¿Para qué sirve el trabajo?

Mundo · Mario Mauro
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21 octubre 2009
Hace algún tiempo el Corriere della Sera publicó un análisis que describía muy bien las distorsiones que han llevado al mundo a la gravísima crisis económica actual. Giulio Sapelli captó perfectamente cuáles habían sido las verdadera causas y cuál debía ser el antídoto adecuado para un auténtico relanzamiento de la economía mundial, un relanzamiento que no sólo tiene que ver con la mejora de las condiciones económicas de ciudadanos y estados, sino que requiere un cambio drástico de perspectiva sobre lo que significa "hacer dinero".

La crisis debe abrir los ojos a quien considera el mercado como un mero instrumento de fabricación de dinero, según Sapelli, "impersonal, anónimo y sobre todo perfecto". El nexo entre el comportamiento moral del empresario y el financiero y su beneficio económico debe volver al primer plano, no porque el deseo de enriquecerse sea inmoral sino porque precisamente ha sido esta tendencia a mirar sólo el provecho propio sin considerar el aspecto humano del mercado y de las finanzas lo que ha provocado la crisis actual. No hay una explicación más científica que ésta.

En nuestra sociedad, la idea que se tiene habitualmente del trabajo es que es algo que sirve para hacer dinero. El trabajo, por el contrario, debe emerger como la necesidad de cambiar la realidad, de hacerla más correspondiente con las necesidades humanas, y como ocasión de cambiar uno mismo. De hecho, no se trabaja verdaderamente si no hay un trabajo dentro del trabajo para acercarse al Destino, que llama al hombre a través de la circunstancia cotidiana. Desde este punto de vista, no hay diferencia entre lavar platos o dar clase en la universidad porque lo que define la importancia de lo que se hace es la conciencia que se tiene del objetivo.

Desde hace muchos años el Ejecutivo europeo tiene entre sus prioridades fomentar un desarrollo económico real invirtiendo en investigación y en innovación para los jóvenes. Solicita a los gobiernos que destinen recursos financieros suficientes a lo que se ha venido en llamar la "estrategia de Lisboa". Las instituciones políticas y económicas de la Unión tratan de adoptar medidas eficaces para recuperar la confianza y estabilidad de cara a los ciudadanos europeos.

Pero la defensa de la capacidad competitiva de nuestro sistema económico, y por tanto la capacidad para producir riqueza, la capacidad para crear desarrollo, para activar el empleo, pasa a través de esta nueva concepción del trabajo, que requiere una reconquista de la centralidad del hombre. 

La tarea de la política actual es por tanto desarrollar políticas de empleo que partan del trabajo como respuesta al deseo de felicidad del hombre. El trabajo es un instrumento para nuestra felicidad y ayuda a expresar lo que cada uno de nosotros es. De modo que el esfuerzo de cada uno pueda encontrar una dimensión ética y así, más allá de buscar la propia felicidad, pueda mirar también por el bien del pueblo al que pertenece.

Educar en el trabajo a las nuevas generaciones debe ser hacerles entender que trabajar no es algo a lo que estamos obligados, que permite ganar más al más pícaro. El trabajo debe ser entendido como la contribución decisiva que hace cada uno al bien del mundo entero.

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