¿Para qué?

Dos caminantes hacen una parada. Uno espera al otro. Llevan horas bajando la montaña y se dirigen a un merecido reposo. A un fuego que acaricia con su calor la barba de varios días. Una escena que tiene para Sapiens unos 50.000 años.
La niebla se ha hecho con el final de la etapa. Han subido ya a la cima. Ha sido paso a paso. Extenuados, apoyándose en bastones y piolets, encordados en los pasos más deslizantes. Bien agarrados al suelo, sobre sus crampones, dientes de pies que llamarían los indios.
Todo ascenso tiene algo de búsqueda y de contemplación. En plena naturaleza nos hacemos pequeños y emergemos como la propia naturaleza, el mismo cosmos dibujado por Sagan, pensándose y mirándose.
Remite el ascenso a un ascenso esforzado hacia nuestro interior, a una montaña interior, repleta de uno mismo. Y ahí, cuando se está arriba, no antes, resuenan las preguntas grabadas a fuego en nuestro corazón. Aquellas que nos remiten al sentido de nosotros mismos, de nuestros agobios y alegrías, del pesimismo y del optimismo. A la idea de Dios o al hecho de Dios. Y mientras se sube, una única pregunta, ¿para qué subo? ¿Es necesario? ¿Para qué el trabajo? ¿Quién o qué construye mi vida y es mi brújula estratégica?