“Para San Agustín la identidad de erizo es ejemplo del mayor pecado, no saber amar”

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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17 diciembre 2021
Conversamos con Gregorio Luri sobre su último libro La mermelada sentimental (Encuentro) que es una recopilación de sus artículos publicados en The Objective donde el pedagogo y filósofo trata sobre política, educación, familia, fe entre otros asuntos.

¿Podría explicar a qué se refiere con el emotivismo, que es uno de los ejes centrales en su última obra publicada?

Me parece que estamos asistiendo a un giro emotivo de la sociedad. Y además es una especie de neorromanticismo porque estamos considerando que la emoción es más fiable que la razón. Hay que guiarse por las emociones, que tienen buena prensa, y yo creo que las emociones, si no van de la mano de la razón, tienden a desviarse porque nos gusta no tanto emocionarnos sino sentir que nos estamos emocionando ¡Que es distinto! Y sobre todo, mostrar a los demás cómo me emociono. Las emociones se han cargado de valor y la intensidad de la emoción parece que nos da un valor añadido. Me revuelvo contra esta actitud, porque obviamente tenemos emociones pero las emociones no saben organizarse a sí mismas y necesitamos un principio no emocional que las oriente, las ordene y estructure y ese principio no emocional ha de ser racional.

Habla en el libro de las “identidades de erizo”. Preocupados por las identidades, ¿hemos perdido la conciencia de lo que nos es común?

Esa es mi tesis. Por supuesto que es importante saber quién eres y saber cuáles son las personas con las que te sientes bien. Pero no podemos estar esperando a sentirnos bien para relacionarnos bien. Por ejemplo, si yo encuentro en un transporte público a una mujer embarazada no tengo que esperar a empatizar con ella para dejarle mi asiento. Sé que es mi deber. El sometimiento al deber me parece extraordinariamente importante. Con respecto a las “identidades erizo” es una cuestión muy curiosa que tiene dentro del cristianismo una larga tradición porque esa capacidad para ser como un erizo es para San Agustín el ejemplo más claro del pecado. Para él, no saber amar es el pecado fundamental. Estar tan pendiente de ti, que no tienes proyección exterior.

Afirma que vivimos en una sociedad del bienestar que ha conseguido sustituir el rostro del donante por la frialdad de la ventanilla y donde el individuo no le debe nada a nadie.

Obviamente queremos un estado eficiente y un estado eficiente requiere una burocracia pero hay que saber compensar esa burocracia con algún tipo de presencia. Porque si no, pagamos impuestos y recibimos prestaciones como si todo fuese absolutamente mecánico, como si fuese una cuestión estrictamente de ventanillas y para que yo pueda recibir una ayuda de algo, alguien ha tenido que ser honesto pagando sus impuestos. Lo que quiero decir es que la ventanilla no nos puede ocultar la persona honesta que cumple con sus obligaciones y gracias a la cual yo puedo recibir esa prestación.

¿Cómo se puede “carnalizar” esa ventanilla?

Saber que detrás de cada organismo estatal hay personas que están cumpliendo, eso lo tienes que mostrar. Para mí el valor del ejemplo es esencial y hay que presentarlo porque si no, vemos al estado como una especie de hotel en el que tienes derecho a estar bien servido sin sentirte obligado a ninguna contraprestación.

“Nos hemos cansado de nuestros límites y eso por una parte nos lleva a un miedo al futuro”

Me ha parecido muy agudo cuando dice que en la escuela se muestra un temor por el porvenir.

Creo que en el fondo es un síntoma más de un fenómeno muy profundo y para mí inquietante, en el que pensamos muy poco. Creo que el hombre se ha cansado de sí mismo, nos hemos cansado de nuestros límites y eso, por una parte, nos lleva a un miedo al futuro y, por otra, a poner nuestras esperanzas en un mundo post humano que tenga resueltos sus problemas gracias a una intervención tecnológica. Hoy parece que creemos en los laboratorios para cambiar nuestra persona y eso me parece inquietante.

Desde ese miedo al futuro no hay educación posible. ¿Hace falta un verdadero maestro que nos pueda dar una hipótesis positiva?

Necesitamos personas que se preocupen por nosotros, que sintamos, que veamos que para esas personas somos importantes. Porque esa es la manera en la que aprenderemos a relacionarnos con los demás, siendo conscientes de la importancia que tenemos para ellos.

“Los compromisos con lo concreto son absolutamente sagrados”

¿Qué papel debe jugar la escuela?

Me parece que en nuestra sociedad hay pocas relaciones e instituciones que sean perfectas. Sin embargo, pueden ser necesarias y justas, y a veces nos cuesta entender que es noble entregar nuestra solidaridad a instituciones que son a la vez nobles e imperfectas y la escuela es una de ellas. Claro que tiene defectos pero no tenemos sustituto para ella, entonces tenemos que ver cómo la mejoramos. En los últimos años veo que parece de buen tono quejarse de las limitaciones de la meritocracia. Oía decir hace poco que la meritocracia son los padres, ya sabemos que los que disponen de una buena familia, de recursos económicos… lo tienen más fácil. Pero ¿qué hacemos con los pobres? Les ofrecemos solo el desasosiego de su ocupación, la rabia por lo que no tienen… ¿o los animamos a mejorar sus condiciones? ¿Puedes mirar a un niño pobre a la cara y decirle que no le ayudas porque la culpa, según dicen algunos, es de la sociedad? Mientras cambiamos la sociedad le enseño a este niño a leer. Estos compromisos con lo concreto para mí son absolutamente sagrados.

“Es muy importante educar en la postergación de la gratificación […] estamos fallando en la impaciencia por dar respuesta inmediata a las necesidades del niño”

Se quejan muchos profesores de la falta de concentración de los niños en clase. ¿Están hiperestimulados con las nuevas tecnologías? En esta sociedad de niños con rodillas impolutas, ¿el juego no es parte esencial en la educación del niño?

Yo lo plantearía desde una perspectiva distinta, no soy reacio ni a las tablets ni a los móviles… en general, a las nuevas tecnologías que pueden utilizarse para bien o para mal como un cuchillo. El papel de la familia es enseñar a utilizarlo bien. Es cierto que a medida que en los hogares están entrando más tecnologías, por así decirlo están entrando más herramientas similares al cuchillo, que pueden hacer daño pero también pueden hacer bien. ¿Cuál es la clave? No tanto decir sí o no a este juego sino educar en la postergación de la gratificación, que no todo ha de ser inmediato y ahora, que es bueno introducir un momento de reflexión entre la emergencia de un deseo y su satisfacción, y no se trata de renunciar a nada sino de reflexionar sobre la conveniencia de su satisfacción en este momento. Saber en qué circunstancia es adecuado hacer una cosa y no otra forma parte de lo que son los cimientos de una persona y ahí es donde creo que estamos fallando. En esa impaciencia por dar respuesta inmediata a las necesidades del niño y no hacerles convivir con la pausa, con la espera, con el transcurso del tiempo, que las cosas tienen su tiempo y no necesariamente porque nosotros seamos impacientes el mundo tiene que correr a satisfacer nuestras impaciencias ahora mismo. Por eso pongo el ejemplo de las rodillas impolutas, porque es sintomático de que los padres estamos continuamente encima del niño evitando que se equivoque. El niño tiene que equivocarse y aprender de sus propios errores porque de esa manera entiende que las acciones no meditadas tienen a veces consecuencias no queridas. Es necesario aprender a convivir con el tiempo. Hay muchas palabras que el vocabulario actual se olvida de ellas y si queremos comprender un tiempo, tan importante como saber lo que dice es saber lo que no dice.

¿Por ejemplo?

La palabra voluntad ha desaparecido del vocabulario pedagógico y es dramático porque estamos reduciendo a la persona, no fortaleciéndola. Otra palabra que ha desaparecido de nuestro vocabulario es serenidad. Hablo con muchos padres a los que les digo lo mismo. Nosotros no estamos en condiciones de ofrecer a nuestros hijos el repertorio de respuestas posibles a todos sus problemas pero sí podemos darles el ejemplo de la serenidad como actitud positiva para reaccionar frente a un problema. Si actuamos con serenidad nuestra perspectiva se amplía.

“Si quieres conocer en qué cree alguien, tienes que observar su mundo.”

Afirma que la diferencia entre el creyente y el ateo es el objeto de su fe.

Yo no discuto sobre la fe sino en qué crees. Aunque digas no tener fe, ¿no depositas tu confianza incondicional en algo o en alguien? Yo llamo Dios aquello de lo cual no me puedo reír. Siempre ponemos la fe en algo y nuestro mundo es siempre un resultado de esa fe. El mundo es lo que nuestros dioses nos devuelven a cambio de nuestra fe. Si tu dios es el dinero verás el mundo en clave financiera. Si quieres conocer en qué cree alguien, tienes que observar su mundo.

“La situación actual de la pandemia nos ha enfrentado claramente a esa experiencia del límite y esto ha sido un descubrimiento para muchas personas”

Lo que hemos pasado con la pandemia ha sido ocasión para que mucha gente se plantee cuál es el objeto de su fe, para preguntarnos qué vida llevamos, cómo queremos vivir. Intuyo que ha emergido una necesidad de significado. De hecho el éxito de La vida pequeña de González Sainz creo que puede tener que ver con que ha tenido la genialidad de poner voz a lo que mucha gente se plantea y no es capaz de expresar.

Todas las conmociones profundas nos sitúan frente a nuestros límites y nos descubren que con lo que tenemos no nos es suficiente para satisfacer nuestros deseos. La vida nos encajona, nos resulta estrecha y necesitamos ponerle algún aderezo más y la importancia de estos aderezos se ve en esos momentos de tensión donde te encuentras a ti mismo viviendo en el límite entre lo que tienes y lo que deseas. Efectivamente la situación actual de la pandemia nos ha enfrentado claramente a esa experiencia del límite y esto ha sido un descubrimiento para muchas personas, lo importante es que haya habido intelectuales que hayan sabido ponerle palabras adecuadas a esa perplejidad que para muchos no tenía nombre. Pero no sería yo demasiado partidario de que la situación del Covid haya cambiado nuestra vida y la historia. Si es cierto que tenemos frente a las conmociones esa experiencia del límite, también es cierto que la experiencia del límite se diluye en el olvido.

González Sainz pone la figura del médico en La peste de Camus como una figura que genera esperanza. ¿Necesitamos personas donde se pueda percibir esa esperanza?

Camus es un caso especial porque su reto existencial es mantener la esperanza viva a pesar de la desesperanza de fondo que tiene. La filosofía de Camus es una lucha permanente contra el nihilismo y es una lucha difícil de mantener. Yo creo que hay que tener esperanza porque hay motivos para tenerla y en ese sentido soy más optimista que Camus. ¿Cuáles son los motivos para tener esperanza? Creo que lo que decía Kant, que no se puede ser moral fragmentariamente, lo vivimos todos como una realidad. No tenemos suficiente con ser morales de cuatro a cinco cada día o en determinadas circunstancias, que hay algo en nosotros que nos lleva a ser integralmente morales aunque probablemente no lo vayamos a conseguir nunca. Esa demanda que sentimos todos en el fondo de nosotros mismos surge como una especie de deber moral. Tienes que. Y todos sentimos que hay algo que hacer, es imperioso que hagamos algo con nuestra vida aunque no sepamos el qué. De hecho las distintas éticas y religiones son un intento de completar esa frase: “tienes que” ¿Cómo completas eso? Pero la primera parte la vivimos todos. Yo lo respondo de esta manera: tienes el deber de crear una imagen coherente de ti mismo y esa imagen no es una quimera porque todos hemos tenido experiencias de las que nos sentimos orgullosos, entonces se trata de reconstruir con los fragmentos de nuestra vida de los que nos sentimos orgullosos alguna imagen de nosotros mismos que nos sirva de guía y ahí es donde creo que nos jugamos nuestra moralidad. No se trata, a mi modo de ver, de tener esperanza frente a la desesperanza sino de tener esperanza porque tenemos orientaciones de cómo tenernos esperanzados, al menos ese es mi reto.

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