Pennac y Europa, una pizca de Ilustración puede irnos bien

Mundo · Lucia Romeo
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13 mayo 2015
Desde que empezó la crisis de los mercados financieros que luego se convirtió en crisis económica, se ha discutido mucho sobre Europa. Cuando los fantasmas del fracaso de Grecia ocupan las primeras páginas de los periódicos, sigue siendo lícito preguntarse, más allá de las cuestiones económicas y con la esperanza de que la vuelta al crecimiento sea una realidad más que un sueño, cuál es la idea original de Europa y qué queremos que sea hoy.

Desde que empezó la crisis de los mercados financieros que luego se convirtió en crisis económica, se ha discutido mucho sobre Europa. Cuando los fantasmas del fracaso de Grecia ocupan las primeras páginas de los periódicos, sigue siendo lícito preguntarse, más allá de las cuestiones económicas y con la esperanza de que la vuelta al crecimiento sea una realidad más que un sueño, cuál es la idea original de Europa y qué queremos que sea hoy.

Se ha hablado muchas veces de que partimos de una construcción de tipo normativo-monetario, sin integrar nunca un mundo de valores, de sentir común, de idioma, de estrategia política, de pensamiento sobre la inmigración y la interculturalidad. Por no hablar de una política exterior compartida. Curiosamente, todas estas reflexiones, que desde hace un tiempo habían quedado apartadas en mi interior, probablemente por el hecho desalentador de que parecen temas propios de un restringido círculo cultural, renacen con fuerza y entusiasmo al leer un texto del que me esperaba otra cosa totalmente distinta.

Al abordar las páginas de “El amigo escritor”, de Daniel Pennac (conversación con Fabio Gambaro), pensaba dedicarme a las reflexiones que se refieren a la profesión del novelista francés, a la saga de la familia Malaussène. Pero la charla entra en el tema del diálogo, la confrontación, la integración y, por contraste, el extremismo. Y, casi naturalmente, se llega a la discusión sobre Europa.

“De Europa –sostiene Pennac– solemos tener una visión abstracta y caricaturizada. La concebimos solo como una estructura tecnocrática y burocrática que impide cualquier maniobra a las naciones, dando así por nuevo el fantasma del funcionario europeo que, en nombre del euro, destruye los intereses nacionales. Es demasiado fácil descargar todas las culpas en Bruselas, aunque es cierto que muchas veces Europa solo ha presentado el rostro de sus burócratas al servicio de los intereses del mercado y de las finanzas”.

En estas palabras se hace evidente que estamos lejos, en general, de aquella idea de Europa como lugar ideal. De la patria que, sumando las excelencias de cada uno de los Estados miembros, da origen a un Super-estado con una potencia aún mayor. Y con mejores condiciones para cada individuo. Sobre todo en términos de expectativas de vida. En resumen, se ha perdido, según el análisis de Pennac, aquel entusiasmo, aquella esperanza y aquellas ganas de soñar con un mundo mejor.

¿Qué podemos hacer entonces? Tratar de recuperar, sobre todo como individuos, al menos una parte de aquel espíritu que en la Ilustración llevó a Montesquieu a escribir: “Si supiera algo que me fuese útil, pero que fuese perjudicial para mi familia, lo desterraría de mi espíritu; si supiera algo útil para mi familia pero que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo; si supiese algo útil para mi patria pero que fuese perjudicial para Europa, o bien fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría un crimen”.

Estoy pensando en escribir esta frase en mi habitación o en mi despacho. Para recordármela todos los días. Para intentar enseñársela a mis hijos. Para ofrecer una pequeña contribución en la construcción de un país distinto, una Europa capaz de volver a hacer que sus ciudadanos puedan soñar. “El miedo –dice Pennac–, que es siempre ausencia de futuro, hace renacer antiguos egoísmos. Al final, Europa me exaspera, pero me exaspera aún más el hecho de que se la utilice como chivo expiatorio para no mirar a la cara nuestras carencias y defectos”. Tal vez ha llegado el momento de volver a hablar de futuro. Gracias, señor Malaussène.

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