Entrevista con Yann Moix

`Péguy cuando escribe habla con Dios`

Cultura · Matthieu Giroux
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26 septiembre 2014
Escritor y realizador, premio Renaudot 2013 por Naissance, Yann Moix (YM) es también un enamorado de Charles Péguy. En su opinión, el autor de Notre Jeunesse es un prosista fuera de lo común que honra la unión de pensamiento y escritura seguramente mejor que ningún otro. Pero advierte: Péguy es irrecuperable.

Escritor y realizador, premio Renaudot 2013 por Naissance, Yann Moix (YM) es también un enamorado de Charles Péguy. En su opinión, el autor de Notre Jeunesse es un prosista fuera de lo común que honra la unión de pensamiento y escritura seguramente mejor que ningún otro. Pero advierte: Péguy es irrecuperable.

¿Cómo juzga usted la prosa de Péguy, su peculiar fraseo y la forma atípica de sus textos?

Péguy escribe como piensa y su pensamiento no demuestra nada: busca. Es un pensamiento problemático. Y la problemática, por definición, no es “un resultado sino un camino”, como decía Heidegger. Esto se puede aplicar muy bien a Péguy. Péguy y Heidegger se hacen preguntas. ¿Por qué Péguy no soporta el positivismo? Cuando se hace una demostración matemática, el camino está por hacer, pero está detenido. La demostración del teorema siempre se realiza aquí y ahora. El pensamiento de Péguy se contradice siempre, se corrige, se ensaya, vuelve atrás… Sin embargo, Péguy no tacha. Es interesante ver sus manuscritos. Deja grandes blancos para poder hacer añadidos. Para él, lo que cuenta es el recorrido y nunca el objetivo, jamás el fin. Para Péguy, desde el momento en que se piensa con la mirada puesta en un objetivo, no se es un pensador. Esta es la razón por la que resulta particularmente violento con los demagogos. Y por lo que el estilo de Péguy es tan errático: se corrige al mismo tiempo que piensa. Hasta que no escribe, Péguy no sabe lo que piensa.

¿Hace Péguy alguna reflexión sobe el estilo en cuanto tal?

No, no hay en absoluto una búsqueda de estilo en Péguy. Ni siquiera la mínima. Es la coincidencia pura entre el pensamiento y la escritura. No se ha planteado la cuestión. Péguy sigue el trayecto de su pensamiento con la mayor verdad posible, sin enredarse en lo que se hace o no se hace.

¿Y sobre la forma de los textos?

Péguy es un “quinzainier” . Hoy vuelve a cobrar actualidad. No es un filósofo, no es un novelista, no es en absoluto un periodista, ni un polemista… Péguy recuerda a Bobby Fisher que jugaba contra él mismo al ajedrez. Péguy, como nadie le escucha, habla solo. Se dirige a Dios. Cuando no tenía fe se dirigía a él mismo. Eso le da libertad, le permite ensayar cosas totalmente inéditas. Yo pienso que no está lejos de cierto tipo de locura. La locura del que no tiene interlocutor. Péguy es inclasificable. El único lugar donde se consiguió clasificarle fue en el servicio militar. Pienso que Céline ha tomado mucho de él, en esa libertad de hablarnos como a un compañero. Le ha tomado prestado el soliloquio. En D’unchâteaul’autre, Céline se pasa las 100 primeras páginas desvariando…

“No me hable de lo que usted dice. No le pregunto lo que dice. Le pregunto cómo lo dice. Es lo único interesante”. En tanto que escritor y crítico literario, ¿cómo entiende esta frase de Péguy?

El estilo deriva de la manera en que se elige tratar un acontecimiento. En Notre Jeneusse, Péguy escribe Bernard Lazare con un guión (Bernard-Lazare). ¿Cuál es el judío cuyo nombre se escribe con un guión y que ha fundado el cristianismo? La figura de Bernard Lazare es una figura crística pues está solo contra todos. Para Péguy, el judaísmo desemboca en el cristianismo como un río en un estuario. Es la continuidad lógica de éste y no la contradicción. Con Péguy, ¡el cantor de la causa judía se vuelve de un golpe un santo católico! Otro hallazgo: para Péguy, el mayor traidor al “affaire” Dreyfus es Dreyfus mismo. No soporta que Dreyfus acepte las excusas del Ministerio de la Guerra. Aceptar ser reintegrado es aceptar el destierro, el castigo. Aceptar el castigo es aceptar la falta. De hecho, reprocha a Dreyfus estar a este lado del Affaire.

Si no me equivoco, usted admira el carácter divertido de Péguy. ¿Puede explicarnos el vínculo entre la hilaridad que provoca a veces y el carácter redundante de su prosa?

He hablado de ello con Fabrice Luchini. Yo creo que se podría hacer un espectáculo cómico sobre Péguy integralmente. Quizás no integral, puesto que hay que cambiar los géneros. Péguy es uno de los autores más divertidos de la literatura. Tiene pasajes fabulosos sobre Balzac, sobre la noción de mochila… Como Péguy sabe que nadie le lee, se deja ir. Hay momentos burlescos que no terminan nunca. Y los catálogos analíticos de los Cahiers de la Quinzaine en los que delira con los sumarios de los números. La redundancia contribuye evidentemente al efecto cómico. Cuando se repite 500 veces lo mismo, eso se hace raro. Hubiese sido una lástima que se detuviese en marcha. Durante muchas páginas seguidas Péguy puede declinar los adverbios. Se dice que eso no es posible, que no puede atreverse. Y se atreve.

La pluma de Péguy a menudo se revela devastadora para sus enemigos. No resulta fácil ser Jean Jaurès, Gustave Hervé o Fernand Laudet. ¿En qué reside su fuerza polémica?

En principio en su mala fe. En segundo lugar, Péguy adora sentirse decepcionado por la gente, lo que le permite, a continuación, emprenderla con ellos. Le parece que la gente termina malogrando la confianza en su propia causa. No tenía ningún humor respecto al Affaire Dreyfus. Sobre este asunto, tuvo desavenencias con muchos. Siempre necesitaba ir mucho más lejos. Reprochó a Jaurès caer en la política propia de un político. Con Péguy, nunca se es lo suficientemente puro, jamás se es suficientemente valiente, jamás suficientemente honesto.Tiene, a pesar de todo, un flanco Robespierre. Su obra se explica también mucho por la intolerancia. Era difícil convivir con él, difícil seguirle. No soportaba que se le defendiese. Se enfrentó a amigos que le defendían. Consideraba que si alguien le defendía era porque él no era capaz de hacerlo. Incluso pensaba que si se le defendía pudiera pensarse que el enemigo tenía razón. Si se da respuesta al enemigo, se le otorga credibilidad como adversario. Péguy decía: “Je défens qui con que de me défendre, etc”  (risas)…

Péguy critica con mucha virulencia a los intelectuales de su tiempo, pero ¿no es él mismo, de alguna manera, un intelectual?

Sí, evidentemente. Desde el mismo momento en que ocupa toda la jornada describiendo la actualidad… Péguy era un intelectual, uno de los más grandes del siglo XX. A Péguy no le gustan las agrupaciones. Le molesta mucho que un grupo de personas piense lo mismo. En Cahiers de la Quinzaine formaban un grupo muy pequeño. Todos los que creían pensar lo mismo que Péguy se han tenido que morder las uñas (ej: Georges Sorel). André Bourgeois, su compañero de Orleans, fue el único con el que no se enemistó.

La intransigencia que caracteriza a Péguy, ¿es regla de oro para el escritor?

Es difícil ser tan intransigente como él. Hay que saber que la situación financiera de Péguy no era tan mala como él la pintaba. No era un miserable. Tenía un tren de vida bastante reducido pero a su casa iba una asistenta a hacer la limpieza. Tenía amigos que financiaban la revista. No estaba en la calle. Pero era un suicida, es decir, siempre se enfadaba con la gente que le sacaba de un apuro. Yo mismo tengo algo de suicida, lo que no quiere decir que sea valiente. Todos tenemos una pulsión de muerte. Yo soy un suicida cuando escribo. Persigo que se me odie. Péguy era más bien un camarada simpático incluso si era desdichado en su vida familiar. Era divertido, cantaba canciones “verdes”, hacía parodias. Pero desde el momento en que se ponía a escribir, se volvía loco. Era más suicida en su escritura que en la vida real. Cuando cogía la pluma, era superior a sus fuerzas. M. Fernand Laudet, un noveau théologien debía ser en principio una breve respuesta a un becario de una revista católica y se convirtió en uno de los más grandes libros de literatura sobre la mística. Péguy normalmente no se equivocaba sobre la bazofia: el joven becario en cuestión, François Le Grix, terminó siendo un colaboracionista en los años 40.

Es incontestable que en la obra de Péguy existe una dimensión visionaria (crítica de la modernidad, crisis del republicanismo, reinado del dinero…). ¿Un gran escritor es necesariamente un profeta, en el caso de Péguy un profeta de la desdicha?

Yo no sé si es profecía. Lo que sí es, es una agudeza intelectual extremadamente fuerte. Ciertos escritores o filósofos ven cosas que los demás no ven. En efecto, Péguy tiene razón respecto a varias décadas. Previó muchas cosas: respecto a la técnica, la historia, la memoria, el peso de lo científico…

¿Hay otros escritores visionarios como Péguy?

Cuando un escritor es profundo se dan cierto número de constantes. Ya lo vimos en Shakespeare. Pero es tanto más flagrante en Péguy cuya base de reflexión es Francia, los partidos políticos, el parlamentarismo. Cuando en 1905 escribe que todos nos vamos a convertir en alemanes e inventa las fórmulas “Saint-Michelstrasse” y los “Champs Elyséesgasse”, no está hablando de la ocupación alemana en cuanto tal pero resulta bastante vertiginoso. Es desde muy pronto pesimista ante el pangermanismo. Para Péguy, la Gran Guerra es inminente desde 1905. Pero hay que tener cuidado con lo que se le hace decir a Péguy. Por ejemplo, los hombres de la resistencia retomaron una frase suya —“Hay que resistir”— pero Péguy la dirigió a su impresor en Suresnes porque cometía demasiadas erratas.

A la muerte de Péguy, Daniel Halévy dijo: “No lloraré su heróico final. Lo ha buscado, lo ha encontrado, era digno de él […] No le compadezcamos. Esta muerte, que da testimonio de su obra, que está sellada con sangre, la ha querido él”. ¿Radica el honor del escritor en que su obra esté “sellada con sangre”? ¿Cómo entiende usted esto?

Estoy 100% de acuerdo con Halévy. Péguy se suicidó, ninguna duda sobre esto. Murió por Francia y no para Francia. Quiso aliviarse, dar el máximo de legibilidad a su obra. La única manera de hacerlo era eliminarse físicamente para que quedase otra cosa que su palabra. Estoy convencido de ello. Existen cartas en las que habla de suprimir a su esposa, a sus hijos y después a él mismo. Péguy siempre quiso morir de manera gloriosa, era una obsesión. Lo que nunca se dice es que Péguy era presa de una inmensa pena de amores: Blanche Raphaël, una de sus becarias de los Cahiers de la Quinzaine que le había presentado a Jacques Maritain. Las peregrinaciones a Chartres seguramente no las realizó por razones místicas sino a causa de esta joven que le dejaba helado. Si Blanche Raphaël le hubiese respondido cuando Péguy estaba en el frente, quizás no hubiese muerto tan rápido al principio de la guerra. Esto, combinado con un estado de agotamiento absoluto relacionado con la gestión de los Cahiers de la Quinzaine de 1901 a 1914… Péguy estaba en un impasse total. Los testimonios lo corroboran: Péguy se mantuvo de cara frente al fuego alemán durante veinte minutos en tanto que el resto de los soldados se agazapó. Péguy se hizo matar como un conejo. Pero escogió su muerte —la frase de Halévy es perfecta—, ha querido su muerte, aquella muerte, aquel día. La vigilia, comulgó en una pequeña capilla. Todo estaba preparado. En los medios péguynianos esta tesis se considera un escándalo.

¿Es la fidelidad una noción decisiva en el pensamiento de Péguy? En su opinión, ¿a qué maestro es más fiel Péguy? ¿Bergson? ¿Bernard Lazare? ¿Pascal?

Péguy admira a varias personas. Aunque fuese muy agresivo con Víctor Hugo, le admira. Está apasionado con Corneille y en especial por Polyeucte. Pensaba recuperarse financieramente publicando una edición de Polyeucte (risas)… Adoraba a Michelet, pero los verdaderos maestros de Péguy son los griegos, en concreto Homero. Péguy era un helenista sin par. Pero Péguy no tiene un maestro. Leyó a filósofos. Leyó a Kant, que no le gustaba nada. Lo aborrece. Iba a asistir al curso de Bergson en el Collège de France. Bergson juró a Charlotte, la esposa de Péguy, que él se ocuparía de los niños. Y lo hizo. Bergson ha debido ejercer gran influencia en Péguy. Pero, a pesar de todo, sigue siendo un pensador solitario.

Personalidades muy diferentes se reclaman hoy seguidores de Péguy: Edwy Plenel, François Bayrou, Alain Finkielkraut, usted… Conocemos su diferencia. En su opinión, ¿qué les une bajo la bandera péguyniana?

Nada. La obra de Péguy es tan compleja, y tan vasta… Cada uno hace suyo el Péguy que quiere. He escuchado a Edwy Plenel decir un día que a él le gustaba el primer Péguy pero no el último. ¡No ha comprendido nada! Con esta frase, Plenel se ha autodestruido como péguyniano. Bayrou, como es un político, no estoy seguro de que lo use siempre con buen propósito. Pero es un fino conocedor de Péguy. He discutido con él durante dos horas, no es un impostor. Si Plenel ha buscado al Péguy de La cité harmonieuse, Finkielkraut ha buscado al Péguy del declive de la escuela republicana sabiendo que lo que se dice en 2014 de la escuela, Péguy lo escribía ya en 1900. No obstante la gran inteligencia de Finkielkraut (muy superior a la mía), creo que no ha entendido que Péguy no era un nostálgico. Las ocurrencias de Péguy sobre la Francia eterna y sobre las jóvenes silleras no hacen de él un nostálgico. Péguy hace apología de la memoria y no de algo estático. Finkielkraut lamenta que el mundo de hoy no sea como el de ayer. Hay que entender bien que Péguy no ha transitado nunca de la izquierda a la derecha sino de la política a la mística.

1 Cahiers de la Quinzaine, revista francesa hoy desaparecida, fundada en 1900 y dirigida por Charles Péguy (ndt).

2 Juego de palabras con el verbo francés défendre que tiene el doble significado de defender y prohibir (ndt).

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