha provocado una fragmentación acusada y alianzas poco estables. En una situación como la creada por el COVID, el problema se podría haber solucionado con un entendimiento entre PP y PSOE. Pero los socialistas tienen una repulsión casi genética a acercarse al centro-derecha y el centro-derecha tiene muy limitados sus movimientos por la fuerza de VOX.

Esta modificación del sistema de partidos y la lucha permanente en un Congreso con mayorías insuficientes no es la única causa de la disociación. Se ha comentado estos días que la política española es una “política Netflix”, sus líderes se habrían convertido en personajes de series como House of Cards, en las que el ejercicio de poder se confunde con las intrigas y las maniobras permanentes para sacar ventaja sobre el contrario. Algunos de los responsables de la política española son ciertamente consumidores compulsivos de series de televisión. Pertenecen además a una generación ya muy distante del momento en el que la cultura pública de la transición a la democracia marcaba ciertos límites.

El factor Netflix seguramente es relevante. Pero hay que entenderlo bien. Sería infantil pensar que los políticos han visto tantas series que siguen los patrones de conducta de sus protagonistas. La política Netflix es un modo metafórico de hablar para describir el origen del error de percepción de presidentes, jefes de la oposición, líderes regionales: su gran facilidad para sustituir la gestión por la comunicación. La batalla política es la lucha por imponer un determinado relato y la construcción de ese relato, con demasiados elementos de ficción, llega a convertirse en lo más determinante. La narración tiene que ser simple, maniquea, y emotiva. Lo más importante son los sentimientos. Una crisis sanitaria y una crisis económica son difícilmente representables en los esquemas binarios y simplistas imperantes.

Este proceso que sustituye la narración por la realidad tiene una correlación en el estado de la opinión pública. La resistencia del público a recibir mensajes complejos, la facilidad con la que los medios de comunicación se ponen en línea con los partidos, el emotivismo en las posiciones y la falta de vertebración de la sociedad facilitan la extensión de una forma de hacer política autorreferencial.

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