¡Pim! ¡Pam! ¡Pum!

España · Gonzalo Mateos
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22 junio 2022
Desmontemos dos mitos que en España se toman por axiomas. El primero es que en educación es imposible llegar a acuerdos. No es cierto, los vemos alcanzar casi a diario.

Habitualmente en nuestras familias, colegios, universidades, y en las empresas, y frecuentemente entre administraciones y en organismos internacionales. En la Unión Europea veintiocho países soberanos y plurales aprobaron las ocho competencias básicas que debe cumplir todo currículo educativo, ¡cómo no vamos a poder alcanzar lo mismo aquí! Para acordar basta con querer, observar con rigurosidad los datos, utilizar la razón y la creatividad, trascender el interés particular y ponerse a trabajar juntos. No es sencillo, pero no es imposible. Créanme, sé de lo que hablo.

El segundo falso mito es ese que afirma que los resultados de la educación son un desastre. Hay muchos jeremías que nos repiten insistentemente la misma cantinela. Las cifras en España de los últimos cincuenta años dan prueba de que nunca en nuestra historia habíamos visto un periodo tan exitoso en lo que se refiere a las cifras de escolarización, de alfabetización y de participación en la educación superior. Nunca ha habido tanto acceso al conocimiento y nunca tantas oportunidades para desarrollarse educativamente. La nueva Formación Profesional y el Aprendizaje de Adultos son los próximos desafíos. Estamos convergiendo con Europa y aunque con nubarrones, el horizonte es prometedor. Es cierto, hay muchas cosas que mejorar, pero tampoco es para estar avergonzados, ni para rasgarse las vestiduras. Sólo parece un motivo más para ponerse manos a la obra.

Entonces, ¿por qué tenemos la sensación de que todo lo que se refiere a la educación polariza y acaba en fracaso? La razón es que en este sector algunos juegan sucio y a corto plazo. Utilizan algunos temas educativos como coctel molotov, fáciles de construir, de lanzar desde la multitud y de inflamar fácilmente en las filas enemigas. Lo hacen los de uno y otro lado, bien sea para conquistar el poder bien sea para conservarlo. Ocurre como en los acantilados al borde del mar, que se vuelven más peligrosos cuando suben las mareas, que en educación se pintan de verde o naranja. Son los que publican draconianos manifiestos unilaterales o ardientes e inútiles manifestaciones en la calle. Un caramelo para el idiota demagogo, generalmente populista o nacionalista, o las dos cosas a la vez, que ni sabe ni quiere saber, y que sólo buscan en la educación un modo para ocultar su agenda. Son pocos (o pocas), pero hacen mucho ruido.

El pimpampum es una atracción de feria en la que se intenta derribar a pelotazos muñecos puestos en fila o en movimiento. En sentido figurado se utiliza para describir el que juega a someter a una persona o grupo de personas mediante lanzamientos violentos sucesivos de modo que ninguno quede en pie y se pueda uno llevar el premio. Muchos de los que hablan sobre educación en los periódicos en los últimos tiempos sólo están jugando al pimpampum. Que si nos adoctrinan los libros de texto, ¡pim!, que harán desaparecer la libertad de enseñanza, ¡pam!, que si fuera la religión de las escuelas, ¡pum!

Se lo he escuchado decir a algún ministro: la educación es una cartera que no quiere nadie. Su titular siempre está en la lista de los peor valorados. Lo que se puede conseguir es a base de mucho esfuerzo y riesgo y no durará nada. La comisión de educación es de las más hoscas del Congreso, los debates en las asambleas autonómicas los más agrios, porque en ellos nadie se escucha, porque de lo que se trata es de darle duro al gobierno o defenderlo acríticamente. Por no hablar de la prensa, que, salvo honrosas excepciones, suele ser lega en la materia y arrojar parcialmente la información adecuada para enardecer a su público.

Las bolas arrojadizas de la barraca tienen muchos nombres: el adoctrinamiento en uno y otro sentido, el ascensor social y la segregación, la pérdida de la memoria o de la disciplina, la filosofía o la historia, la ideología de género, la lengua vehicular, el progresismo o el anticlericalismo, la clase de religión, la escuela pública o la concertada, la libertad o la igualdad, y tantos otros temas. Entiéndanme bien. Claro que estos temas tienen su gravedad y deben ser tratados con profundidad, pero, por favor, lejos de los intereses particulares y de las luchas partidistas. Alejen sus sucias manos de la educación los que sólo busquen el poder, su gloria personal o la ingeniería social.

Al hablar sobre el poder en Las pasiones según Rafael Argullol, el autor manifiesta que el hombre podría definirse por las palabras esperanza + miedo. Es cierto que vivimos continuamente asustados y que es relativamente fácil generar “epidemias de terror colectivo”. Es entonces cuando caemos fácilmente en dos tentaciones similares que no iguales que son la posesión y el poder. La mala política agita el temor a la pérdida de la identidad y alienta una vana esperanza de que la solución pase por la ostentación o la recuperación del poder y/o el ejercicio de una hegemonía cultural e ideológica excluyente. Es malo adoctrinar, salvo que el que adoctrine sea yo. Es malo un modelo educativo único, salvo que sea el mío. ¡Pim! y ¡Pam! y después ¡Pum!

El pasado noviembre en el seno de la Unesco se presentó el interesante Informe de la Comisión Internacional sobre los futuros de la Educación, actualmente en consulta nacional en España, y que servirá de base para la celebración de una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno sobre la Transformación de la Educación el próximo 19 de septiembre en Nueva York. En él se afirma que “la educación es un contrato social, esto es, un acuerdo implícito entre los miembros de una sociedad de cooperar para obtener un beneficio común. El punto de partida es una visión común de los fines públicos de la educación”. La buena educación (y la buena política) se basa sobre una relación entre distintos y en una visión positiva compartida. Es tiempo entonces de salir de las barracas de feria y juntarse con la pandilla para ir a la plaza del pueblo donde toca la banda, hay baile, un buen bar, y al final parece que hay anunciados fuegos artificiales para todos.

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