Pío XII. Un ejercicio de memoria democrática

Cultura · Francisco Medina
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9 marzo 2020
Hace dos días, en línea con lo anunciado por el Papa Francisco el año pasado, el Archivo Apostólico Vaticano comenzó la desclasificación y digitalización de más de 1.300.000 documentos relacionados con el pontificado de Pío XII y la actuación de la Santa Sede en la Segunda Guerra Mundial; en concreto, el período de ocupación alemana en Italia. Documentos tales que estarán a disposición de los investigadores e historiadores que quieran indagar en un capítulo muy complejo de la Historia sobre el que se derramaron litros de desinformación e ideología.

Hace dos días, en línea con lo anunciado por el Papa Francisco el año pasado, el Archivo Apostólico Vaticano comenzó la desclasificación y digitalización de más de 1.300.000 documentos relacionados con el pontificado de Pío XII y la actuación de la Santa Sede en la Segunda Guerra Mundial; en concreto, el período de ocupación alemana en Italia. Documentos tales que estarán a disposición de los investigadores e historiadores que quieran indagar en un capítulo muy complejo de la Historia sobre el que se derramaron litros de desinformación e ideología.

Eugenio Pacelli comenzó su toma de conciencia en relación con el nazismo en su etapa de nuncio apostólico en Alemania, en plena ascensión de Adolf Hitler, contribuyendo a la redacción de la encíclica Mit Brennender Sorge (Con viva preocupación), promulgada por su antecesor –Pío XI–, en la que se ponía sobre el tapete la traumática absorción de la sociedad alemana por un régimen de pensamiento hegemónico totalitario que había utilizado los sentimientos de resentimiento derivados de la firma de los Tratados de Versalles y la verdadera cara que el nacionalsocialismo iba mostrando en relación a la oposición y a los judíos.

Con la elección al solio pontificio, el Papa Pío XII se vio enfrentado al enorme reto de cómo la Iglesia debía resistir frente al caos y el dominio germano en toda Europa. Su papel, marcado por el silencio y la labor oculta, permaneció, durante mucho tiempo, cubierto a raíz de la publicación de la obra teatral de Rolf Hochhuth, El vicario, (1963) y del ensayo El Papa de Hitler, escrito por el historiador Cromwell; que vienen a constituir una especie de documento acusatorio de complicidad con el régimen nazi hacia el Pontífice.

Sin embargo, y aunque la imagen de Pío XII sigue estando distorsionada, lo cierto es que ello no ha ocultado del todo la verdad. El entonces embajador israelí, Mordechai Lewy, reconoció la labor efectuada por Pío XII durante la II Guerra Mundial y la propia primera ministra Golda Meir envió un telegrama, con ocasión del fallecimiento del Papa Pío XII, significando la labor efectuada por la Santa Sede y cómo Pacelli había alzado la voz en favor de los judíos perseguidos.

Las investigaciones más serias vinieron por parte del rabino David Dalin –el mito del Papa de Hitler– y del sacerdote jesuita Pierre Blet, en su libro Pío XII y la Segunda Guerra Mundial (Ediciones Cristiandad), que han arrojado mucha luz acerca de este episodio. También el historiador Michael Burleigh, en su libro Causas Sagradas, reconoce la existencia de los dilemas tan complejos a los que Eugenio Pacelli tuvo que enfrentarse y los numerosos contactos que la Santa Sede estableció a nivel internacional, para impulsar la ayuda humanitaria. También Robert Ventresca, profesor de la Universidad de Ontario, en su libro Soldado de Cristo. Vida del Papa Pío XII, viene a corroborar la fortaleza y claridad con que el entonces nuncio apostólico en el Berlín de 1939 criticó al régimen nazi, siendo consciente de que el mantenimiento de relaciones con el Reich alemán dejaba abierta una posibilidad, aun tenue, de contactar con los obispos alemanes.

No eran esos tiempos los actuales. La prudencia y el realismo eran los únicos criterios que posibilitaban la labor oculta de rescate. Cualquier pronunciamiento expreso podía ser objeto de represalias. De hecho, como refleja la película El noveno día, pronunciamientos contundentes como el del obispo de Utrecht acarrearon consecuencias terribles, como el envío de judíos holandeses al campo de concentración de Westerbork. No todos los obispos eran August Von Galen, quien habló de forma contundente contra el programa de eutanasia T-4.

La apertura de los archivos permitirá iluminar muchas cuestiones. Por de pronto, los fascículos sobre los judíos con 4.000 nombres, la cuestión de los certificados falsos proporcionados por monseñor Ottaviani; intelectuales –como Kristeller o Liebman– que obtuvieron ayuda para escapar; el papel activo que jugó el escritor británico católico Evelyn Waugh asesorando a la Santa Sede, mostrarán el carácter poliédrico del pontificado de Pío XII en toda su grandeza, y evidenciarán, una vez más, la necesidad de curarnos del cáncer de la pretensión de explicar los hechos del pasado desde la perspectiva del presente (presentismo).

Por eso, en un mundo globalizado del siglo XXI, en el que las fake news han inundado las redes sociales y la propia prensa digital, la posibilidad de acceder a archivos digitalizados y restaurados constituye un punto de fuga que contribuirá a la rehabilitación de un pontificado clave en el siglo XX, cuyo papel en la II Guerra Mundial, reconocido por numerosos judíos que se beneficiaron del paraguas de la Santa Sede (Eugenio Zolli se convirtió al cristianismo y adoptó su nombre en agradecimiento a la labor de Pío XII), se verá aún más nítidamente (uno se preguntaría si, de haber tenido conocimiento de ello, la pensadora alemana Hannah Arendt no matizaría algunos de sus juicios que ella formuló en su libro Eichmann en Jerusalén en relación a la Iglesia). En un tiempo en que asistimos a un boom académico y político de la llamada memoria histórica, reconocer la labor de Pío XII se revela como un ejercicio necesario y urgente de memoria democrática que beneficiará no sólo a los católicos, sino a todos.

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