Persecución en China, pero la misión no se interrumpe
El obispo Julio conoce bien las cárceles del régimen, los raptos a medianoche, los largos viajes y las charlas infumables con los escribas de Pekín. Lo han intentado reeducar una y otra vez, pero es correoso. Por algún motivo que se les escapa se empeña en permanecer fiel al Papa, no acepta entrar por la puerta dorada que le ofrecen los nuevos mandarines. Bastaría aceptar el control de la Asociación Patriótica para que pudiera seguir celebrando la liturgia en su catedral. ¡Qué tentación, dejarse llevar! Podría desempeñar tranquilo sus funciones sin más que aceptar que la Iglesia es una pieza del gran Estado, un factor para la armonía que proclaman las nuevas directivas del PCCh.
Pero Monseñor Jia no ha cedido. Más aún, ha empezado a practicar un juego demasiado peligroso siguiendo las sugerencias de la carta que Benedicto XVI envío a los católicos de China. Ha puesto en práctica la reconciliación con las comunidades oficiales reconocidas por el Gobierno, generando una dinámica de unidad que produce vértigo a las autoridades. De hecho el obispo oficial, que busca la comunión con Roma, había empezado a funcionar como auxiliar de Mons. Jia, colaborando en un plan conjunto que reflejaba ya una unidad de hecho de la comunidad católica en el corazón de Hebei.
En este caso la detención está cargada de significado. Con ella se intenta abortar esa dinámica de unidad que rompería por la base la estrategia de la Asociación Patriótica, pero además se ha elegido el momento en que se reunía en el Vaticano una cumbre para analizar la situación de la Iglesia en China y la aplicación de la carta del Papa. Pekín ha querido asestar un golpe a los intentos del Papa de tomar iniciativa en tierra china y ha cancelado brutalmente las expectativas de los más optimistas, que ya anunciaban una pronta apertura de relaciones diplomáticas.
Pero Benedicto XVI no está dispuesto a dar marcha atrás, y con su autorización expresa la cumbre vaticana ha emitido una dura nota de respuesta. Se acabaron las medias tintas y los recursos florentinos mientras la persecución arrecia. Dos cosas llaman la atención en la nota final del comunicado de la cumbre en Roma: la denuncia sin ambages de la intolerable represión que sufren los católicos en una potencia tan delicadamente tratada por Occidente, y la firme decisión de proseguir apoyando la actividad concreta de las comunidades católicas en China, en este caso a través de un especial empeño en la formación de los sacerdotes. El Papa ha respondido con claridad a Pekín: podéis golpearnos (desde siglos lo hacen los poderes del mundo) pero la misión no se apagará en China, la fe no dejará de comunicarse a las nuevas generaciones como la mejor respuesta desde el punto de vista intelectual y existencial. Por cierto, los chinos de todo el mundo ya pueden acceder al contenido de la página web del Vaticano en su propia lengua.