Peligro: una fe que toca la historia

Mundo · José Luis Restán
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3 febrero 2015
La Congregación para las Causas de los Santos ha reconocido ayer el martirio de Mons. Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado mientras celebraba Misa en un hospital, el 24 de marzo de 1980. Esta noticia, de resonancia universal, merecerá que profundicemos próximamente en esta gran figura eclesial. Pero hoy quiero comentar otro martirio reconocido también ayer, que tendrá mucha menos repercusión mediática: el de los franciscanos conventuales polacos Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, y del sacerdote italiano Alessandro Dordi, asesinados en 1991 por Sendero Luminoso en una región peruana entonces controlada por esta guerrilla de ideología maoísta.

La Congregación para las Causas de los Santos ha reconocido ayer el martirio de Mons. Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado mientras celebraba Misa en un hospital, el 24 de marzo de 1980. Esta noticia, de resonancia universal, merecerá que profundicemos próximamente en esta gran figura eclesial. Pero hoy quiero comentar otro martirio reconocido también ayer, que tendrá mucha menos repercusión mediática: el de los franciscanos conventuales polacos Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, y del sacerdote italiano Alessandro Dordi, asesinados en 1991 por Sendero Luminoso en una región peruana entonces controlada por esta guerrilla de ideología maoísta.

La insurrección desatada por esta guerrilla en 1980 se prolongó hasta 1992 y supuso una auténtica guerra al Estado peruano. Pero no sólo, provocó también una durísima experiencia en las poblaciones sometidas bajo su dictadura, un auténtico experimento ideológico para el que no ahorraron el uso de la violencia más brutal, aplicando los cánones revolucionarios que ahora algunos pintan de color pastel y envuelven en celofán de nostalgia.

Naturalmente, la presencia de la Iglesia supuso desde el primer momento un desafío más o menos explícito para las pretensiones de Sendero Luminoso, en cuyo libro rojo ideal figuraba como “opio de los pueblos” y sierva del capitalismo imperialista. Es cierto que en muchas regiones, durante el largo proceso revolucionario, Sendero mantuvo actitudes diferentes al respecto. De hecho no intentó desarraigar de cuajo la religiosidad popular, profundamente arraigada en el pueblo, vigilando, eso sí, que no se tradujese en incidencia social alguna. Los informes manejados en la Causa de Beatificación reflejan que en algunos ataques llevados a cabo por la guerrilla, se optó por respetar a los sacerdotes, debido a su prestigio moral entre la gente. En todo caso siempre existió una profunda sima entre la experiencia concreta de las poblaciones y la utopía ideológica de los guerrilleros. Estos confiaban en un largo proceso de reeducación, realizado bajo presión de la violencia.

Esta situación no podía mantenerse demasiado tiempo. La predicación de algunos sacerdotes en las parroquias, y la eficaz red de obras de caridad, muy pegada al terreno, aparecieron enseguida como un serio peligro para el proceso revolucionario. A Sendero Luminoso no le convenía que el pueblo mejorase sus condiciones de vida, necesitaba “exacerbar las contradicciones” según la clásica teoría marxista, de modo que pudiesen alimentarse el resentimiento y la respuesta violenta. Tampoco podían aceptar que la fe tocase las circunstancias históricas concretas, que sólo podían interpretarse a la luz de la ideología. Fue así como los dos franciscanos de origen polaco y el sacerdote italiano se vieron colocados en el punto de mira de la guerrilla.

El propio líder de Sendero, Abimael Guzmán, reconoció posteriormente en una conversación en la cárcel con el entonces obispo de Chimbote, Luis Bambarén, que los misioneros habían sido “ejecutados” porque con su actividad caritativa y su predicación impedían a los jóvenes sumarse a la causa de la revolución. Esta declaración, aportada a la investigación de la Causa, ha resultado decisiva para el reconocimiento de que los tres fueron asesinados “por odio a la fe”. El 9 de agosto de 1991, Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski fueron apresados tras celebrar una concurrida Misa con jóvenes campesinos en la localidad de Pariacoto, en la región montañosa de Ancash; los guerrilleros los sacaron del pueblo y en las afueras los asesinaron con sendos tiros en la cabeza. Dos semanas después, el misionero italiano Alessandro Dori moría al sufrir una emboscada cuando cruzaba el río Santa, en la misma región.

Interesa subrayar el punto: estos misioneros construían comunidad, ayudaban a los pobres, sostenían su esperanza, revivían la tradición cristiana como hecho vivo y presente. Por eso eran más peligrosos que el ejército y la policía, porque hacían evidente la mentira de la violencia revolucionaria. Cuando algunos sienten nostalgia de la utopía revolucionaria conviene hacer memoria de estos hechos. Preciosos para la Iglesia, iluminadores para toda la sociedad.

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